viernes, 25 de noviembre de 2011

A Jesús Vallés Almudévar (1-IX-2004)


No sé si mi primo Jesús Vallés Almudévar hubiera resultado un trotamundos, si no hubiera ocurrió en su temprana edad lo que a él le pasó, pero no me cabe la menor duda de que ha resultado un peregrino a lo largo de su vida, es decir, como un trotamundos elevado, que siempre va caminando en busca de su prójimo, para ayudarle, como queriendo dar lo que él no recibió en su niñez. Siendo todavía niño iba a Fañanás, volvía a Huesca, volvía a Fañanás, pero la última vez que llegó a este pueblo estalló la Guerra Civil y se quedó en unos instantes sin madre y sin uno de sus pequeños hermanos. Se quedó solo, como la Virgen de la Soledad, aunque alguna persona trató de cuidarlo, pero en realidad estaba sin norte, sin dirección, sin aquel cariño materno que tanto necesitan los niños. Y siguió su peregrinación de trotamundos porque lo llevaron a Ola, fue a Siétamo, a la montaña, a Ordesa, hasta que acabó la guerra. Y tanto como viajaba su cuerpo, viajaba su alma, como buscando su corazón y su tempranamente el mandato y los sentimientos de su madre y la compañía de su hermano,pero al acabar la guerra, su cuerpo siguió el viaje a Huesca, donde se encontró con sus hermanos y con su hermana, que era toda bondad, y que lo querían, ya que habían sufrido tanto tiempo con su ausencia y su soledad. Siguió usando sus pies, sin pisar nunca el acelerador de un coche, pero él sentía la necesidad de convertir su trotamundismo en peregrinaje, porque sentía la llamada de su madre y de sus hermanos, que le recordaban las palabras del Miércoles de Ceniza: “Memento homo, quia pulvis es et in pulverem reverteris”. Así se impregnó su vida en unos ideales a los que su corazón y su mente se sometían como obedeciendo el mandato de su madre y de su hermano. Le acompañaban el resto de sus hermanos, su buena hermana que lo adoraba, su sobrina que lo quería, y sintió la necesidad de ingresar en el Seminario. Ha estado muchos años al servicio de la Iglesia, celebrando hace muy pocos años el cincuenta aniversario de su consagración.
Sus últimos años ha estado al servicio de la Parroquia de San Pedro el Viejo, donde ha inspirado la disposición de la capilla de la Torre de la Iglesia y parece recordar a sus hermanos en las bellas imágenes de San Justo y San Pastor, rodeados de custodias y cálices, que tanto ha reverenciado él durante sus largos años de servicio en los altares. Con esa cúpula, esos arcos y las luces que entran por las bellas ventanas de esa capilla románicogótica, parece unir en la Gloria a su madre y a sus hermanos con Cristo, con la Virgen de la Soledad y con los santos Justo y Pastor. Durante su vida siempre calló la muerte de los suyos, pero pensaba en ellos. Contemplar esta historia es como si estuviéramos escuchando la unidad, durante toda la eternidad, entre Dios y los hombres.

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