miércoles, 30 de enero de 2013

¡Desde lo profundo de mi alma, clamé a Ti, Señor!.


Me han dejado el libro titulado “Paseo por el recuerdo”, con textos de Ramón Lasaosa y fotografías de Pepe Navarro. En el capítulo DE RE MORTIS, escribe :”Hablar de la muerte es hablar de la vida, de la trascendencia, de la eternidad. Hablar del cementerio, de la ciudad de los muertos, es hablar de la ciudad de los vivos”Al leer esas afirmaciones, me acuden a la memoria multitud de recuerdos de los muertos que he encontrado en mi vida, unos en iglesias, otros en los cementerios y otros en cualquier lugar del monte. Tengo también los recuerdos de la vida de los vivos con respecto a los enterramientos, a las sepulturas, que transmiten a los hombres y mujeres, pensamientos trascendentes que nos hacen pensar en la vida eterna. Todo el mundo se acuerda de qué ha de morir y por eso es frecuente escuchar, como le piden a una Santa: ”Santa Ana, buena muerte y poca cama”. Debajo de la Iglesia Parroquial de Siétamo, está abandonado un antiguo cementerio, que se trasladó más lejos de las viviendas, al monte, cerca del Fosal de Moros.¿Cómo nos acordamos los que todavía quedamos vivos, de recordar que otros hombres y mujeres, de otras religiones, tuvieron su fosal en Siétamo?. Al ver las tumbas abiertas en un yermo, por las ruedas de tractores, nos inspira respeto el contemplar como todas las fosas están dirigidas hacia el Oriente, como buscando al Ser Supremo en La Meca.
En la puerta por la que al cementerio se entraba, unos para salir y otros para quedarse en su tierra, veía yo, con cierta frecuencia a la Señora Juana Periga, ya antes de la Guerra Civil y me parecía que rezaba por los difuntos, allí enterrados, pero parece ser que también tenía en cuenta a los difuntos del pueblo donde había nacido, a saber Santolaria la Mayor, que se divisa desde esa puerta. Efectivamente rezaba por un gaitero, pariente suyo, cuya gaita se acabó y despareció, pero a mí me parece un sueño el ponerme a tratar de escuchar su sonido, que es vida y que despierta en mí el recuerdo de que hay lugares, en que Dios goza con la música de los hombres que han pasado por la vida. Yo, con mis cinco años, le llevaba a su casa un pan y ella, agradecida, me hacía sentar al lado de una mesa en su hogar y me sacaba un vaso de agua fresca, recién traída de la fuente y me la endulzaba con una cucharada de azúcar. Yo, gozoso, la gozaba y pensaba en esta vida, con sus alegrías, como la de tomar azúcar y la trascendencia de ver rezar a la abuela en la puerta del hoy desaparecido cementerio. Pero luego llegó la tristeza de la Guerra Civil, en que tantos murieron por las armas y quedó destruida la casica de la señora Juana, cuyo solar está ahora ocupado por el Ayuntamiento de Siétamo. ¡Cuantos muertos quedaron en Siétamo por los cementerios y por sus campos!. Murieron de uno y otro lado, como fue sacrificado el “Padre Jesús”, del que se ha hecho pública una hermosa fotografía en que aparece con su rostro sereno, sobre su camisa sin cuello porque debía, en su convento, llevar un hábito. Sus manos estaban atadas a su espalda y esperaba con una sonrisa su muerte de hombre convertido en mártir. Allí creo que está su sepultura improvisada, esperando que alguien descubra cual fue su personalidad, que causa el respeto de la gente y mientras tanto él gozará de la eternidad, en la Corte Celestial. En el Cementerio de Huesca fue fusilado el concejal republicano, señor Santamaría, pero no murió, sino que arrastrándose por el suelo, llegó a la vía del tren, donde fue encontrado y rematado a tiros.
El hombre con sus guerras y éstas con sus muertos son la negación de la vida de los hombres, que no quieren que se haga Justicia entre ellos, sino que olvidando la ética, la ciencia y la cultura, la religión y la buena política, sólo sueñan con una utopía revolucionaria y alocada, que despreciando la vida que tienen los hombres, los eliminan para conquistar el poder y permanecer en él.
Y tratan de abandonar, como he escrito la ética, la ciencia y la cultura, la religión y la buena política y ya no quieren la literatura ni el arte auténtico. Pero ahora, como dice el Salmo segundo; ” ¿Por qué causa se han embravecido tanto las naciones: y los pueblos maquinan vanos proyectos?”. Hanse coaligado los reyes de la tierra; y se han confederado los príncipes contra el Señor…Rompamos, sus ataduras y sacudámonos lejos de nosotros su yugo” . Y el dinero se ha convertido en el “primum movens” de los hombres. No hay que temer a los enemigos de la ciencia y de la cultura, de la ética y de la religión, porque su yugo se acabará. Por eso hay que ir a los cementerios, para ver que la vida no dura sólo el tiempo en que nuestro cuerpos están vivos y tomaremos conciencia de que hay un paso posterior después de la vida a la muerte, después de convertido nuestro cuerpo en “polvo de la tierra”, viviremos un vida espiritual. Mi pariente el tío de José Antonio Llanas Almudévar, tuvo esa inquietud y una noche la pasó en el cementerio de Huesca, y allí se introdujo en un nicho vacío, al lado, sobre y debajo de otros, ocupados por cuerpos humanos, a comprobar si percibía alguna sensación. Parece ser que no oyó ningún sonido material, pero su espíritu se debió de inflamar, porque al salir del nicho, contempló la bella figura pétrea de una joven, a la que no pudo resistir un impulso de amor, puesto que besó a la bella y fría estatua. Un guardia civil retirado me ha contado, al oír la aventura de Llanas, que estando de servicio en Bilbao, pusieron una bomba en un monolito y a él y a otro compañero, los hicieron quedar de guardia en el cementerio, aquella noche. No entraron por la puerta, sino por la pared derribada por la explosión de la bomba y su compañero se quedó helado porque la capa se le quedó sujeta por algún trozo de la derribada pared. Tal vez pensó que algún muerto le había sujetado, Por la noche no paró de llover y mi amigo se metió en un nicho vacío, donde pasó la noche. Y un muchacho, al que llamaban el “tonto de Pueyo”, durante la Guerra Civil, mientras los hombres trataban de matarse mutuamente, él se ocultaba en un nicho del cementerio.
