jueves, 17 de mayo de 2012

José Buenventura Durruti, ( 1896 a 1936)

Plaza Mayor de Sietamo

Yo, en el año 1936, iba a la Escuela con el Maestro Don José Bispe, que al entrar en ella, nos ordenaba, apoyados en la pared, mostrarle nuestras manos, y  si estaban limpias las manos del primer alumno, pasaba al siguiente, pero si no lo estaban, golpeaba con su regla en las palmas de sus manos. Allí estábamos Rafael Bruis y yo, vecinos de casa y de la misma edad, jugando en el patio de recreo, con tierra a la que mojábamos con nuestra orina y construíamos, no sé si eran casas o acequias de riego. Éramos felices con nuestros juegos, con la Fiestas, en las que entre otros como Bastaras, tío de Mosen Cabrero, actual Párroco de Alquézar y Escartín,  que me regaló una onda, con la que de niño mataba gorriones, jugaban a la pelota en la fachada del Ayuntamiento. El destino, entre tanto preparaba la Guerra Civil. A Bastaras lo fusilaron los rojos y Escartín ha muerto hace escasos días, este año de 2012.En las elecciones, nos llevaban nuestro padres, al aula donde el Maestro nos enseñaba a leer y a escribir. Unos votaban y algunos jóvenes, como Graseta, escalaban las columnas de hierro pintadas de negro, subiendo alguno, hasta el techo de la Escuela. Allí se veían caras de hombres que soñaban subir al poder local y otros, que, acaso, temían  bajar fusilados, debajo de la superficie de la tierra.

Llegó el mes de Julio de 1936 y yo no temía nada, pero veía a mi familia preocupada. Mi tío José María, siempre soltero, sentado en la cadiera del hogar, bromeaba poniendo su rostro, inclinado y apretando sus labios, imitando la figura del fascista Musolini, como pronosticando una lucha múltiple entre conservadores, fascistas y anarco-comunistas. Si, se presentó una Guerra cruel, no entre dos ejércitos, uno real y otro republicano. Con el Ejército, colaboraron  los falangistas y los requetés, acabando por la Dictadura de Franco, unidos.  Contra el Ejército sublevado, se alzó la Revolución, formada por los comunistas  y los anarquistas con los que el Ejército en la zona roja, fue dominado por los comisarios.

Pero aquella vida feliz, se acabó uno de los últimos días del mes de Julio de 1936. Entraba yo en casa de mis padres y de repente se oyeron ruidos producidos por cañonazos acompañados por continuos silbidos de balas de fusil. No pude entrar en casa porque desde el patio, me aterrorizó el derrumbamiento de la habitación de mis padres, al Este, de donde caían los cañonazos. Sería la media mañana y a los pocos minutos, ya estábamos mi madre con mis otros cinco hermanos y por varias familias de la que recuerdo a la de Bruis, con mi amigo Rafael, que lloraba, en un cuarto bajo de la iglesia. De vez en cuando, mi tía Luisa, hermana de mi padre, salía hacia casa para buscar alimentos y bebida para aliviarnos aquella cruel prisión. Duró aquel bombardeo hasta que empezó a caer la tarde. Salimos del refugio y bajamos a la carretera, al lado de casa Ribera, donde nos subieron en un camión, que nos llevó a Huesca. Paró el camión en la Plaza de Santo Domingo,  a la entrada de Huesca, Allí nos esperaba mi primo hermano de quince años, José Antonio Llanas Almudévar, que se llevó a su casa a mi tío José María y mi tía Luisa. Con sólo quince años, José Antonio se presentó voluntario en el Ejército, pero lo mandaron a su casa, porque estaba débil y veía muy poco, aunque la dignidad y el valor le sobraban. Nosotros fuimos al Coso Alto a casa de mi abuela materna, Agustina Lafarga  Mériz, viuda de Zamora. Este fue el principio de una fuga de la muerte, pues fuimos primero a Jaca, después a Ansó y mi padre y mi abuela, estuvieron en Zuriza, para ver la posibilidad de emigrar a Francia. No hizo falta.

