miércoles, 4 de agosto de 2010

Conversación en el salón.-(Año 2003)

Hace aproximadamente unos siete años, estaban en Huesca, su ciudad natal, llamados por sus sentimientos y sus recuerdos infantiles de los pueblos de Quinzano, de Siétamo, de Chimillas, de Almudévar y de algunas personas, Pepín Bello, María Teresa Bescós Lasierra, que ha muerto hace muy poco tiempo, con cien años de vida, después de su hija, también llamada María Teresa Alamán y Bescós de segundo apellido y bastante más tarde que su hermana la escritora María Cruz Bescós.
Aquí, en nuestra capital, se encontraban con otros partícipes de su vida, con los que su familia convivió, José Antonio Llanas, casado con María Antonia Vázquez, gallega, como los antepasados del señor Bello y en cuyos corazones existe una sensibilidad por la nostalgia y la saudade y este Llanas Almudévar que, con su segundo apellido tenía su origen en Siétamo, como Kosti, cuyo auténtico nombre era Manuel Bescós Almudévar. Ambos fueron alcaldes de Huesca y escritores, que mantenían el interés de los oscenses sobre sus relatos, serios y a veces solemnes los de Silvio Kosti y más humorísticos y costumbristas los de José Antonio Llanas.
Pepín Bello, primo de María Teresa Bescós Lasierra y que como ella, en menos de un año alcanzará los cien, ha sido amigo íntimo de pintores, como Dalí, de cineastas, como Buñuel, de escritores, como Lorca y conocedor de filósofos como Aragón y ha sido un conversador eterno y además no cultivó ningún oficio en toda su vida. Al preguntarle un periodista que cual era su profesión, siendo amigo de tantos seres humanos, que se distinguieron en la ciencia y en el arte, él contestó”: Yo soy amigo de mis amigos “. Y esa amistad y esa afición a la conversación lo llevaba a reunirse, unas veces en el Aéreo Club o, por ejemplo en casa de José Antonio Llanas Almudévar.
Y me han dejado una cassette, que tiene gravada una conversación entre todos los personajes citados anteriormente y algunos más.
En la casete que me dejaron están las voces de los conversadores citados más arriba y el primero que habla es el gran Pepín Bello, que parece afirmar, porque no están bien grabadas las palabras: “¡ Hay que decir nuestras memorias y sentimientos Hay que decirlos, hay que decirlos!”.Tenía ganas de hablar y ya estaba en el salón de José Antonio Llanas Almudévar y se veía como si estuviera entre las “mámparas” o mamparas de la Codorniz, con sus bastidores escritos, unidos por goznes, que se abrían, se cerraban y se desplegaban, haciendo las palabras los mismos juegos que los biombos o cancelas. Y hablaba de que había que divertirse y divertir a los demás, hablando y hablando. Y María Teresa recordó los buenos ratos que le proporcionaba la lectura de la Cena de Baltasar Gracián, en la cual se divertía el autor y divertía a sus lectores. Entonces alguien manifestó el deseo de que se hiciera una antología de lecturas divertidas, diciendo José Antonio que algunas de esas obras estaban en el Indice, como unas fábulas de un fabulista moral, creo que Samaniego ,que escribió otras completamente inmorales. Yo las tuve, pero las di porque no cayeran en manos de mis hijos, entonces niños.
Pepín exclamó: ”¡ yo estoy a todo, menos a la razón!” . No sé si él creía en la teoría de Aragón, es decir en el surrealismo, que se interroga ¿qué clase de pensamiento es aquel que justifica una guerra con un millón de muertos?, ¿son esas muertes justicia válida para la humanidad?. Después de afirmar que estaba a todo, menos a la razón, decía: ”esto parece insensato, absurdo”; parece una invitación, que diga a los hombres y mujeres : “¡el caso es pecar!, pero yo le digo que cante poco”, ¡jo, jo, jo!, !que no ,que no!”;ese escaso cantar parece un consejo de Pepín para que no pequen mucho, es decir que no lleven el surrealismo, ¿o que lo lleven?, a situaciones exageradas. Pepín busca algo más real en la conversación, algo surrealista, algo más real que lo real, algo que signifique que habla por encima de la realidad.
Su amigo Dalí dijo que “el surrealismo, será el único ismo que subsistirá” pero parece ser que le pasará como a todos.
No se que tendría que ver Rafael Bescós con estos asuntos, pero dice Pepín: “hay que reconocer que Rafael estuvo también”,en una época en que atacaban la religión y “se marcharon todas las monjas”; añade que sus hermanas una vez fueron a estudiar con una señorita, que, “¿sabes quien la conoció? ,Emilio Castelar” .Una voz femenina añade que “era simpática y sabía francés, dándonos la clase en casa “. Otra voz femenina afirma: ”tú sabes, en vuestra casa las torres las forzaron y había una especie de arquillo…y me quedé muy triste”. Han girado los biombos de la conversación y se queda uno ayuno de que torres se trataba y cual era el arquillo, que las adornaba.
