miércoles, 2 de febrero de 2011

El bovino ibérico y la memoria de los españoles


He estado hablando con José María Puyuelo Sorribas, natural de Ibieca y luego me he puesto a pensar y a recordar tiempos pasados y he llegado a la conclusión de que el pueblo español tenía necesidad de las capeas, de los encierros, de las corridas de toros y de la intervención de los caballos en esas luchas. Porque esos actos eran peleas entre dos especies, que se temían mutuamente y así como los hombres se amaban con el caballo y el asno, con el toro no encontraron formas pacíficas de tratarse. Han desaparecido en Ibieca, de donde habla Sorribas, los novillos enteros y los castrados, convertidos en bueyes, como además en casi todas las provincias de España. Ahora se habla de las vacas holandesas berrendas en negro, pacíficas y lecheras y el hombre no tiene necesidad de defenderse de su acoso, con lo que va disminuyendo la afición a las corridas de toros. Así como las vacas lecheras eran un gran negocio, sobre todo unidas a un “buen pozo de agua”, los vacunos ibéricos eran un problema como me contó Sorribas, al cantarme estas coplas: ”La vida del boyatero -es muy fácil de contar-todos los días labrando y el domingo a “pajentar”.- Lo primero es ir a misa-lo segundo es almorzar- y lo tercero es pensar donde es preciso ir a hacer mal”. Tenían aquellos animales para labrar y sus hembras para parir, pero además tenían aquellas vacas y novillos el “morro furo” o morro de fuego y había que tratarlas con mucha precaución, ya que sobre todo cuando parían, nadie se podía arrimar a ellas, porque atacaban. En cierta ocasión yendo a abrevar a la fuente se encontraron con varias mujeres de Ibieca con sus cántaros para llevar agua a sus domicilios, y las derribaron por el suelo con sus cántaros incluidos. La vaca más “fura” de ellas era originaria de Fuencalderas, al lado de Biel, en las Cinco Villas y cerca de Navarra, donde tenían sus raíces los pequeños toros ibéricos, de los que todavía le quedan algunas ganaderías. Y en aquellas zonas todavía celebran en sus fiestas las vaquillas y los encierros, que se celebran también en Egea. Este verano pasé por Carcastillo, último pueblo del Reino de Navarra y tuve que desviarme con el coche por que por las calles andaban sueltas las vaquillas. Dice José María que los novillos que traían de Lumbier de Navarra, daban muy buen resultado. Los tres últimos novillos de unos tres o cuatro meses, que compraron en su casa los trajeron de Tardienta, a donde los había llevado un tratante, que llamaban “Campando”. Desde Tardienta hasta Ibieca tuvo que conducirlos José María “Sorribas” y uno se imagina las dificultades que tendría que pasar por Sangarrén, por Albero Alto, por Fañanás para llegar al empalme de Liesa y de allí Ibieca, sin llevar trabas o estorbos, como se les ponía a muchos novillos cuando tenían que conducirlos lejos. En el corral de mi casa, antes de la Guerra Civil, me acuerdo de ver un pequeño rebaño de novillos con una cuerda atada en el cuello y en el otro extremo iba atada a un trozo de madero, que les impedía correr y atacar. Se iban haciendo grandes y tenían que castrarlos, porque se iban haciendo peligrosos. Los empleaban para labrar y para tirar de carros. Estos consistían en una plataforma, en este caso de cuatro ruedas, con una vara o lanza para enganchar a los bueyes. El carro lo hizo Pablo Bibián de mi pueblo, Siétamo, padre del Párroco de Pertusa, que por cierto es un gran amigo de los animales. Dieron un buen resultado dichos bueyes, porque cuatro mulas no supieron subir una trilladora a una era, pero José María con dos bueyes, la subió. Empleaban tiempo y ejercicios de educación con aquellos animales, por ejemplo para uncirlos con un yugo, se lo ponían y los dejaban ocho días sin soltarlos, en un campo donde crecía el pipirigallo, con lo que lograban ponerse de acuerdo para bajar y subir sus cabezas. José María Sorribas ha pasado de ser hijo de una modesta familia de labradores a regir un buen negocio, pero lo que no ha podido olvidar nunca es su trato con los novillos y bueyes, que le han clavado profundamente en su espíritu la afición a los toros, como a tantos otros españoles.

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