Cayó Sietamo el día 31 de Agosto y el dos de Septiembre lo recuperaron los nacionales. Siguió Siétamo resistiendo hasta el día trece de Septiembre, en el Castillo del Conde de Aranda y en la torre de la iglesia, de donde escaparon por una ventana enrejada y pequeñísima. El Sargento de la Guardia Civil, apellidado Javierre, se vio negro para salir, pero al fin lo hizo, quitándose incluso la ropa interior. Marchó a Huesca,  pero a los pocos días había vuelto a seguir defendiendo el pueblo de Siétamo, donde murió por los balazos de una ametralladora. Fue este señor,  padre del Cardenal Javierre y  de su hermano, sacerdote y gran escritor. Del Castillo,   una tarde noche se retiraron, hasta el Estrecho Quinto. En lo alto del Estrecho Quinto, lo pasaron muy mal los refugiados. Allí estaba el médico Coarasa, nacido en el pueblo de mi esposa, Torralba de Aragón, Pepita de Casa Sipán y queriendo los revolucionarios que se rindieran, les mandaron a la señora Concheta Ferrando, que fue andando por medio de la carretera, que de Siétamo va a Huesca, con una bandera blanca. Llegó al lugar donde estaban los que no podían salir de tal punto, pero no volvió,  sino que se quedó con ellos, hasta que escaparon como pudieron a Huesca. A Concheta le debe mi familia la conservación de nuestra casa de Siétamo, porque un día vio  a varios revolucionarios, que iban quemando los figuras de madera de la iglesia e iban a abrasar nuestra casa de al lado de la iglesia. Entonces Concheta, les gritó: ¿para que quieren destruir esa casa, si no tendrán donde cobijarse?. Se llevaron todo lo que había dentro,  pero gracias a Concheta, todavía está la casa en pie.

¿Quiénes eran los revolucionarios?. Hay que fijarse en el escritor inglés George Orwell, que vino a España a escribir artículos sobre los acontecimientos que estaban ocurriendo en ella, pero se impresionó con el clima revolucionario que ardía en Barcelona. Escribe: “Yo había ido a España con la vaga idea de escribir artículos para los periódicos, pero había ingresado en la milicia casi inmediatamente después de llegar, porque en aquella época y en aquella atmósfera parecía que esto era lo único concebible. Los anarquistas aún dominaban virtualmente Cataluña y la revolución se encontraba en su apogeo”. Efectivamente Orwell, veía colectivizados hasta los cafés y en las fachadas se veían bandera rojas y negras, la hoz y el martillo y todas las iniciales de los partidos revolucionarios. Se veían iglesias destrozadas, porque eran demolidas por bandas de obreros. Todos decían: ”Salud en vez de Buenos días”. Ante aquel ambiente Orwell se quedó absorto o tal vez conmovido y se apuntó al POUM (Partido Obrero Unificado Marxista). Aquel ambiente no podía ser duradero, porque el pan estaba muy escaso y después de luchar como miliciano en el pueblo de Monflorite, muy próximo a Huesca, fue herido y recogido en un Hospital de Urgencias en Siétamo, que era de madera,  pero todavía queda parte de su suelo de cemento. A última hora, tuvo que escapar de España, después de haber luchado,  por las amenazas recibidas del Partido Comunista, que no admitía “herejes”, escapados del auténtico Comunismo.  De Siétamo  lo llevaron a Tarragona y después desde Barcelona huyó a Francia, porque entonces los del Poum eran perseguidos por los comunistas puros.

La Dolores Ibarruri, dijo que el setenta por ciento de aquellas gentes que dominaban Barcelona eran anarquistas. Los distintos partidos y sindicatos antes de organizar el Ejército Popular, lo hicieron con las milicias, siempre buscando la igualdad, cobrando la misma paga los oficiales y los soldados, con los mismos uniformes y sin saludos especiales.

Los anarquistas fueron los primeros que formaron columnas internacionales. La primera que salió de Barcelona hacia Aragón y fue dirigida por Buenaventura Durruti, el veintitrés de Julio de 1936. 

