martes, 26 de enero de 2010

Tempus fugit

Sobre la esfera del reloj de pared, se lee: Tempus fugit y el tiempo va huyendo lento, lento al ritmo que le marca el sonoro tic-tac de su péndulo. No tiene prisa el reloj de forma semihumana con cabeza, que por cabellos, se corona con adornos barrocos; su cara es blanca, redonda y numerada, con saetas que no inciden sobre un corazón que no posee, sino sobre la frialdad de unos números romanos, que recorren, periódicamente, una y otra vez, con la monotonía con que la luna cumplimenta, día y noche, las fases que aparecen en los calendarios. Su pecho y su vientre de guitarra se transparentan a través de un cristal, dejando ver como el péndulo alterna su movimiento pendular.
El tiempo huyó definitivamente para el varón que lo escuchaba y contemplaba, pero la dama quebró la sincronía con el tic-tac sonoro y no supo, ya más, escuchar la dulce sonería de campanas, que el reloj cada hora, al aire regalaba.
Se fijó la señora solamente en lo fatal de la sentencia de la esfera y aquel “tempus” que “fugit” se le clavó, cruelmente en su cerebro y en su corazón, cuyos latidos, siendo vida, no le decían nada.
El reloj se recrea con el tiempo que tiene concedido y la dama, en lugar de gozarlo, lo consume, lo quema, lo derrocha, huye de él y huye de sí misma sin parar un instante a gozar de la vida que Dios le concediera. Va y viene, sube y baja, sin hacer un alto en su camino y el tic-tac del péndulo de la vida, queda despendolado, con pérdida del ritmo armonioso, que pudo ser placer y ahora es huida.
Párate sin parar, como el reloj, para escuchar el ritmo de la vida, para oír el sonido de campanas, de músicas, de palabras bellas y para ver las fases de la luna, los paisajes y tantas cosas que adornan la existencia.
¡Párate, templa tu ritmo pendular y manda sobre ti, como la rueda Catalina en su reloj!¡como Manuel Lalanda convertía en ballet la prisa de la fiera!
¡Párate como Teresa la andariega, en las moradas del alma y de la calma!.

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