domingo, 6 de noviembre de 2011

María Antonia Vazquez Añón cumple noventa años




Para Dios no existe ni pasado ni futuro, porque todo está presente para Él.  Pero, sin depender del tiempo, al crear a la humanidad, dio lugar a la creación de  ese tiempo, porque el primer niño que vino al mundo, lo hizo en un momento preciso, a partir del cual no cesó de pasarle el citado tiempo, porque después de niño, pasó a ser joven, después adulto y más tarde anciano. Y tú, María Antonia, que naciste en Puente Ceso, has vivido un largo tiempo, desde tu niñez, bajo el amor de tus padres y la alegría de tus múltiples hermanos, en esa tierra galáica, llena de poesía y de música de gaita. Y te acuerdas de tu infancia, como lo hacía tu paisano el poeta Don Ramón del Valle Inclán, que escribió: “Esta emoción divina de la infancia-cuando felices el camino andamos- y todo se disuelve en la fragancia- de un Domingo de Ramos”. “En mi ardor infantil no cupo el miedo,-la vaca vino a mí, de luz dorada,- y en sus ojos enormes, con el dedo-quise tocar la claridad sagrada”.Pero en tí se creó un complejo porque siempre has dicho que cuando tú naciste, tu madre no estaba en casa, como si tu buena madre, al tener tantos hijos, no te hubiera hecho mucho caso. Tú tienes el complejo de haber venido al mundo en medio de catorce hermanos y al llegar  tu madurez, te encontraste en tu casa con José María, Luisa, Lourdes y Teresina, a la que querías,  porque siempre le arreglaste el moño. Además las puertas de tu piso siempre estaban abiertas a todo el mundo y en la sala de la música, que estaba llena de instrumentos musicales, siempre había personas escuchando a tus hijos cómo los hacían sonar. Allí estaba, a veces Marieta Pérez, dueña de la imprenta que estaba al lado de tu casa, otras mi hermano Manolo, con tus hijos, escuchando algún bello disco. Antonia tú, también tocabas el piano y educabas musicalmente a tus hijos, pues me acuerdo de José Antonio, que cuando tenía tan sólo ocho años, ya tocaba el órgano en la parroquia de Santo Domingo. A todos tus hijos enseñaste la música, porque siempre que tenías ocasión,  les tocabas en el piano, la Marcha Real. Pero no era exclusivamente el piano el que te dominaba, sino también la poesía, pues  cuando voy a verte, me recitas alguno de tus versos. En la poesía has imitado a tu hermana Fina, porque la admitas y veneras, como al “gurú” de la poesía. Tu paisano el poeta Ramón del Valle Inclán, define con su poesía el ambiente en que pasaste tu madurez, cuando dices:”Flor del Sol  enciende mi verso poético-que hace geometría con el español y en la ardiente selva de un mundo alegórico, mi flauta preludia: Do, Re, Mi, Fa, Sol”. Y con este sonar musical, estudiaban tus hijos Lorenzo, Pablo y Feliciano, que han hecho de “la vida como un luminoso canto”.
Y pasaste, María Antonia, de la infancia a la juventud y te acordaste de Rubén Darío, cuando se expresaba así:” Juventud, divino tesoro, ya te vas para no volver,-cuando quiero llorar no lloro- y a veces, lloro sin querer”. Porque en la sagrada ciudad de Santiago de Compostela, donde tu delicado y delgado cuerpo paseaba, acompañada por José Antonio, por sus “rúas” o calles a la vista de la Catedral, donde lanzan incienso a Santiago, tu cerebro se enriquecía y tu corazón componía versos. Y allí os enamorasteis tú y el que iba a ser tu esposo, José Antonio Llanas Almudévar, hombre intelectual y sensitivo, pues dentro de él vivían las riquezas intelectuales de su tío carnal Llanas Aguilaniedo, que profetizaron las luchas terribles de la Guerra y con sus tristes quince años, nos esperó cuando éramos sus primo- hermanos de Siétamo, los que peregrinaban, huyendo de la lucha. Y surgió la boda y me dijisteis que en vuestro viaje nupcial vendríais a verme al Colegio de San Viator de Escoriaza. No pudisteis acudir, vinisteis a esta ciudad de Huesca  y comenzó para ti, la madurez. Trajisteis al mundo a una niña, de nombre María Teresa, que por amor, ha ligado vuestras vidas.  Su cuerpo ha padecido y su ilusión le ha sonreído y la ha convertido en el centro de la familia que ha nacido de María Antonia Vázquez y de José Antonio Llanas Almudévar. Y María Teresa, con su salud delicada, que parecía que iba a producir tristeza en sus familiares, ha producido alegría, humor y conversación que es capaz de entretener a todo el que a ella, puede acercarse. Y tu María Antonia, que estás siempre cerca de ella, eres feliz, porque os amáis y si tú, no te has ido de la vida, ha sido porque ella te ha necesitado, como tu María Teresa amas a tu madre y la necesitas. Y tu María Antonia has llegado a la madurez y la has pasado, pues has llegado  a los noventa años de edad. Así describe  Ramón del Valle Inclán, la edad de la ancianidad: ”Es la hora de la gallina:-el cementerio tiene luces-se santiguan ante las cruces-las beatas y el viento “agoina”. “¡Es la hora de la gallina!”. Tienes muchos años, ¡María Antonia!, pero no eres vieja porque, pensando en tu hija, sueñas versos como los siguientes:”Quisiera estar contigo,- y poder hacerte una cruz sobre la frente”. Y tu hija María Teresa es feliz contigo y sois ambas piadosas. Porque María Teresa con sus años, ya de madurez, conversa con la gente ,en Huesca ,en Andalucía, en la calle y en la playa y os mantiene a las dos con ilusión, jóvenes y felices.
A ti,  María Antonia, te protegen, especialmente, tu hijo José Antonio, tu hija María Pilar y ambos adoran a Teresa, porque a Teresa la quieren, la cuidan y la complacen. Y Teresa le da vida a su madre, porque si quisiera un día subir a una montaña, María Antonia sería capaz de escalar  el Himmalaya. Pero no hay que olvidar a un ángel que vino de Rumanía, que se llama Elena y está durante veinticuatro horas al lado de la madre, ya mayor y de la hija, ya madura y las protege, las cuida con el mayor esmero del mundo, pues les hace todo, además de  cuidarlas, les escucha las tristezas y las atiende en los desvelos nocturnos. Es Elena un ángel, que María Antonia y María Teresa se lo merecían. En tanto su hermana Pilar goza de vivir en familia con las dos y con el ángel de Rumanía.
¡María Antonia y Teresa, con un ángel como Elena, no os preocupéis, que llegaréis a los cien años de vida!. 

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