jueves, 25 de octubre de 2012

Doña Tancreda, la miserable


Venus de Milo

Para doña Tancreda  el estar constantemente pensando en la posibilidad de arruinarse, constituía su razón de ser y de existir; su vida era un continuo sufrimiento, al que cultivaba como si de un gozo e tratara. Era igual que si en lugar de cultivar un geranio, cultivara una aliaga. Todos se habían dado cuenta que se trataba de una masoquista, no en el sentido de perversión sexual, sino en el de aquel que se complace en su propio dolor; pensar lo primero no se le ocurría a nadie, pues la buena señora era tan piadosa y recatada en materia sexual, que en un librito de arte, que se había dejado una estudiante en el piso que tenía alquilado a un grupo de ellas y había borrado con tinta china, los erectos pezones de la Venus de Milo y las partes pudendas del Discóbolo de Mirón.
No era cuestión de devolvérselo por correo a la muchacha, pues los sellos valían dinero y además, se dijo para justificarse: sí gastar dinero, en el sobre y en los sellos y además estas jóvenes de ahora son unas descocadas, pues ¡hay que ver que se hayan olvidado de censurar a esos dioses paganos!.
No tenía enemigos  pues no había hecho jamás ningún favor a nadie. Ustedes saben que el que da,  se obliga y si le han hecho noventa y nueve favores a uno y le niegan el que haría el número cien, ya se habrán creado un enemigo.
Siguiendo con doña Tancreda  he de añadir que tampoco tenía amigos, porque bastante trabajo tenía con ocuparse de sus desdichas, como para ocuparse de las desgracias de esos derrochadores y vagos, que según ella, tanto abundan en estos tiempos. Ella era tan económica que por no tirar,  no se tiraba ni pedos. ¿Cómo iba a dar a esos que a los hijos les compran tebeos y laminerías?.

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