En estos momentos a través de las mamparas se oían menos ruidos y menos las risas claras y alegres de Teresa Bescós Lasierra, mezcladas con la palabra optimista y sonora de Pepín Bello Lasierra y acompañadas por sonidos de cucharas que golpeaban en los vasos y en los platos, pero comenzaron de nuevo las mamparas a girar, a abrirse y cerrarse repartiendo ráfagas de buen humor, cuando todos los asistentes se pusieron a contar el caso del gran perro mastín, que era de los militares y cuando éstos asistían a la misa de campaña, se ponía al lado del altar y lloraba ladrando, imitándolo Pepín, José Antonio y su hija María Teresa, reproduciendo sus ladridos :uuuuuh, uuuuuh, mientras reía María Teresa Bescós y María Antonia, que estaba con la taza y la cuchara en las manos, dándole helado a su hija, golpeaba la cucharilla contra la taza, como aquella que quiere animar más el movimiento de la mampara.
Se quedó un poco cortado José Antonio, al recordar lo que le pasó, con esta expresión: ”el tontolaba que estaba en la radio se me quedó las cintas”. Pero, aunque perdió alguna cinta, se acordaba de infinidad de anécdotas y a continuación de hablar del perro sacristán, contaba que “se ponía el perro de Mompradé en medio del patio y le iba a buscar el periódico”
Y casi al mismo tiempo, Pepín y José Antonio hablaban de las magníficas fotografías que del Pirineo, Compairé se dedicó a crear una gran colección, que ha hecho que los oscenses descubrieran el arte fotográfico.
Y José Antonio recordando sus años infantiles habla de los santeros de las ermitas, ya que al santero de Salas lo conocía porque iba a la farmacia de su padre con la “capilleta” de las Vírgenes, a recordar a la gente que hicieran oración y de paso, que le echaran una limosna en la caja petitoria, para poder vivir como ermitaño y en la ermita, donde “la gente no sabe la existencia en los santuarios de comedores y cuartos para dormir. Y los santeros esperaban el día en que hacían la romería las Cofradías, porque los cofrades los sentaban a comer con ellos”. Pero José Antonio cuando, con sus amigos iba a Salas a coger regaliz de palo, se encontraba al santero, que les daba agua de su botijo y era de agradecer porque por allí el agua no era potable.
Recuerda el monasterio de Loreto, la ermita de Cillas, cuyo santero cura tenía éxtasis, el santuario de San Cosme y San Damián, que fue tal vez el último de ellos, que tuvo santero, pagado por los condes de Guara y la de Santa Lucía, pero dice que en los años cuarenta, apareció por Huesca, una mujer pidiendo limosna para la Virgen de Torreciudad. ”Decía que se levantaría una iglesia enorme y que acudiría todo el mundo y la gente ignoraba la existencia de ese santuario”.
Efectivamente :”la casa desmontada, la casa montada”, pero ese pensamiento también acariciaba las mentes de los tertulianos, porque José Antonio preparó el desmontar su casa y montar otra en Huerrios, en la que parece que tuvo lugar esta conversación. Y Pepín habla de la casa que hizo su hermano en Almudévar, “con cocina de leña, esa era una cocina”, porque no cerraban las puertas y ”luego se cierran las puertas y está el candado y se cierra, como una salamandra”, al marcharse y añade “son bastardas ,no son mejor que en Madrid”. Sigue José Antonio y dice: ”en la torre Casaus era la chimenea de piedra tallada”; miraba a su alrededor y le interrumpían las mujeres: "si, si, si”. Se alegra la habitación. Se ríe María Teresa entre las risas de las mujeres, ante las palabras que pronuncia José Antonio”. Entre tanta alegría, se escuchan los ruidos de los platos.
Recordaron los asistentes al salón a Antonio Bello, cuando en el Aero-Club, se acercó a un grueso señor y le explicó que había comprado unos cocodrilos, que tenía en su finca de Almudévar y que ahora no sabía que hacer con ellos, ya que le estorbaban; a lo que le contestó: no se preocupe porque simplemente con un cuchillo, se desangran los cocodrilos. Bello le dijo: ¡el caso es sangrarlos bien! y además tenerlos que matar, ¡pobres animales!.y Pepín repetía :”el caso es sangrarlos bien!”. El señor consultado, conmovido exclamó: ¡bueno, ya iré a sangrarlos!.
Ahí, estaba el problema, porque José Antonio repitió: ¡el caso es sangrarlos bien!.
No los sangraron, porque realmente no existían los cocodrilos.

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