lunes, 7 de noviembre de 2011

Naya de Coscullano



José Naya vivía en Coscullano, pero en lugar de subir la Sierra y marcharse a los Pirineos o bajar a la Tierra Baja, recorrió la ladera de la Sierra de Guara y se arregló de pastor en San Román de Morrano, al pie de la misma Sierra.  En Coscullano se le murió su esposa y yo no sé si sería por este motivo, que  al  recordarla, se  le llenaba el alma de tristeza. Ya debía ser mayor, pues tenía tres hijas ya casi casaderas, y con él se fueron también a San Román de Morrano, donde se había contratado de pastor,  para el rebaño de ovejas y de cabras del dueño del Castillo. A esta casa-castillo ahora se la conoce como casa de Buil,  pero muchos la llamaban casa Juanico. Su hija Eugenia fue contratada para trabajar  en la misma casa que su padre y muy pronto se casó con Eusebio Leris,  que también trabajaba en la misma casa. Su trabajo consistía en  el cuidado de las mulas, a las que repartía el pienso, consistente en cebada, tanta más cuanto más labraban y mezclada  con paja. Con una máquina medio moledora aplastaban la cebada, con lo que conseguían que no perdiesen los dientes y durasen más años  con capacidad  de  trabajar. Siempre tenía que estar pendiente de si había que aparejarlas para ir a labrar o engancharlas en los carros o en las galeras para llevar o traer cargas. Eusebio, con su mujer Eugenia se fueron a vivir a una casica del pueblo,  llamada Casa Julián, que era del mismo Eugenio, dejando así de descansar en la pajera del castillo. José Naya,  al casarse su hija, se quedó en la misma casa Julián acompañado por sus otras dos hijas. Pero pronto abandonaron su compañía porque Juliana se casó con José Aniés,  que era agricultor en el mismo San Román de Morrano  y la pequeña María se casó con Antonio,  el blanqueador de Angüés. ¡Qué bien se unían las hijas de José Naya en sus matrimonios!. El mismo, vivió con su mujer en Coscullano y la quería, pero al morir ella, se ocupó de criar con amor a sus tres hijas. Mi amigo Alfonso Buil,  que tanto trabajó en San Román de Morrano, era feliz viendo la unión de estas parejas, pero no comprendía cómo estaba mal visto, que otras no pudieran separarse, cuando uno de los dos miembros de dicho matrimonio,  se hacía intratable. Tenía razón Alfonso, pues después de muchos años, hemos visto como se concedía el divorcio a parejas de alta alcurnia.
La figura del dueño del Castillo, don Ramón  Buil, perteneciente al cuerpo de forestales, llenaba el ambiente de aquel tozal,  al pie de Guara, y casi a las orillas del río Alcanadre. Ahora está el ambiente de San Román, casi muerto, porque ya lo abandonaron sus habitantes. Estaba su cerebro lleno de ideas de progreso, que compartía con Don Joaquín Costa, que también soñaba con el progreso para todo el Alto Aragón. Entre sus ideas ganaderas estaba en luchar por conseguir partos dobles de las ovejas.  Entre sus ideas sociales estaba,  la de repartir medios para facilitar la vida sencilla de los campesinos, por ejemplo, a cada trabajador,  le entregaba una o dos cabras murcianas, muy lecheras para alimentar a sus hijos y a sus corderos. Las tenían que devolver después de cinco años, con el mismo diente, que tenían cuando les entregó las cabras,  es decir de la   misma edad. A los hijos de José Naya,a saber a Eugenio Leris y  a Eugenia, les entregó dos cabras murcianas y José Naya se ocupó de que aquellos animales, fueran útiles para alimentar a sus nietos,  a sus corderos, cabritos, lechones y  gallinas. Pero en primer lugar tenía que mantener a las cabras y  las llevaba a pastar por las márgenes, a la orilla de los caminos. Recogía durante el verano ramas de roble, de encina y de olivera. Las dejaba a secar y en