sábado, 8 de mayo de 2010

Daniel Calasanz con sus noventa y seis años

A las nueve de la mañana del día seis de Mayo del año 2010, subí por la carretera de Arguis hasta la ermita de Santa Lucía. Allí me paré y entré en la huerta que Daniel Calasanz entregó al pueblo de Huesca. Al lado de la casa, edificada por Daniel, con dos a modo de astas de ladrillo y de tejas, se encuentra su huerto que, sin necesidad, cultiva más bien por una vocación hacia la tierra, a la que todos iremos a parar y allá ,adentro, estaba con su azada “maigando” las plantas ,que puso hace escasos días. Estaba Daniel con su gorra, inclinado sobre los surcos, y recibiendo algunos rayos de sol, pues no todos podían pasar por las verdes ramas de los frondosos árboles, que se encuentran al otro lado del camino de Jara, en la ermita de Santa Lucía. Con sus noventa y seis años y atento a su labor, no se daba cuenta de mi presencia y yo lo observaba y meditaba sobre la capacidad de trabajo de personas como él. Cuando se dio cuenta de mi presencia, vino hacia mí y me dijo: “por ahí tengo alguna azada, ¿si la quiere?”. Yo me eché a reír y él continuó diciendo: “la vida exige trabajar por la sociedad con ahínco y dar sensación de honradez y buena fe. Una persona buena tiene siempre puertas abiertas, porque todos somos necesarios en la vida. Es bueno defender la bondad, la buena fe y respetar a los demás”. Entonces yo le dije: “debían contratarte a tí, que eres un sabio, para hablar a los gobernantes y a los gobernados sobre la crisis, que nos ha traído tantos parados. Lo de sabio no le debió de caer muy bien, pues me dijo: ”yo no soy más que un hortelano de perra gorda”. Me afirmó que lo que le agradaba era el chopo que se alzaba delante de nosotros. Estaba enamorado de un hermoso chopo que había nacido sólo con cinco o seis “brotones” y los muchachos que asistían a los cursos de jardinería los querían cortar, pero Daniel Calasanz les dijo: “no hay que cortarle las alas al árbol, aunque lo podamos encaminar” y logró unificar varios pies y lo enderezó hacia lo alto y se ensanchó, quedando, como él dice, en el más bello chopo de Huesca. Añadió: “ se pueden buscar formas a los árboles, pero no destruir los bosques”.” En la vida hay que tener ilusión e interés, pero por los seres vivos más que por los intereses”. A continuación me di a conocer y él se acordó de mí y me empezó a contar las preocupaciones y los dolores que le produjo su estancia en la Guerra Civil en Siétamo. Me dijo que una bala de fusil, le había perforado su pantalón y no le había causado ninguna herida.

Va a hacer cien años que Daniel nació en la Torre de Capuchinos, que era de Don Luis Mur Ventura, catedrático del Instituto, pero uno de los libros que escribió este profesor, estuvo inspirado en las ideas que le proporcionó el sabio padre del hijo también sabio, Don Daniel Calasanz.

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