Fue Durruti un anarquista famoso, por su espíritu revolucionario anarquista. Nació en León y murió en Madrid. Salió de Barcelona la primera Columna  de Milicianos, el 24 de Julio de 1936, formada por unos dos mil hombres. Eran anarquistas y revolucionarios como su Jefe Durruti. Este era casi adorado por las muchedumbres anarquistas,  en Barcelona, y su deseo  era ir a Huesca, a Teruel y a Zaragoza. A esa  primera Columna de Milicianos, la llamaron Columna Durruti, en la que iban unos dos mil y pico  hombres. Salieron otras columnas,  como por ejemplo la de Ortiz Ramírez, a la que llamaron más tarde Columna Sur del Ebro y después salió otra dirigida por el altoaragonés  Ascaso, que se orientó hacia Huesca. Los Ascaso eran del pueblo de Almudévar y allí me contaron que después de acabada la Guerra, uno de ellos, estuvo en su pueblo de Almudévar, durante una Semana Santa y desde un balcón frente a la Iglesia, la mente y su  corazón de uno de los hermanos, pues el otro había muerto en Barcelosa, se llenaban de tristeza, viendo el paso de Cristo acompañado por la Dolorosa. En Ibieca, pueblo muy próximo a Siétamo, enseguida se fundó en España, la primera Cooperativa de la tierra, en que trabajaban los que sabían antes manejar el lapicero, y actuaban en los expedientes, aquellos que no sabían a penas escribir,  por manejar hasta ese día los arados. Iban orgullosos, viendo como trabajaban los antiguos “ricos”, exhibiendo sus pistolones. Los anarquistas de Durruti habían hecho una realidad, la propiedad colectiva en el Somontano de Huesca. Uno de los hermanos Arilla de Ibieca, que ha permanecido soltero toda su vida, escribió una historia de este negocio ruinoso. Me lo dio,  pero no lo encuentro.

Todas las Columnas estaban compuestas por hombres que pertenecían a la C.N.T. anarquista. Durruti era una persona que se oponía a la militarización de dichas columnas.  Estas teorías se comprobaron, cuando llegaron los revolucionarios a la entrada de Siétamo y estaban acompañados por tropas del Ejército. Aquellos querían a toda costa conquistar el pueblo de Siétamo, en tanto las tropas de una compañía de soldados, descansaban,  acostadas en las orillas del río Guatizalema,  gozando de las sombras de los árboles ribereños. Los campos estaban ya segados y sobre ellos yacían las fajinas. Yo recuerdo que unos días anteriores a la llegada de tropas y de anarquistas, me llevaron a contemplar la buena cosecha que se esperaba recoger. Yo cogí un “cuco” grueso y lo metí en mi pañuelo, para llevarlo a mi casa. El “cuco” manchó mi pañuelo y yo lo abandoné, metido en dicho pañuelo. Al mediodía traían a mi familia el abandonado pañuelo. ¡Qué contraste de vida entre el caso del “cuco” y del hombre que me  recuperó el pañuelo y la violencia de los revolucionarios y de las tranquilas tropas que a los pocos días, estaban a la orilla del río. Estas tropas estaban mandadas por el Coronel Villalba de Barbastro, que tuvo la intención de sublevarse con el Ejército contra aquel ambiente Revolucionario. Después de ver el ambiente anarquista que dominaba en Barcelona, debió pensar en guardar su vida y a orillas del río Guatizalema, a su paso por Siétamo,  no atacaba, sino que dejaba a los revolucionarios que se las arreglaran. Hemos visto como Durruti se oponía a la militarización de las columnas.  A la entrada de Siétamo, se representó la siguiente anécdota: un Comisario le preguntó al capitán de los soldados: ”Qué hacen ustedes aquí?; le contestó: “Tomando el fresco”. El Comisario le dijo: “El coronel Villalba (de Barbastro), me ha encargado transmitirle la orden de tomar el pueblo. Respondió el militar: ”Nosotros estamos aquí para proteger a los paisanos. El Comisario, en plan irónico le dijo: ”Y ¿cómo piensa hacerlo?, ¿durmiendo a la vera del río?. El capitán le aseguró: “Yo no recibo órdenes de un paisano”. Y el comisario le contestó: “Este paisano se limita a transmitirle las de su jefe”. Continuó el capitán diciéndole: “le repito que no recibo órdenes de un paisano” y acabó el Comisario diciendo: ”Pues aténgase a las consecuencias”.