invierno, cuando ya no quedaba yerba por los campos, les daba para comer esas ramas que había recogido por las márgenes de los campos y las había dejado secar y con dichas ramas las mantenía. Cuando florecían las aliagas, además criaba conejos y cuando los cardos estaban todavía tiernos, los cocía, los mezclaba con salvado y se los echaba a las gallinas, que le producían cantidad de huevos. Aquel hombre, sin tener nada, criaba a sus nietos y a sus animalicos,  a los que también quería y los sacaba hacia  delante. Con aquello que nadie quería, él lo guardaba y se mantenía a sí mismo, a los suyos y a su pequeño ganado. José Naya ya se fue de este mundo,  pero amó a Dios,  a su familia, al trabajo y al verlo viajar desde Coscullano, cerca del río Guatizalema,  por el pie de la Sierra de Guara, hasta San Román de Morrano,  por donde baja el Alcanadre, yo me acuerdo de él y de su ejemplo.
Más  tarde llegaron los rojos a San Román y quisieron arreglar la posesión de ganados y repartieron las ovejas de casa Buil,  a partes iguales entre sus vecinos. Acabó la Guerra Civil y otra vez volvieron las ovejas al redil de don Ramón Buil Calvo. Me parece que ya no quedan en San Román,  ni ovejas no cabras. Esperemos que se reinstale el sentido común entre los hombres, para salir de esta crisis bestial.
No puedo olvidar al labrador,  forestal y campesino de San Román de Morrano, don Ramón Buil Calvo, amigo de Joaquín Costa y de los campesinos más humildes de su pueblo. Era grande su cultura y su amor a su tierra aragonesa. Luchó por obtener dos corderos de cada parto entre  las ovejas, importó cabras lecheras desde Murcia y desde Granada. Ramón tenía un corazón grande, pues su cuerpo medía un metro y noventa y cinco centímetros, con una estructura cuadrada y fuerte. Se amaba con su esposa y ambos pertenecían a los Terciarios Hermanos Franciscanos. Ramón, acompañado por su esposa, rezaba oraciones de San Francisco,  patrono de los animales, como aquella que decía:”Bendito seas Dios Todopoderoso,- creador de todos los seres vivos-Tu créaste peces en el río-aves en el aire y animales en la tierra.”
Alfonso Buil Aniés no pudo nunca olvidar a sus padres y les dedicó poesías, que así cantan a ellos y a Dios que nos ha creado:”Mi madre fue una mariposa blanca,- nunca manchó sus alas con rencor,-era su alma un nido de dulzuras- y su palabra un vuelo muy sutil-siempre encontró aliento para el pobre- y un plato de comida que ofrecer. –Se deleitaba con las flores más humildes- y adoraba en el cielo su color”. Y de su padre don Ramón Buil Calvo, escribe: ”Siempre fue un hombre fuerte-con las manos sembradoras de futuros-combatientes de la espina y del desierto.- Era de los que rezan con la brisa de los montes- y cantan con el canto misterioso de los ríos,-de los que a golpes harán madrugar la madrugada- arrastrando desde lejos la mañana”.
He comenzado a contemplar a San Román de Morrano, siguiendo tus pasos e José Naya por el mundo, pero tengo que acabar de admirarlo, contemplando la fotografía de las personas que hace aproximadamente un siglo se agruparon para dedicar un recuerdo a las Fiestas de su pueblo. En ella aparecen niños, mayores y ancianos, de los que hoy no creo que quede ninguno de ellos, pero a tí,  ¡ José Naya!, te eligieron el puesto central de la foto, porque eras el más antiguo de los vecinos, el más trabajador y el único que quedaba en San Román de Morrano, vestido  con el traje típico aragonés, cubierto con el cacherulo  y el calzón corto.  Tú conservaste las virtudes aragonesas del trabajo, que ahora escasean y han dado lugar a la despoblación de los pueblos y a la globalización de las ciudades.  

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