sábado, 18 de agosto de 2012

Emilio, ciudadano adulto e ingenuo, al mismo tiempo



Tiene sesenta y tres años y es un ciudadano limpio, noble, servicial y amante de la Naturaleza. Pasó su niñez en un pueblo de los, entonces, secos Monegros, Ontiñena, cerca de la zona del Bajo Cinca. Pertenecía a una familia numerosa, de la que él era el cuarto hermano y sus padres también habían nacido en los Plenos Monegros de Ontiñena. Entonces aquella tierra era dura, seca y no como ahora, en que el agua ha convertido aquellas  tierras en hermosas huertas, como si se hubiera convertido en un paraíso. El padre de Emilio trabajaba con ardor y criaba a sus hijos e hijas, con amor,  pero con un gran sacrificio. En Ontiñena murió,  y a su madre, cuando ya tenía una edad mayor, la llevaron sus hijos a vivir con ellos a Huesca. Emilio iba a la Escuela, donde se aplicaba para gozar de una vida mejor, pues su temperamento era muy rebelde, tal vez porque no estaba de acuerdo con aquellos vientos secos, fríos y fuertes que  les mandaba el Cierzo del Noroeste y en verano era un calor ardiente el que los envolvía y los abrasaba. Y para combatir ese calor tenía que ir a buscar el agua a una balsa.

Con sólo trece años de edad, muy pocos ahora, pero entonces con esos escasos años ejercía de  camarero y practicando su trabajo aprendió a ser disciplinado con los clientes y a obedecer. Estuvo trabajando en diversos oficios y por fin a los veintiún años, tuvo que dejar sus trabajos para  hacer la “Mili” o cumplir el Servicio Militar.  ¡Qué destino tuvo el pobre Emilio al nacer en los entonces desérticos espacios  monegrinos y ahora, cuando cumplía veintiún años, época en que  a otros les llegaba una época de felicidad, a él le tocó ir a hacer su Servicio Militar en Africa, en Villa Cisneros, enclavado en un gran desierto de   arena, que empeoraba todavía  más el clima, que el de su pueblo natal, a saber Ontiñena. Pero no sólo era el clima el que  le hacía dura la vida, sino la ausencia de las costumbres españolas,  sustituidas  por los usos morunos. Le tocó incorporarse en las Tropas Nómadas de Regulares y él pasó a la Legión. En ésta la disciplina era estricta, porque sus soldados eran unos hombres disciplinados. Lo que se les veía en sus propias figuras, cuando caminaban por las calles. El capitán de su Compañía se llamaba Don Francisco Lobo García y era un hombre amante de su bandera y de la disciplina que él y sus soldados debían practicar en honor de dicha bandera. Estaba Emilio en el Sahara Español, cerca del pueblo de Villa Cisneros, rodeado por las aguas marinas y escasos de agua potable.

Pasaban calor sobre la arena, durante el día, pero por las noches, incluso en el verano bajaban las temperaturas a dos o tres grados sobre cero, y se  humedecía el ambiente y esa humedad no conseguía hacer brotar la hierba en la arena desértica. Sólo se veía alguna acacia, que las cabras de los habitantes del desierto, acudían a comer sus hojas. El capitán Lobo era un hombre de una gran disciplina y no podía ver que sus legionarios tomaran alcohol ni amaba a los que dilapidaban el dinero,  no sólo el suyo,  sino también el ajeno. En general no toleraba  licencias en el comportamiento de los legionarios. Gozaba  Emilio de cuarenta y cinco días de  permiso y en lugar de subir a Huesca a convivir con sus hermanos, se quedaba en Villa Cisneros, donde pasaba su tiempo libre, gastando parte del dinero que le habían pagado en la Legión. En ella cobraban tres mil pesetas mensuales, que en aquellos tiempos, suponían dinero.  Había quien con tal paga no tenía suficiente dinero para emborracharse o para organizar sus juergas y se sentía obligado a apoderarse de dinero ajeno. Emilio con lo que ganaba, tenía dinero suficiente para subir a Huesca, pero aquel que era un malgastador, se tenía que quedar en el campamento, hasta que tuviera el dinero necesario para pagarles a aquellos, a quienes debía. Estuvo en Villa Cisneros unos catorce meses de legionario, soldado de una disciplina cercana a la perfección. Lo propusieron ascenderlo a Cabo Primero, pero él no aceptó, porque él no quería en su corazón, ser vigilante de nadie, “porque él amaba la humanidad y la libertad del hombre,  que no debe ser vigilado y dominado por otros hombres”. Emilio había comprendido y amado una vida sacrificada, pero dominada por un espíritu  limpio,  en el que su capitán les decía que había que odiar el alcohol y el derroche. Les decía también el capitán que si alguno se descuidaba en el cumplimiento de su deber, las pasaría mal. Emilio tuvo ocasión de comprobar la teoría del capitán, pues un compañero suyo amante del alcohol, gastaba su dinero y lo pedía prestado, lo que le llevó a prolongar su Servicio Militar durante largo tiempo.

Emilio pasó una vida sacrificada por su espíritu limpio, en un ambiente en el que su capitán , fomentaba el odio al alcohol y al derroche y con ese espíritu de rectitud y disciplina, volvió a Huesca, donde trabajó unas veces en la construcción, otras en la hostelería y gracias a su disciplina, se instaló en un bar de su propiedad.

Hoy en día,  se ha instalado en una hermosa casa con sus jardines, en un pueblo del Somontano, donde pasa acompañado por su esposa, días tranquilos, en que se olvida de las acacias desérticas, para contemplar los cipreses,  las encinas y los laureles.

Ahora, la juventud se esta alejando de la disciplina y algunos, van " de botellón" con sus botellas de alcohol a consumir sus meriendas en los campos. Les resulta difícil el no ganar dinero, pero no aprenden a economizar, como lo ha hecho Emilio, pero sin embargo yo conozco jóvenes ejemplares, que se  auto disciplinan, para alcanzar,  como Emilio un porvenir feliz.

Me lo encuentro,  a veces, paseando por las orillas del río, contemplando al mismo tiempo aquellos picos de la Sierra y respirando el aire puro entre aquellos grandes árboles ,que alegran la Naturaleza.

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