miércoles, 27 de junio de 2012

Lorenzo Zamora de Coscullano

Coscullano

Hace unos quince días, salió Lorenzo en el Diario del Alto Aragón y recordaba la multitud de cosas que han cambiado en nuestras vidas. Y yo me acuerdo de cómo él me narraba, no sólo nuestras vidas, sino la vida de los pueblos, pues en cierta ocasión me acompañó hasta la Sierra, donde  estuvo levantada una ermita, en la que sólo se veía el suelo ennegrecido, como si allí hubiera ardido algún edificio. Esa ermita fue  construida  por los bárbaros y allí encontraron unas reliquias de arte visigótico, que se exhiben y se guardan en el Museo Provincial. Desde aquellos lejanos tiempos hasta los actuales  ha conocido Lorenzo muchas historias, pero dentro de sus ochenta y un años, ha conocido muchas  más,  que se han dado en el Somontano y en la Hoya de Huesca. Me contaba hace unos días que en Coscullano, después de la Guerra Civil, vivían ciento setenta habitantes, de los que hoy en día quedan trece o catorce. Me hablaba del juego a la pelota en el frontón, que todavía se encuentra al lado de la iglesia. Recordaba a todos los que subían  a la Sierra a buscar aquellos frutos que llevaban a vender a Huesca. Me explicaba la historia de aquel molino de aceite, con el que molían olivas, siete u ocho vecinos de Coscullano, que ya están allá arriba. Producía con ellos aquel suave aceite, que empleaban  “para iluminarse con los candiles, para alabar al Señor en el Sagrario e incluso para curar sus males” Y a Lorenzo, se los curaba aquel aceite, pero no sólo los arañazos que se hacía en su piel en el monte y en el huerto, sino que además de curarle el corazón del odio y del trato duro con los hombres y mujeres, lo hacía convivir con todo el mundo con cariño, pues no podía pasar, acompañado de su esposa Aurita, sin ir a acompañar en los entierros a multitud de amigos, que como él se ha ido, se marcharon de este mundo.

En su casa, que es como un mirador al pie de la Sierra, recibía a todos los que hasta allí subían  y con su esposa obsequiaban a todos los visitantes con pastas y vino e incluso con enormes lechugas y coles. Cuando llegaba el verano, se producía el placer de salir a una gran terraza, en que se respiraba y se observaban pueblos con paisajes vestidos de carrascas, como Arbaniés, Castejón y Siétamo. Tuvo que cambiar, como todos los vecinos de aquellos pueblos, las mulas por los tractores, el carro por el automóvil y los ciento setenta habitantes de Coscullano por los doce o trece, que  ahora tiene.

Pero siempre convivió con la familia de su hermana, casada en  Tierz, con su difunto hermano el Seretario, con su hermana la monja de Santa Ana y con su buena esposa Aurita, a la que vi  besarle en la frente, cuando estaba tendido en la cama del Hospital. Le daban alegría sus dos hijas Carmen y Paz, casadas, la mayor con Enrique    y  Paz con Ignacio. Pero la alegría de su vida la constituían sus nietos Belén y Lorencito.     

Se ha marchado Lorenzo y se ha puesto en evidencia el cambio de la vida de los pueblos, en la que él tanto trabajó. Me acuerdo cuando se puso el agua corriente en todo el pueblo, de cuando restauraron la Ermita de San Pedro, de cuando implantaron el monumento al viejo molino de aceite, de la urbanización de las calles y de tantas otras cosas en las que Lorenzo puso todo su entusiasmo. ¡Cómo convivían las familias de Coscullano y qué pronto, por desgracia desaparecerán esas costumbres en nuestros pueblos del Somontano! ¡Adios, Lorenzo!.    

1 comentario:

  1. Quien sabe si este hombre era uno de mis antepasados! Soy Ma.Angeles de Angüés, mi segundo apellido es Zamora y uno de mis antepasados maternos era de Coscullano. Por alguna característica común con este antepasado, la mujer más vieja del lugar por aquel entonces, me llamaba coscullanera

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