miércoles, 24 de agosto de 2011

Niños en bicicleta, viajaron y viajan a Huerrios





Cuando tenía diez años, hace ya cincuenta, el señor Campo, iba de paseo con sus amigos, cada uno en su bicicleta. No estaban éstas muy dotadas de técnicas,  como las actuales que tienen tantas  tecnologías, que a veces no las saben ni emplear. Entonces eran las bicicletas un poco viejas, porque si no se las arreglaban ellos, nadie se las reparaba. Es más, a veces tenían que frenar y lo hacían con las suelas de las sandalias o alpargatas, que eran las que con más frecuencia se calzaban. Pero no me ha explicado el señor Campo nada de los monumentos ni de las fuentes, que en el camino podían encontrar, porque no los veían, hasta llegar a Huerrios,  ya que por  el camino sólo tenían que pasar por el original puente sobre el ferrocarril. En este pueblo de Huerrios, aquella fuente era la “fuente de la alegría”, además de la del agua, porque la daba abundante, fresca y sentaba, según me contaba el señor Campo, de maravilla. Pero no les distraía el agua exclusivamente, sino unos animalitos de esos, que viven y se cuidan por el agua, a saber los cangrejos, pero de esos que ya no quedan, porque se trataba de cangrejos autóctonos, que han desparecido de estas zonas y además de casi todas. Aquella especie de cangrejos era de lo más simpático del mundo de las fuentes, en las que brotaba el agua, como en la de Huerrios y corría por las acequias, por las que llegaba dicha agua a los huertos. Pero cuando llegaba Campo  con sus amigos, los pescaban con un “retel”, que era como una red, sujetada por arriba con un alambre, doblado en círculo, que se ataba con  dos o tres cuerdas y por arriba se dejaban los extremos sobre la margen de la acequia. En el fondo del retel ponían un cebo, que adquirían en alguna carnicería, consistente en hígado molido, que atraía a los cangrejos a comérselo. Cuando observaban que ya estaban varios cangrejos dentro del retel,  levantaban las cuerdas, que habían apoyado en las márgenes y ya los  tenían en sus manos. Cuando se marchaban, los repartían sin ninguna  disputa entre los pescadores, lo que demuestra que aquellos niños tenían un corazón noble y no como muchos políticos, que se ponían a arreglar la economía del mundo, sin saber hacerlo. Los niños no sabían arreglar sus bicicletas, pero las hacían rodar camino de la fuente. Y Campo exclamó ante la presencia de estos niños pescadores: “ ahora no se ve en la fuente a  los niños, porque ya no queda pescado, pero yo añadí : los mayores acuden más a los dólares, que también se van acabando”.
Pero a mí me ha emocionado la observación de Campo de que al lado del puente sobre el ferrocarril, al lado del camino viejo de la derecha, se sentaban debajo de un litonero, o almez, en castellano . Campos ya duda de si existirá todavía ese litoneros,  pues han pasado muchos años desde que tomaban su sombra. Yo mismo,  he visto muchos litoneros por todo el Samontano, pero en Huesca sólo se pueden contemplar los que se alzan en la Avenida que va a San Jorge, entre el edificio de la Seguridad Social y al otro lado el Pabellón del Deporte. Cuando llegaba el tiempo de su maduración cogían los litones y después de mordidos y chupados, con una cañita o cañeta como le decimos por aquí, lanzaban los cascos o huesos entre ellos, de un modo que parecían guerras pacíficas. A veces el que estaba subido en el árbol para coger litones, parecía un hombre primitivo y moderno al mismo tiempo, porque soñaba en la Naturaleza y gozaba de los frutos del campo y de los cangrejos de la fuente de Huerrios.  

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