lunes, 19 de abril de 2010

Fiestas y penas de Siétamo

Ramón J. Sender es el escritor aragonés, que mejor recoge el amor y la reverencia a aquellos pueblos, ya desaparecidos o actualmente en vías de desaparición. Las impresiones que de su contemplación recibe, nos hacen recordar las nuestras, como por ejemplo, aquellas que recibimos al ver aquella pequeña calle, empedrada, no se sabe si en tiempos de los romanos o en la Edad Media. De los romanos se encuentran todavía las piedras, que cubrían la Vía, allá por el desaparecido pueblo de Sexto; igualmente se pueden admirar trozos de murallas medievales, la base del Torreón del Castillo o la tumba excavada en una piedra, con la forma del cuerpo humano. Estas impresiones nos hacen reflexionar sobre los problemas inter raciales, sociales, políticos y religiosos, que entran a formar parte en la vida de los hombres. Ahora vemos como los moros vuelven a vivir entre nosotros, como vivieron en Siétamo, en Ola o en Olivito, hasta el año 1613. Sender hizo el Servicio Militar en el Rif y experimentó la personalidad de los tuaregs. Escribe en su libro “Monte Odina”: ”Un tuareg. Más tarde conocí otros y me familiaricé con alguno de ellos. No son árabes… La plebe tuareg se llama a sí misma berberisca y habla selha”. Identifica a los berberiscos con los íberos y llegó” a la conclusión de que los habitantes de las montañas españolas- Pirineos, sierras de Albarracín, Alpujarras-son muy parecidos a los tuareg. Las mujeres ansotanas, por ejemplo, se peinan como ellas. A Sender siempre le pareció el Castillo de Siétamo una fortaleza árabe o berberisca. Y dice que su señor, que por cierto era mi abuelo Don Manuel Almudévar Vallés, allá por el año 1920 “era modelo y ejemplo estupendo de caid o sheik con su pálida cara ovalada, su barba tuareg, su tez de camellero del desierto y sus anchos y hondos ojos sombríos, en cuya fijeza había sugestiones misteriosas y ancestrales”. Don Ricardo del Arco, cita la antigüedad de este catillo-palacio en el siglo XIII y Sender dice que “una mirada al exterior del castillo-casa de labor, basta para ver que la relación entre el castillo y el pueblo es la de los burgos castrenses”. Es fácil comprender que el castillo ha sido anterior a la aldea. Quizá los árabes encontraron los restos de un castro romano y allí instalaron una fortaleza. La historia antigua es difícil de reconstruir, pero la moderna está llena de confusiones. Yo siendo un niño iba al castillo con mi tío José María a ver los nidos de palomas que estaban en la parte alta. Pero Sender escribe, confirmando la confusión de la Historia:”En Quicena nace el sol,-En Montearagón la luna…” y en la mente de la gente, giran el sol y la luna; “todo el pueblo tenía un aire de dependencia del castillo”. A Sender le informaron el alemán Gustavo Regler y el inglés Ralph Bates, que por correspondencia le “dijeron que Siétamo quedó totalmente destruido”. Pero Sender no veía las cosas claras desde los Estados Unidos y como él mismo escribe: “no puedo creer que el castillo-palacio de los Abarca de Bolea, se dejara arrasar fácilmente, porque los cañones de Huesca eran gruesos morteros que disparaban granadas rompedoras de gran calibre”. Pero eran morteros. Ya lo sospechaba Sender, porque en el día de hoy, se ve que los cañonazos venían del Este, como se puede comprobar al mirar las paredes de casa Santolaria, al lado del castillo y en las casas de la Plaza Mayor, íntegras por el Oeste y acribilladas por el Este.

Pero Ramón j. Sender, decía del castillo-palacio:”Es uno de los que me hubiera gustado habitar” y como yo, con mis recuerdos de niño, nos acordamos de aquella frase, que escribió:”Tengo en los picos de Aneto-La luna y las Tres Sorores,-En Huesca las añoranzas –Y en Siétamo los amores”. Esta copla la cantaban, como dice Sender “por las calles de Siétamo, las noches de ronda”, cuando llegaban las Fiestas Patronales.

“Tenemos en Aragón tres cuartas partes de substancia beriber, y los que no la tienen son como dicen en el Somontano, unos poca substancia” y de la poca substancia que causó el origen de la Guerra “el castillo tuvo mala suerte. Incendios, saqueos, abandono”.

El Castillo –Palacio era del Conde de Aranda, Don Pedro Abarca de Bolea y el año 1865, Don Manuel Almudévar y Cavero compra a Don Manuel Gavín y Betrán, que a su vez compró el año 1861 al Excelentísimo Señor Duque de Hijar, Conde de Aranda, la finca denominada Palacio, ante el Notario Don Sebastián Ferrer, vecino de Barluenga, el 25-2-1865. Por allí pasaron las sucesivas Fiestas y Guerras por la Villa de Siétamo, ”país refractario al cambio, porque todos los cambios han sido en su Historia acompañados de violencia y de sangre”. No hubo en toda su historia ningún cambio, hasta que después de la Guerra Civil, el Gobernador, requirió a mi padre para que le vendiera al Servicio Nacional del Trigo un edificio, levantado en el terreno de mi padre, sin autorización y un solar. En las Escritura antiguas, limitaba el Palacio por el Norte con casa de Tomás Santolaria y Calle Baja y en la Escritura que se firmó para vender un edificio y solar al Servicio Nacional del Trigo, pone que limita al Norte con Vía Pública y Terreno del Vendedor.

En su libro “Monte Odina”, habla Sender de aquellos recuerdos y escribe.”Todas estas consideraciones me dejan incómodo y deprimido. La atmósfera política es siempre maloliente sobre todo cuando huele a sangre. Es lo que pasó en Rusia y en “Siétamo”, desde 1936 a 1939”. Los miembros de las milicias de distinta índole destruyeron el Palacio del Conde Aranda, por ser Conde y los nacionales lo arrasaron por ser masón. Pero Ramón J. Sender, veía la solución de los problemas humanos en la poesía, pues escribe:”También a mí me gusta San Juan de la Cruz más que ningún otro poeta español, pero mi misterio está más cerca porque creo que en mi casa está Dios también”. Y Sender se comunicaba con el Señor por medio de aquel niño, del que decían se lo había llevado el cometa Halley el año 1909 y que “por la galaxia lechosa-cuajada de eternidades-va el cometa con la rosa-que anuncia calamidades”. Igual que Sender se comunicaba con Dios por medio del “mesache” Froilán, montado en el cometa, los sietamenses se comunican por medio de San Pedro Mártir, que está en el Altar Mayor de la Iglesia de Siétamo.

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