martes, 30 de octubre de 2012

Todos los Santos y las Animas

 
 
En el segundo Libro de los Macabeos, del Antiguo Testamento, puede leerse: ”El valerosísimo varón Judas hecha una colecta, envió a Jerusalen doce mil dracmas de plata, para que se ofreciese sacrificio por los pecados de los que habían muerto, pensando con rectitud y piedad de la resurrección. (Pues si no esperaba que habían de resucitar aquellos que habían muerto, tendría por cosa vana e inútil el orar por los muertos). Y este es un pensamiento santo y piadoso”.
Ya vemos que siempre ha habido hombres y mujeres que han procurado ser fieles a Dios y a sus prójimos, pero Cristo abrió su boca enseñando a las turbas las Bienaventuranzas, diciendo: ”Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán la tierra. Bienaventurados los que lloran, porque serán consolados. Bienaventurados los que tienen hambre y sed de Justicia, porque serán saciados. Bienaventurados los misericordiosos, porque conseguirán misericordia, Bienaventurados   los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Bienaventurados los pacíficos, porque serán llamados hijos de Dios. Bienaventurados los que padecen persecución por amor a la Justicia, porque de ellos será el Reino de los cielos. Bienaventurados vosotros cuando os maldijeren y os persiguieren, y dijesen contra vosotros falsamente todo genero de mal por causa mía: alegraos y regocijaros porque vuestro premio es grande en los cielos”.
Los primeros años del Cristianismo no se celebraba la Fiesta de Todos los Santos ni la de las Animas, pero fue el templo famoso del Panteón dedicado a todos los dioses el que dio ocasión a Bonifacio IV, que lo purificó y lo dedicó a la Virgen María y a todos los Santos Mártires de los cuales trasladó de las Catacumbas al Panteón veintiocho carros cargados con sus  huesos.
Como vemos  en este relato, ya morían los hombres y mujeres antes de Cristo y buscaban su eterna salvación, problema que sigue en pie hoy día y que los que tenemos fe, tratamos de salvarnos a nosotros mismos y a los demás.
Y son los huesos que movidos por músculos y dirigido por espíritus, los que siguen preocupando al mundo actual, pues igual que de niños vaciábamos cucurbitáceas calabazas, dejándoles ojos y boca y también nariz y poniendo dentro de ellas una vela encendida,  las colocábamos en lo alto de la fuente, en ventanas bajas de las casas y en la Iglesia Parroquial, para que así hombres y mujeres recordaran las almas de quienes estaban en el Purgatorio y rezaran por ellas. Dicen que otros colocaban calabazas para asustar a las personas y evitar que rezasen por las almas. Hace ya años, circulando por la ruta que pasa por Novales, vi una luz extraña que me obligó a parar y al hacerlo, me encontré una de esas almas calabaceras con su vela dentro, la noche de las Animas. Cuando ya creía perdida esta costumbre, en la noche de Animas de mil novecientos noventa y seis, en la iglesia de Siétamo encontré cuatro niños, con sus caras pintadas, con una calabaza animada por su vela, cuya fotografía conservo para que me recuerde el día de mi muerte.

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