domingo, 24 de junio de 2012

Jesús Almudévar Zamora


De los cuatro hijos  y dos hijas que tuvieron nuestros padres Manuel y Victoria, casados en Siétamo, tú fuiste el pequeño, por eso todos los hermanos y todas las hermanas, te llamábamos “El Chiqui”,  pero, sin embargo has sido hasta el día de tu muerte, el  tres de marzo del año 2006, el más alto de todos. Basta acordarse de las diversas señales que en la pared de la habitación de abajo, en nuestra casa de Siétamo y en la cámara nupcial de nuestra madre, Victoria, muerta el año 1943, y de Manuel, en que nuestro padre, como ya no tenía  esposa, se preocupaba de dar y de recibir el cariño de sus hijos e hijas y en ese cuarto, nos apoyábamos al lado de la pared y sobre el punto más descollante de nuestras cabezas, hacía en  la misma, con un lapicero, una señal y al lado de ella ponía la fecha en que la había marcado. Estaba nuestra hermana mayor Mariví, que era muy alta y mi hermano Luis, que también destacaba en altura, pero siempre ganabas tú, “El Chiqui”. ¡Cómo jugábamos de niños acompañados por nuestra abuela Agustina y por nuestra tía Rosa!, pero sin madre, pues me acuerdo de aquella vez en que jugabas a lucha libre con nuestro hermano Luis cuando tú, Jesús,  sintiendo  un dolor,  exclamaste: ¡ay mamá!, y al darte cuenta de que te habías acordado de ella, te quedaste como aquel que tiene una actitud contemplativa, como ahora soy yo y tu esposa y tus hijos, los que estamos contemplando toda tu vida. Y él y Luis y yo que lo estábamos acompañando, callamos y ya no volvimos a jugar a darnos golpes.

Ayer, la esposa y los cuatro hijos de Jesús sentían un enorme dolor en sus corazones, al ver como su padre se iba de este mundo y es que se acordaban del cariño que desde hace tantos años les dedicó a ellos y revivían en sus corazones las ilusiones de sus primeras comuniones y de la boda de José, allá en Madrid y de sus vidas que vinieron al mundo en Jaca y en ella estudiaron e hicieron deporte y rezaron en la antigua Catedral, con el cuidado intenso que les dedicaron su buena madre Lurdes en compañía de su padre Jesús, que sufría al ver el dolor de su esposa o de alguno de sus hijos.

Es que mi hermano el pequeño Jesús, era grande porque no  sólo tenía altura corporal, sino también era alto de espíritu, aficionado al deporte, conversador con los amigos  y con una vocación profesional en  Extensión Agraria, que le llevaba a buscar el bien de los campesinos de la Montaña de Jaca.  Hace unos dos meses, me contó un ciudadano de esta capital de nuestra Montaña, que cuando él era joven, un día  estaba trabajando de jornalero en el monte, cuando  llegó  Jesús,  que le dijo: “vente mañana mismo por la oficina, que te buscaré medios para que no seas toda tu vida un jornalero, sino un hombre trabajador, pero con un buen porvenir”. Así lo hizo y ahora se acuerda de Jesús, al tiempo que goza de la vida.

¡Cómo comprendiste en este mundo a las personas, a las que tratabas con cariño y comprensión!.Desde que siendo niños, el año 36, fuimos a Jaca, donde teníamos parientes, has estudiado en Pamplona, donde jugabas al baloncesto, pero volviste a la capital de la Montaña y desde allí, porque Dios lo ha querido, te tuvieron que bajar a Huesca, donde has muerto. En Jaca, siendo un niño muy pequeño, allá por los años de 1936, te perdimos y te encontramos, igual que tu encontraste en dicha ciudad la paz, el trabajo,  el amor de tu esposa y de tus hijos. Cuando estos, ya mayores se repartieron por el mundo, con tu esposa Lurdes os acercasteis a dos de ellos, que viven en Zaragoza y con ellos convivisteis y os amasteis.

¡ Qué latir de los corazones de tu esposa Lurdes y de tus hijos  Adolfo,  Jesús,  José y  Luis y de todos los suyos,  al mismo tiempo que los atienden sus primo-hermanos!. Mantened esa unión y cuidad a vuestra madre, porque ya Jesús no podrá estar con ella. Pero hoy, día tres de Marzo te hemos perdido en este mundo, pero nos encontraremos, como nos encontramos en las calles de Jaca, pero para toda la eternidad, “porque la vida de los que en Ti creemos, no termina, se transforma”.














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