domingo, 21 de agosto de 2011

El jacetano Adolfo Almudévar Gabarre

Banaguas
Estuve en Jaca, hará unos dos meses y el jacetano Miguel Lagraba, hijo de un cheso y  de una ansotana, me llevó a contemplar una casa o chalet de aquellos de tiempos pasados, con su  terraza, que levantó antes del año 1936 un pintor y que alquiló a mi padre, durante unos dos años en la Guerra Civil. Aquellos colores que lucía el chalet y de los que me acuerdo con ilusión, habían desaparecido, porque alguien los había blanqueado. Eran muchos los colores de los que me acordaba, incluso del negro triste que producían los bombardeos de la aviación, que hacían bajar del piso de arriba a un abogado de Huesca, refugiado como nosotros, al nuestro y allí con la negra música de las bombas, se abrazaba con su esposa, llegando a caerse al suelo, en cierta ocasión. Era triste el ambiente, pero a mí me producía extrañeza contemplar ese baile, en que la pareja iba a parar al suelo. Estaba cerca el polvorín y venían refugiados de la parte de Sabiñánigo.  Allí estábamos mis padres,  mi abuela Agustina,  mi tía Rosa y los seis hermanos,  a saber Mariví , Manolo, María , un servidor, a saber Ignacio, Luis y el pequeño Jesús, padre con Lurdes Gabarre, más tarde, de Adolfo, José Manuel, Luis y Jesús. Mi hermano el pequeño no se acordaba ya de Siétamo y vivía feliz en Jaca, donde acudía al colegio y un día se perdió y toda la familia anduvimos buscándolo por toda la ciudad de Jaca, hasta que una jacetana, con todo cariño vino a decirnos que lo había encontrado. Parece que todos los colores eran o se aproximaban al negro, aunque en el Parque se alegraba uno ante los variados colores de las flores y del verde de las hojas, pero donde un día cualquiera murió por una bomba de aviación una niña, que había venido refugiada desde Tabernas de Isuela, en medio de aquel paisaje de colores. Yo iba a Santa Ana  y un día, que no hice los deberes, como exigía la hermana de Santa Ana,  nos dejó a un amigo llamado Ventura, hijo de una bella señora viuda y que también era un refugiado de Huesca, castigados en clase  a la hora del medio día, hasta que hiciéramos un trabajo cada uno de nosotros. Yo lo hice, pero a nombre de Ventura, que me lo había pedido. Cuando llegó la monja,  soltó a mi compañero y a mí,  me dejó castigado sin ir a comer.
A mí no me quedaron ganas de quedarme en Jaca, porque lo que quería era volver a mi pueblo de Siétamo, a arreglar todos los destrozos que había producido la Guerra Civil. En cambio a Jesús le iba creciendo el amor a Jaca, de tal manera que cuando acabó la carrera fue a trabajar a esta bella ciudad y allí ha muerto, después de jubilado. Si no por el color negro que llevaba consigo dicha Guerra, la vida jacetana era agradable. Mi hermano mayor, Manolo estudiaba en los Escolapios y aunque un trozo de metralla  le   dio  en el cinturón, él era feliz. Mis hermanas  Mariví y María, se preocupaban de los hermanos pequeños,  entre otros objetivos el de traernos y llevarnos a los colegios.  Teníamos en Jaca un primo hermano de mi padre, llamado don Paco Ripa Casaus con un hijo y una hija, que vivían en la Calle Mayor, donde todavía tienen su casa, con una hermosa capilla, con ornamentos y cálices. Su segundo apellido, es decir Casaus venía de los Casaus, que habían estudiado en Francia y de los que uno se casó con Pilar López del pueblo de Botaya, al pie de San Juan de la Peña. Mi padre y Paco Ripa eran nietos de los Casaus  y por parte de sus madres, venían de la parte más pura de Jaca,  es decir de San Juan de la Peña. Cuando llegó la Desamortización de Mendizabal, yo creo que fueron los vecinos de Botaya a recoger objetos sagrados y libros y, para mí, que fue mi abuela Pilar López, de Botaya la que guardó un libro, recogido en el Monasterio, escrito por el Doctor Don Domingo de la Ripa, “Monje Benito Claustral, Enfermero, Prior Conventual, que fue del Sagrado, y Real Claustro de San Juan de la Peña, y Visitador  General de la Congregación Tarraconense, y Cesaraugustana: Examinador Sinodal en el Obispado de Jaca, y Coronista Creado por su Magestad, y Cuatro Brazos, en las Cortes del Reyno de Aragón”. Fue impreso en Zaragoza en M.DC.LXXXVIII. Don Paco Ripa tenía el mismo apellido que el autor de este libro y era un auténtico y elegante caballero, con sombrero y acciones buenas,  pues nos dejó colchones y mantas como refugiados. Nos acompañaba por Jaca y en cierta ocasión nos llevó a un templete, ya derribado, en el que esperaban todos los años a los que desde Yebra de Basa venían procesionalmente para venerar a Santa Orosia. Aquella procesión me dio luz pero por otro lado me persiguió la negritud de aquellos seres humanos, hombres y mujeres, anormales, de los que decían que estaban endemoniados. Presenciando tal ceremonia, estábamos mis hermanos Luis, Jesús y yo mismo, acompañados por Paco Ripa y por mi padre.
