lunes, 19 de marzo de 2012

¿Quién manda, la mujer o el hombre?



Es éste un interrogante que plantea la lucha de los sexos, no sé si antes o simultáneamente a la de clases. Los hombres afirman que ellos proponen, que Dios dispone y que la mujer descompone, en tanto que hay quienes aseguran que “si las mujeres mandaran y no mandasen los hombres, serían balsas de aceite los pueblos y las naciones”. Unos y otras se contradicen y sin embargo, los individuos de los dos sexos tienen capacidad  para mandar y ambas opciones de poder han existido: el matriarcado y el patriarcado. Al derivar las dos palabras de padre y de madre, parece que el poder tenía como fin la perpetuación o la permanencia de la especie, lo que obligaría a la mujer a entregarse a criar hijos, en tanto que el hombre se preocuparía de obtener los medios para criarlos y formarlos. Tal vez esta situación relegaba a las mujeres a considerarse más conservadoras y menos violentas. El hecho de que la mujer se relegara, estaba basado en un reflejo subconsciente, que anteponía la especie a sí misma, pero siguió mordiendo a veces grandes poderes y siempre parcelas que patentizaban su derecho y su capacidad. Hoy, los individuos, se preocupan más de sí mismos que del colectivo, gritando constantemente que se salve el que pueda o aquí, en el Alto Aragón: ”montañés  remediau,  no te conozco” y por consiguiente la mujer, cansada de estar “en casa con la pata quebrada y atada a la pata de la cama”, está desarrollando su inteligencia y ocupando los puestos de responsabilidad en la sociedad, para gozar de un poder que no sirve a los demás, sino que se sirve de ellos.
Han existido mujeres del poder de la Reina de Saba, de Catalina de Rusia, de Isabel la Católica, Cleopatra que influyó en César y Vespasiano y la Hetaira en Pericles. Hubo además, vestales, matronas, sacerdotisas, abadesas mitradas, religiosas de diversas órdenes que siempre fueron conscientes de que la mujer era tan poderosa como el hombre y descendiendo al nivel de los habitantes de nuestros pueblos, hemos tenido las  Mairalesas.
Mairala o mairalesa es la forma femenina de mairal,  que equivale a la palabra castellana mayoral. El mayoral o mairal mandaba en su parcela y la mairalesa en la suya, mejor dicho en las suyas, pues eran variadas e iban desde lo religioso hasta lo lúdico y festivo. Un antiguo documento habla de una mujer soltera que “se desvelaba por el aseo y limpieza del templo o casa de Dios, trabajaba en los ornamentos y vestiduras sagradas que sirven al culto divino”.
Cuando llegaban las Fiestas, el Alcalde, preguntaba a los mozos y mozas del pueblo: ¿estáis todos unidos? Y ellos le respondían: si, señor Alcalde. Entonces las mairalesas empezaban a sacar pastas, galletas, tortas, dobladillos, vinos, licores , tabaco, “agua güena”, gaseosas, etc.
Las mujeres moderaban el poder o lo envenenaban en alguna ocasión, y eran conscientes del menor talento de los hombres, a los que de vez en cuando se les plantaban, como dice Aristófanes, en sus comedias, que Lisistrata, hizo una huelga de “culo y cama” al frente de otras mujeres, en la que les recordaban que otra vez podrían volver a ostentar el mando en la sociedad.
Las Mairalesas  ejercían el poder el día de Santa Agueda e incluso llegaban a elegir una Alcaldesa. Llegaban a bailar bailes provocativos como El Negrito y el Morrongo, en el que le cantaban a un hombre chulo y pretencioso: ”levántate la saya, que te lo pongo”. A aquellos hombres les hacían ver las mujeres que ellas eran iguales y que si no ejercían cada día el poder, era porque lo consideraban un servicio a la humanidad.
Hoy que sólo se busca la satisfacción personal en todo, incluido el poder, la mujer no sólo es poderosa simbólicamente, siendo mairalesa, por ejemplo, sino  que “invade” el poder.
A la larga lo pagaremos todos, pues si antes se buscaba la perpetuación de la especie, ahora se busca la inmortalidad del individuo.

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