domingo, 28 de noviembre de 2010

El Instituto Ramón y Cajal, por los años cincuenta










Me he acordado del Instituto Ramón y Cajal de Huesca, al hablar con un amigo de mi hermano Jesús, con el que juntos estudiaban. He reflexionado sobre sus profesores, que formaban una cátedra de hombres y mujeres, que infundían un gran respeto por su sabiduría. Al oír pronunciar sus nombres me sentí impulsado a despojarme de la gorra, porque ¡Dios mío, qué respeto impone el ilustre nombre de Don Ricardo del Arco, que tantas obras escribió de la Historia de Aragón!. Me acuerdo de verlo pasear por el Coso, con su cabeza desprovista de cabellos, pero llena de ideas, con su cara redonda y con gafas de gruesos cristales. De Don Ramón Martín Blesa, me han recordado que era un hombre carismático, que buscaba el bien de los hombres y mujeres, sin olvidarse de sus tres hijos y dos hijas, cuyo porvenir le impulsó a ir a vivir en Zaragoza, para que pudieran realizar estudios universitarios. Su origen aragonés le inclinaba a vivir en Aragón, pues su primer apellido Martín se corresponde con el río que discurre por la provincia de Teruel, pasando al lado del pueblo de Blesa, con cuyos dos nombres coinciden sus apellidos. Su primera colocación la encontró en Mérida, donde conoció a Eulalia del Río que fue alumna suya. Logró ser destinado a Huesca, donde se encontraba muy bien y donde todavía, después de tantos años, hay muchos que se acuerdan de él y que lo quieren, como el farmacéutico don Francisco Almazán, que aparte de ser turolense, siguiendo los consejos de algún familiar de don Ramón Martín Blesa, se hizo una hermosa casa, en Chiclana, que se encuentra próxima a Cádiz. Allí convive muchas temporadas con su esposa e hijos, con la esposa de don Ramón, María Eulalia y con sus hijos, hijas y yernos. Para que sus hijos pudieran acceder a la Universidad, se vio atraído por la ciudad de Zaragoza, pero tuvo que bajar a vivir a la ciudad más sureña de España, es decir a Cádiz. En esta ciudad no se sintió desplazado porque era un hombre que se adaptaba con facilidad a todos los medios y a todas las personas, pues ya estaba acostumbrado a conocer distintos alumnos cada año. Alcanzó la cátedra de Termodinámica en la Escuela Náutica de Cádiz. Sacó también la cátedra de Química en Primero de Medicina. Se lo merecía porque antes de marchar de Huesca, ya le concedieron la Cruz de Alfonso X, el Sabio. .
En la finca de José María Puyuelo Sorribas, me encontré con el Coronel ya jubilado, Javier Martín Blesa y me asombré de encontrarme con un señor con los mismos apellidos que los de Don Ramón; le pregunté si era pariente suyo. Me dijo que era pariente un tanto lejano, pero que tenían un origen común en el pueblo de Blesa y en la cuenca del río turolense Martín. Pero aparte de recordar los orígenes en tierras de Teruel, me estuvo cantando la inteligencia de don Ramón, ya que todavía conserva su libro de Física, que él estudiaba en la Academia General Militar de Zaragoza. Cuando fue a la Academia de Toledo, siguió estudiando el mismo libro. Pero es curioso el placer que le producía estudiar temas tan serios, en un tan sencillo libro. Pero su cerebro no cesaba de crear ideas para traspasárselas a los jóvenes, pues sacó entre otras, la plaza de Química en el primer curso de Medicina. Javier Martín Blesa explicaba como todo el mundo hablaba maravillas de don Ramón, diciendo: ¡qué bueno era y qué buen profesor!. Se preocupaba de todo el mundo, como se preocupó de que sus hijos alcanzasen tres de ellos el puesto de catedráticos, como una hija suya alcanzó el cargo de Vicerrectora de la Universidad de Cádiz. Todavía seguían sonando los nombres de Don Virgilio Valenzuela, profesor de Filosofía, de Sánchez Tovar, que cuando te lo encontrabas, con su amabilidad, te contagiaba de la Historia de Aragón. El profesor de Lengua don Miguel Dolc, con su esposa Dolores Cabeza organizaron el año 1956 una obra teatral, que representaron en el Olimpia, titulada “La Santa Virreina”. Pero el año 1958, el día siete de Marzo, día de Santo Tomás, dirigidos por don Virgilio Valenzuela, los alumnos de sexto curso, entre los que se encontraban Francisco Almazán, Pardo , hijo del ferretero de la calle de Goya, Fernando Bagé, cuyo padre fabricaba básculas y la símpática chica María Fernanda Pesini, representaron la obra de Miguel Mihura, titulada “El caso del señor vestido de violeta”. Era el caso humorístico de un torero al que le entraba un complejo de “viejecita”, cuando se vestía de luces. El director del Teatro era don Virgilio Valenzuela, pero siempre estaba presente la colaboración del Director del Instituto Ramón y Cajal, don Ramón Martín Blesa, que intentando ayudar a sus alumnos, convertidos en actores, estaba entre los bastidores. Tenía inquietud por el cerebro de sus alumnos y trataba de guiarlos con las obras de Teatro, pero le preocupaba tanto la salud de sus cuerpos, pues formó un equipo de fútbol con el que se sentía unido, ya que se le veía correr por la banda del terreno de fútbol, animando y aconsejando a los jugadores. En dicho equipo jugaban, Ernesto Puertas, hijo de la profesora de dibujo, ”Fito” pariente mío de Santolaria, Antonio Escartín, casado hoy en día con la pintora, Maestra y poetisa Asunción Laplana, José María Franco, actual farmacéutico de la Farmacia Mingarro y entre otros muchos Carlos Auría que dirigió la Farmacia Auría.
Francisco Almazán jugaba al fútbol y ahora, desde Huesca, vive de los recuerdos de Don Ramón Martín Blesa, del que recibió formación y conserva una amistad, rayana con el parentesco de toda su familia.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Al ritmo

  La vieja hilaba, el tejedor tejía, la gallina escarbaba, el ciego tañía y la niña cantaba al bebé: ”Teje, teje ,tejedor, garras, garras de...