Después de este diálogo, el Comisario ordenó a los milicianos  atacar al pueblo, pero el Capitán: ”Mandó formar a la compañía, aparentemente para cooperar a la acción de los milicianos, en realidad para irse con los suyos, para desertar”. El Comisario fue organizando a sus milicianos, pero les disparaban desde lo alto del Castillo” y de “los huecos de la torre de la iglesia, convertidos en troneras”. Al comisario le pegaron un tiro. Lo trasladaron a Sariñena, a Lérida y después a Barcelona. ”El consejero doctor Alguader parecía el designado para despedirnos sanos y recibirnos estropeados. Estaba en la estación y al verme, dijo: Ja, Robusté?. Ja –respondí-M´estaven esperant”.

Algo parecido ocurrió con el famoso escritor mundialmente conocido, a saber Orwell, que herido en Monflorite,  lo trajeron a Siétamo y de su hospital provisional, lo llevaron a Lérida, luego a Tarragona y por fin desde Barcelona, huyó de los comunistas que lo querían hacer desaparecer. Igual que estaban distanciados los militares y los milicianos, Orwell, que se había apuntado en las Milicias anarquistas, se vería más tarde perseguido por los comunistas.

Durruti fue un “profeta” de su fanática doctrina, pues afirmaba que “al capitalismo no se le discute, se le destruye”, “nuestro campo de lucha es la Revolución”. Parece el caso del militar profesional, discutiendo con el comisario Robusté, el cumplimiento de su profecía. Siempre se opuso Durruti a la militarización de las milicias, y sus discípulos fueron cumpliendo su doctrina que decía: ”la única iglesia que ilumina es la que arde”, como ardieron tantas en Barcelona y la única que presidía la Parroquia de Siétamo, en la que abrasaron todos los santos que se veneraban en ella. Sacaban a la Cruz central de la Plaza Mayor, a Cristo Crucificado, lo quemaban, para después derribar esa Cruz que presidía la Plaza Mayor del Pueblo. Su oposición a la militarización de sus milicianos, hizo posible, mientras el capitán militar, que con sus soldados descansaba a las orillas del río Guatizalema,  que hirieran al comisario Robusté, en el ataque a Siétamo. Pero no fue éste el último herido ni el único muerto, pues  al “ Padre Jesús”, de unos veintitantos años, que siguiendo las ideas de Durruti, lo fusilaron, sobre el Río Guatizalema.  Durruti debía de tener un sentido práctico, pues tuvo en su compañía al cura de Aguilaníu,  Mosen Jesús Arnal, que en lugar de fusilarlo como hacían con todos los curas, que caían en sus manos, pensó que le sería,  como le fue, más útil como escribiente. Este sacerdote en 1971, escribió un libro, en el que cuenta esa aventura sangrienta de Durruti, manifestando sin una crítica fuerte, su opinión desfavorable a su revolución y una amistad hacia aquel, que le había salvado la vida. Me hubiera gustado conversar con el sacerdote, pero ahora no podría, porque hace bastante tiempo que se ha muerto. Durruti en el cuarto de costura de mi casa, instaló su oficina, que por cierto debió permanecer en el mismo, muy poco tiempo. Cuando entró en tal oficina, me entra la tristeza, que se sufrió en España en aquellos tiempos.