Allí, en esa romería del pasado, estuvimos los Almudévar Zamora, esperando que mi hermano Jesús acabara su carrera agraria y pasara a vivir  y a morir en Jaca, acompañado por su esposa Lurdes Gabarre y más tarde por sus cuatro hijos. Hemos considerado los apellidos Almudévar, Zamora, Casaus, Ripa y López de Botaya y ahora entrará el de Gabarre. Desde Ligüerre de Ara por un camino, que sube a la Sierra de Galardón, pasando por la ermita en ruinas de Santiago, se llega al desaparecido poblado medieval de Gabarre, que se encuentra a 1.322 metros de altitud.  Efectivamente  Lurdes Gabarre y mi hermano Jesús se enamoraron y se casaron en Huesca en la Compañía de Jesús y en Jaca se dedicaron a preocuparse de las cuatro vidas que trajeron al mundo, que son las de Adolfo, Jesús,  José Manuel  y Luis. ¡Qué ambiente tan blanco surgió en esa familia Almudévar-Gabarre,  donde su padre Jesús se dedicaba a ellos, ”y revivían en sus corazones las ilusiones de sus primeras comuniones y de la boda de José, allá en Madrid y de sus vidas que vinieron al mundo en Jaca y en ella estudiaron e hicieron deporte y rezaron en la antigua  Catedral”.”Mi hermano Jesús, el pequeño era grande porque no sólo tenía altura corporal, sino que también era alto de espíritu, aficionado al deporte, conversador con los amigos y con una vocación profesional en Extensión Agraria, que le llevaba a buscar el bien de los campesinos de la Montaña de Jaca. Hace unos dos meses, me contó un ciudadano de esta capital de nuestra Montaña, que cuando él era joven, un día estaba trabajando de jornalero en el monte, cuando llegó Jesús, que le dijo : ”vente mañana mismo por la oficina, que te buscaré medios para que no seas toda tu vida un jornalero, sino un hombre trabajador, pero con buen porvenir”.
A Jaca acudíamos y era un placer observar una “cuadrilla” de cuatro niños, amados por su buena madre Lurdes, hasta que José Manuel se casó en Madrid, donde recibe a sus primos con gran cariño. Jesús y Luis se fueron a Zaragoza y su madre y su padre acabaron marchando también a esta capital. Jesús ama a Carmen  y han tenido  un niño, llamado Lucas, que se parece a su madre y a su abuelo. Queda Adolfo, al que su padre le ayudó a sacar la carrera de Geología y que trabaja en el sector del petróleo. Hace unos meses salió en una revista de Jaca, en la que habla de los jacetanos por el mundo. La leí con entusiasmo, pero la perdí; se lo dije a Carmen y me mandó una copia,   en la que va a ser Adolfo el que hable de sí mismo. Empieza diciendo : ”Me llamo Adolfo Almudévar  Gabarre. Llevo nueve años en el sector del petróleo y desde hace dos, trabajo en las plataformas de Noruega, aunque vivo en Jaca donde nací el Primer Viernes de Mayo de 1968”. Su niñez la vivió en Jaca, donde como dice Adolfo la vida se disfrutaba como en cualquier país del Sur de Europa y se confirma esta afirmación al decir:”Unos seis mil noruegos viven de forma permanente en Alicante”. Se pregunta Adolfo a sí mismo, ¿es esta vida en la Costa Oeste de Noruega, donde tanto llueve, la de un paraíso?. Por un lado le parece que sí, porque los salarios son altos, pero añade que también los precios y los impuestos. Además tiene el derecho de acordarse de su vida en Jaca,  en el Sur de Europa, donde goza el placer de la conversación con los amigos, unas veces en el fútbol  o en otros deportes y sobre todo en las meriendas que organizan unas veces en los domicilios  y otras en las excursiones que hacen por la Montaña. Adolfo reflexiona sobre la diferencia que existe entre la vida en Noruega y la que él gozó en Jaca, porque dice que “el modo de vida tiene poco que ver con el que disfrutamos en el Sur de Europa”· Continúa diciendo: “Aquí la vida social se hace de puertas adentro (sobre todo en invierno) y todo está más programado, es menos espontáneo”. En  Jaca, su vida era de “puertas afuera”, porque hablaba con su padre, con su madre y se reía con José, con Jesús y con Luis. Tenía y todavía sigue teniendo amigos jacetanos, con los que jugaba, hacía deporte y en invierno esquiaba y en verano escalaba por aquella Montaña y a veces rezaba en el lugar sagrado de Aragón, es decir en San Juan de la Peña. En ocasiones acudía a ver a sus primos de Barbués, donde se bañaba y vio como su padre iba convirtiendo esa finca de secano en huerta. También en ocasiones acudía a la casa de su padre en Siétamo, donde se lanzaba al agua de la piscina como se lanzan las ranas.
