jueves, 4 de agosto de 2011

Familias de Junzano



Hemos subido con el coche de Joaquín Borruel,  hijo de Siétamo, con Carmen  Dieste de Labata y con Joaquina de Bruis de Siétamo, al pueblo de Junzano, a visitar a la familia de casa Morrano. Nicolás Morrano Naval, nacido en 1913, era el dueño de esta casa con su patrimonio y permaneció soltero toda su vida. Su hermana  Matilde heredó todo aquello, y se casó con Antonio Fañanás Lafarga de La Almunia del Romeral. Con su marido se fue a vivir a La Almunia, para más tarde se fueron  a vivir a Barcelona, y allí  tuvieron tres hijas. La mayor se llama María Luisa, que ha permanecido soltera, Conchita casada con José Alquézar del pueblo turolense de Molinos, del que me cuenta que posee una cueva prehistórica,  que fue descubierta  hace muy poco tiempo. En aquellas cuevas se contemplan numerosos lugares, adornados por el tiempo con estalactitas y estalagmitas, que son como candelabros de hielo, que algunas veces, adornan como si fueran columnas de aquellas profundidades. La hermana pequeña se llama Mercedes y está casada con Emérito Ibar, de un pueblo de Guadalajara. Tienen dos hijas y un hijo, que se educan en Barcelona, donde viven.
Tenían estas hermanas la casa de su padre  en La Almunia del Romeral, que al quedarse medio en ruinas, decidieron volver a pasar sus vacaciones en  casa de Morrano,  propiedad de su madre Matilde, en Junzano. Esta casa es un verdadero palacio, porque al entrar en ella, descubres la cuadra para dos pares de mulas y un asno, con su pajera, su corral con el gallinero donde las gallinas les ponían los verdaderos huevos de corral y en una “zolle”, engordaban los cerdos de los que sacaban jamones para comer durante el año. En aquellos tiempos su tío Nicolás y su madre Matilde, no ganaban el dinero como dicen que ahora se gana, pero comían no sólo  jamón y huevos, sino almendras, con las que hacían turrón, cogían olivas de las que obtenían el aceite para aliñar su comida y para encender la luz de los candiles y aplicarse aceite en las heridas y además producían vino obtenido de la verdes viñas,  que todavía se ven por el monte de Junzano. Detrás de casa se entra en un pequeño huerto, en el que todo el año producían verduras y lo regaban con las aguas de un pozo de piedra, que todavía conserva el pozal con el que extraían el agua. Se ven en muchas casas estos huertos, de los que recuerdo el huertico de casa Bailo de Velillas, que regaban no con un pozal, sino con una balsa. Se valían de un cigoñal o cigüeñal, que consistía en un fuerte y largo palo, que se apoyaba horizontalmente, sobre otro vertical, que por abajo se clavaba en tierra y por arriba formaba como una letra Y griega. Tenía el palo horizontal, dos partes una más corta, con un objeto de peso un poco mayor que el de un pozal lleno de agua y la otra más larga, en cuyo extremo se colgaba un pozal,  que al introducirlo en el agua se llenaba y el brazo corto con su peso, lo hacía subir y al llegar arriba, lo vaciaban en una pequeña acequia, por la el agua corría a regar las verduras
Por arriba se veían cuadros, algunos hechos por alguna de las hermanas y otros de santos, santas y Vírgenes que protegían a los habitantes de la casa de los males y de las enfermedades. El turolense o teruelino José Alquézar me mostró un cuadro de la Cueva de Molinos en que se ven las estalagtitas y las estalagmitas. Me cantó una copla que cantan en Molinos y que dice así: ”En Berge está una culebra y en Alcorisa el garaje y en Molinos  las chicas guapas, para tirar al Barranco”. En casa Morrano reinaba la devoción y el respeto, pero en Molinos había algún personaje diabólico, que en lugar de querer a las chicas guapas para que trajeran niños y niñas al mundo,  las quería para echárselas al demonio en el Barranco.   
Con esta copla de Molinos, salimos José Alquézar  y yo de Casa Morrano,  para ir  a conocer la que ellos llaman Casa Rural, pero que yo creo que es un nombre equivocado, pues al contemplarlo dan ganas de llamarlo Hotel Rural. Por fuera es maravilloso porque es una obra con carácter y estilo Aragonés, ya que su parte inferíos es de piedra y el resto superior de “ladrillo caravista”. Me alegré cuando me dijeron que sus constructores fueron los hermanos Calvo de Siétamo y que está levantado en un solar que fue de su padre, el hijo de Junzano Erminio.  Dentro del Hotel se ven por todas sus partes apartamentos, brillantes por los finos mosaicos,  que han empleado en su construcción y con sus cuartos de estar, con una cocina, en la que para consumir algo,  no hay más quehacer  que acercarse a un mostrador. Hay espacios sin cubrir, en los que hay mesas con  periódicos y revistas, y donde los turistas  pueden    ocupar sillas y conversar. Por fin subimos a la alta terraza de la parte alta , que ofrece a la vista la Sierra de Guara con pueblos como Morrano  o Santolaria y bajando la mirada se siente la presencia de la casa,  ya visitada, de Morrano que heredaron de su madre, el huerto con su pozo y la pequeña terraza, protegida de los vientos, en  que me contaba María Isabel que pasaban muchos ratos en que se relajaban las hermanas y el cuñado, de los ratos vertiginosos y llenos de dificultades, que pasaban en Barcelona. Confiesa María Luisa, y me dio la impresión de que lo hacía con lágrimas en los ojos,  que cuando están en la pequeña terraza invadidos por el silencio, algunas veces, se oyen los motores  de los pocos tractores que por allí cerca pasan. En un solar debajo de la terraza se ve un caballo, que a veces relincha, como aquel que quiere comunicarse con sus vecinos. Antes de salir de la gran  terraza, María Luisa reconoce que le gusta más escuchar el canto de los grillos y de las cigarras  o “ferfetas”, pero lo que la hace feliz como si estuviera en el cielo, es oír cantar a las golondrinas.
Al salir de la casa hotel, nos encontramos con la calle, que a un lado está limitada por una pared de piedras antiguas, que contrastan con las nuevas de la casa rural turística y que baja hacia unos espacios verdes y arbolados, que llenan el corazón de esperanza.
Aquellos que tan amables se mostraron con nosotros, no quisieron despedirnos sin ir a ver y a rezar un avemaría a la Virgen de Torolluela, patrona de Junzano, que vigila el mundo desde un altar de la Iglesia Parroquial. Está hermosa, a pesar de haber sufrido durante la guerra civil malos tratos de gentes, como aquel de Molinos que quería tirar a las chicas vírgenes en el Barranco. La cabeza de la Virgen y el niño son las mismas que ha poseído la Virgen durante muchos años y fue un hijo de Junzano el que las recogió y escondió, para volvérselas a poner a la Virgen de Torrolluala. Nos marchamos de Junzano bendecidos y bendiciendo nosotros a la Familia Morrano.

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