Mi doble pariente Jesús Vallés Almudévar, de Fañanás, se hizo sacerdote en Huesca y no habló jamás de la Guerra, en que mataron a su madre y a su hermano, pero poco tiempo antes de morirse, me regaló sus memorias. En ellas escribe:” El 31 de Julio se escuchaba en Fañanás, un tiroteo impresionante. Estaba producido por los cañonazos que cañoneaban el pueblo cercano de Siétamo, para seguir siendo bombardeado por la aviación”. A Jesús le gustaba “oír esos pájaros grandes que dominan el espacio”, “pero oír las descargas sobre Huesca y Siétamo, pensando que mis hermanos y tanta familia y conocidos están allí, aguantando, esperando a que les hieran o les maten sin poder defenderse, sin poder hacer nada”, eso no lo podía aguantar. Entre tanto su madre  “se pone a rezar, palidece y tiembla, con un sufrimiento callado e intenso”. Hace coincidir el estado del tiempo físico con la tragedia que se aproximaba, cuando dice: ”El cielo está cubierto de pesados nubarrones de verano y empiezan a caer algunas gotas gordas”.

A Jesús le decía el capitán Moreno, que tendría que ir a Rusia a formarse para ayudar al gobierno comunista. Jesús se escapó de Ola y se libró de pasar lo que han sufrido los entonces niños que a Rusia llevaron. Ahora no comprenden aquellas doctrinas comunistas, en las que ya no creen, ni siquiera en Rusia. El día trece de Agosto de 1936 entraron los rojos en Siétamo y enseguida organizaron “peregrinaciones” para ver las ruinas de aquel pueblo. Y en mi artículo sobre Jesús Vallés Almudévar, sigo : “Y Jesús que había sufrido las pérdidas de su madre y de su hermano, el día 20 de Septiembre, con trece años cumplidos estuvo en Siétamo, de donde habíamos huido sus dobles parientes”. ”Cuando llegamos a los alrededores de Siétamo, oímos graznidos de cuervos, que levantaban el vuelo al oír nuestros pasos y volvían de nuevo al festín, después que habíamos pasado….Había todavía cadáveres sin enterrar, tostando sus huesos, casi mondos al sol. Las calles estaban como un museo en día de fiesta… lo recorrían todo, contemplando, preguntando,  admirando. Se fijaba uno en las casas, de las que no quedaba ni una casa entera, estaban todas comunicadas por dentro por medio de boquetes, hechos por los “fascistas” para no tener que salir a la calle”. Recuerda Jesús que “un enjambre de muchachos, revolvían entre los escombros, buscando cápsulas,  balines, trozos de metralla. Cogiendo aquellos aparatos, a Pepe Ferrando, que fue durante muchos años cartero después de la Guerra, le explotó un explosivo y lo dejó con dos dedos solamente en su mano derecha,

No acabaron de recoger todo, porque cuando ya había terminado la Guerra, allí estaba yo con Rafael Bruis buscando aquellos malditos restos.

Ya  habían  conquistado las Milicias principalmente el pueblo de Siétamo y quedaba la ciudad de Huesca, cercada casi completamente, pero no pudieron con ella y no cayó en manos de las tropas provenientes de Barcelona. Aquellos milicianos querían ocupar Aragón y se puede conocer por la enorme cantidad de libros publicados, la historia de los acontecimientos que tuvieron lugar cerca de Zaragoza, que como Huesca, tampoco  cayó en su poder, cuando Teruel tuvo que sufrir una guerra y una ocupación terribles. Pero yo encontré unas hojas de papel, que en su cabecera estaba escrito el título de “Rojos y blancos” y a su lado, aparecía escrito a mano por un desconocido; no sé que desconocido sería cuando  pone en el escrito a mano,que se  llamaba, Francisco Vitalla de Lupiñén. Faltan,  al principio de esta historia, trece o catorce hojas de papel y otras muchas a lo largo de la misma. Con estos escritos se acaba el cerco de la ciudad de Huesca. En su relato dice que “la unidad a la que pertenecía, estaba en la Sierra de Gratal ( que se ve desde Huesca),donde con mis compañeros permanecimos juntos hasta el final de la Guerra”. En el pueblo de Arguis, por donde hoy pasa la autovía que sube a Jaca, a Francia y a Pamplona, recibió una carta de unos paisanos suyos, de Lupiñén, que estaban prisioneros en Barcelona. Acudió Vitalla y los liberó.