Estudió en el Sur de España, es decir en Andalucía y allí pudo gozar de la alegría del trato con compañeros andaluces, de esos que hacen gozar en España a los miles de noruegos, que encuentran la alegría en el Sur de Europa. Adolfo cuando viene a vernos con su moto, está lleno de alegría,  porque no para de hablar y de reírse, como un joven que está gozando de la libertad del Sur, porque al Norte hace su vida social “más de puertas adentro” y así como en Jaca se ve la blanca nieve que reina sobre las cimas del Pirineo,  el cielo está claro y alegre, pero en la Costa Oeste de Noruega, llueve y está el ambiente más oscuro.
Estas situaciones hacen reflexionar a Adolfo que escribe: “en veinticuatro horas he pasado de mis días de descanso en la primavera jacetana, al trabajo en el frío Mar del Norte. ( Frío, pero luminoso cuando escribo esto en Junio: en esta época del año, a esta latitud el sol desaparece solamente por unas pocas horas y más al Norte nunca). El mismo Adolfo se fija en el Sol, que hace que el cielo sea luminoso en Jaca y en el mar del Norte “desaparece solamente por unas horas y más al Norte, nunca”. Estas observaciones le dan luz para comprender lo que es la vida, porque es feliz cuando comienza el viaje para ir a trabajar”, pues de Jaca baja a Zaragoza, donde aprovecha para visitar a la familia” y le entra un poco de nostalgia cuando marcha de Madrid a Oslo y  después a su plataforma, donde trabajará doce horas diarias durante dos semanas, ”la primera de noche y la segunda de día”. Pero Adolfo sigue contando las condiciones en que se desenvuelve la vida en las plataformas del petróleo y afirma “pero no todo va a ser trabajar; en las pocas horas libres que tenemos, se puede ir al gimnasio,al solárium o a ver alguna película” y a veces “tenemos entretenimiento extra con la visita de otros habitantes del mar…es frecuente ver los peces que rondan la plataforma”,como “los bacalaos,merluzas, rapes…y hasta alguna ballena de vez en cuando”.
Pero el tiempo libre en que le dan vacaciones muy frecuentes, no puede olvidarse de su ciudad natal, Jaca, en “la que sigue haciendo cosas normales: leer el periódico, ver una película, tomar el aperitivo, para empezar un pincho de tortilla, que se echa de menos allá arriba”. Pero aprovecha para vivir  con su familia, que vive entre Madrid y Zaragoza y con los amigos jacetanos, de los que algunos viven de Jaca y otros por el mundo. Ahora tiene un sobrino, inteligente, guapo y simpático, que se llama Lucas y que vive en Zaragoza, al que le cuenta los ratos que pasa con las ballenas y los delfines. Pero el día veinte de Agosto de este año de 2011, cuando estaba escribiendo sobre el jacetano Adolfo, se presentó en mi casa de Siétamo, acompañado por su esposa y una niña y un niño sonrientes, Juan Casbas Puértolas, pintor y escultor. Se trata del dueño de la casa que heredó de su abuelo en el pueblo cercano a Jaca de Banaguás, de la que tiene un piso alquilado a Adolfo. Les une a ambos el hecho de ser jacetanos y el deseo de Adolfo de vivir siempre en Jaca. Juan es amigo y antiguo compañero de colegio de los cuatro hermanos Almudévar Gabarre. Tiene la misma edad que Jesús  ,unos cuarenta años. Es una persona sensible, pues habla de los cuatro hermanos con cariño y especialmente de Jesus, del que dice que le gustaba el arte y si hubiera podido seguir estudiando hubiera llegado a ser un talento de las Bellas Artes. En tanto Adolfo trabaja en lejanas tierras, Jesús, el sensible y enamorado de Carmen es el padre del niño Lucas y cuida con Luis, a su madre que vive en Zaragoza. Me dijo que iba a visitar el pueblo de Abiego, y esto me recordó aquella ocasión, no hace mucho tiempo, en que fuimos con mi hermano Jesús al mismo lugar, donde visitamos el viejo Monasterio. Allí estaban varios jóvenes, que formaban una sociedad para la conservación de dicho monasterio y mi hermano, sensible como sus hijos, les dio dinero para que trabajaran en esa misión por la vieja cultura de Abiego,  a orillas del río Alcanadre. Le dije a Juan que cuando visitaran el Convento, rezara un Padrenuestro por Jesús.
Y Adolfo se pregunta a sí mismo: ¿Qué me gusta y qué no me gusta de mi trabajo? Y tú te contestas que “ se acostumbre uno a todo en la vida” y yo al recorrer la vida de tus familiares, pienso, como piensas tú, que “estar en contacto constante con otras formas de ver la vida, es una buena forma de aprender y también de conocerse mejor a uno mismo y al país de donde uno viene”.

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