Como faltan hojas en esta historia, no sé si fue con motivo de esta liberación, de la que comenta Vitalla: “Fui recibido por Durruti y me hizo entrega de las credenciales como Jefe de la Centuria y Mando de la misma, así como me entregó él, un plano de como y por donde se tenía que iniciar una operación como contraofensiva. A mi lado destinó (siguiendo su teoría anti militar) a un Teniente Profesional, como técnico,  pero sin mando y la operación estaba dirigida por el propio Durruti, yendo él mismo en primera línea”. Llegaron los milicianos a las proximidades de Zaragoza, donde “sus posiciones se hicieron perpetuas hasta el fin de la Guerra”.

No pone fechas en su historia de cuando ocurrieron aquellos avances hacia Zaragoza de Durruti, pero se deduce que como dice Vitalla “sucedió en Madrid, la trágica muerte de Durruti”. Esas fechas las deduzco de aquella reunión de la C.N.T., que se celebró el día nueve de Noviembre de 1936,en que se pidió a Durruti que fuese a Madrid, para que hiciera que la resistencia se animara , así como la moral de los combatientes.

¿Coincide la muerte de Durruti con el cambio de las fuerzas políticas y  sindicales, en fuerzas del todo militares?. El cura Arnal, que fue su escribiente, investigó mucho sobre si la muerte de su Jefe, se debió a un accidente o a un asesinato. No sería de extrañar una u otra forma de morir, en aquellas circunstancias. En la Hoja 14, escribe Vitalla :”ya en Madrid había empezado el enfrentamiento entre fuerzas leales a la Junta de Casado y principalmente los de filiación comunista, que se declararon contrarios a la misma. Desde Madrid y por orden del Estado Mayor del Ejército y por supuesto de la Junta, hicieron un llamamiento a todas las unidades que quisieran unirse a la defensa de esa Junta como Ejército Popular y en contra de los Comunistas, que en algún momento estaban decididos a la total destrucción de Madrid, mediante la dinamitación del mismo, sino corregían sus desastrosos planes”. Ante la lucha tan elevada entre el Partido Comunista y los Milicianos, incorporados en el Ejército Popular no es de extrañar que dudaran en asesinar a Durruti, enemigo de la militarización de las Milicias.  Este acto sería cruel, pero no tanto como el propósito comunista de dinamitar todo Madrid.

Julián Casado era un militar del Ejército Republicano. Fue un gran enemigo de los comunistas y se hizo cargo de organizar las Brigadas Mixtas del Ejército Popular Republicano. Al acabar la Ofensiva de Cataluña, se dio cuenta de que estaban a punto de perder la Guerra y reflexionó que no era justo que  se prolongara, porque morirían muchos civiles y soldados. Si seguían luchando, el beneficio sería para la Unión Soviética. En marzo de 1939, se había dado cuenta de que el presidente Negrín deseaba la toma del poder por los comunistas. Entonces se unió con los moderados del Partido Socialista Obrero Español, a los que dirigía Julian Besteiro y también pactó con los desilusionados líderes de los anarquistas (desilusionados entre otras mucha causas por la muerte de Durruti) y con la mayor parte de los Jefes del Ejército Popular Republicano. El día diez o el doce de marzo de 1939, huyeron a Francia los líderes del P.C. E.

Aquella Guerra Civil, repito,  no fue una lucha entre dos bandos, sino que lucharon en ella, la Monarquía con la República, el capitalismo y el comunismo, el orden y el anarquismo, la religión y la indiferencia, el orden y  el desorden, el egoísmo con la generosidad. Se encuentran en esta Guerra, las múltiples guerras secundarias, que derraman la sangre de los españoles, pero se ven ejemplos de buen comportamiento en el casi desconocido miliciano Vitalla, el Maestro republicano de Siétamo y el Coronel Casado, al que el pueblo español le debe el ahorro de sangre y de angustia, que todavía les esperaban.
Siétamo le debe a Durruti la pérdida de cientos de vidas, la pérdida de viviendas y del Glorioso Castillo Palacio del progresivo Conde de Aranda, que en el siglo XVI, ya les dio retiro a los obreros que en Valencia, le fabricaban mosáicos. El Castillo del Conde de Aranda no fue respetado ni por los rojos, por ser noble ni por los nacionales, porque decían que era masón.

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