¡Cuantos durmieron en el cementerio de Huesca en las noches en que estaban allí para matar, cuando alguno se daba cuenta de que ya había en el lugar, multitud de difuntos!
El lugar de la paz, el cementerio, se convirtió en un centro de guerra de tal manera que los oscenses, que estaban cercados dentro de la ciudad, no podían enterrar en él y tenían que hacerlo en el cementerio de Las Mártires, donde casi en su entrada hay una tumba donde yace un Almudévar Liesa, con la cruz destrozada y la lápida medio enterrada. Yo también me declaro culpable de mi abandono ante un muerto con el mismo origen que yo. Tal vez pensamos que el polvo de su cuerpo no le estorbará su vida espiritual en el otro mundo. Pero a escasa distancia se encuentra el obelisco dedicado al Republicano Manuel Abad y a sus compañeros, que fueron ejecutados en Huesca, después de intentar establecer la República en España. En una lápida pone: “A la memoria de Manuel Abad y sus compañeros”.Y en otra, “Los cuerpos que aquí yacen unidos al varonil espíritu que latirá en los Anales de la Gran Epopeya Revolucionaria española, formaron una partida en las Cinco Villas bajo la enseña de Patria y Libertad “Fue Manuel Abad hecho prisionero en Casa Almudévar del vecino pueblo de Siétamo, en Octubre de 1848. Mi difunta abuela quiso aplicarle en su casa el derecho de hospitalidad pero lo tuvo que entregar, diciéndole al capitán que no lo condenaran a muerte. Pero la muerte nos alcanza o alcanzará a todos los vivos.
Yo, desde pequeño, sentí curiosidad por los muertos y antes de la Guerra Civil, un joven de unos catorce años, con su bicicleta se agarró a un camión, dándose un golpe, que le produjo la muerte de su cuerpo. Antes en Siétamo, mientras se celebraban los funerales, depositaban al difunto dentro de su caja, sobre una mesa, en los porches de la iglesia. Yo quería verlo y la niñera, entonces la joven Amparito me levantó, mientras otro joven abría la tapa de la caja. Me quedé impresionado al contemplar unos enormes ojos abiertos, que miraban sin ver. Al poco tiempo de su muerte, no hicieron falta grandes ojos para ver la cantidad de muertos por las calles del pueblo, criminalmente muertos por unos y por otros. Después de la Guerra llegó por Siétamo una bella mujer, acompañada por un hombre. Dijo que quería ver donde estaba muerto su marido y el cura, acompañado por el sacristán Antonio Bescós, alias “Trabuco” y por un “mozo de jada”, llegaron al lugar donde afirmaban que estaba enterrado su esposo, lo encontraron y al verlo, se lanzó el acompañante de la bella viuda y abriendo el pequeño bolsillo relojero, le sacó un reloj. Allí se acabó el respeto a los muertos, porque obtenido el botín del muerto, se marcharon sin enterrarlo siquiera. Ante esta situación exclamó el cura: el muerto al hoyo y el vivo al bollo.
Cuando era todavía un niño, acudía al Colegio de San Viator y los viatores nos llevaban a confesar a San Pedro y desde la cocina de casa de Llanas, en compañía de mis primos, observaba por una ventana los Claustros de San Pedro, que se pueden considerar como un auténtico monumento funerario. Estuvo abierta, al culto cristiano, durante la época en que loa árabes gobernaban en Huesca. En la Sierra de Guara se encuentra dólmenes de la Edad del Bronce y en el mismo Somontano, en Siétamo, por ejemplo, se encuentra en el lugar donde acababa el miliar quinto, una tumba romana, que a pesar del abandono, allí permanece, indicando como la cultura romana nos absorbió. En las Claustros de San Pedro, en la tumba de Ramiro el Monje, colocaron un sarcófago romano Tal vez esta colocación de un sarcófago de un cónsul de Roma en Huesca, en la tumba de un rey cristiano de Aragón, haya conservado su presencia entre nosotros. Aquí se confirma la idea de que los cementerios son como la historia de los vivos, con la intención de conservar recuerdos de la vida humana.
En el Convento de San Miguel, que según los arqueólogos, las “necrópolis se situaban en las principales vías de acceso a la ciudad, por lo que se encontrarían” entre otros lugares, en el actual Convento de las Miguelas”. Partiendo de la tradición romana ya hubo cementerio en épocas como la de San Pedro, que llevó más tarde a Alfonso el Batallador, en 1110, a marcar el perímetro de la Iglesia de San Miguel y señaló la creación de un cementerio para enterrar a los cristianos. El Batallador en una excursión por territorios moros del Sur, trajo a Huesca muchos cristianos, que estaban sometidos bajo el poder árabe.
En muchas tumbas dejaron escritos recuerdos, versos y oraciones más o menos prolongadas y en otras como en la hermosa lápida de bronce, creada por Ramón Acín, dice solamente :”Descansó al morir” mi pariente Manuel Bescós Almudévar, que es más conocido como Silvio Kossti. Hay en el cementerio de Huesca una tumba anónima, sin lápida, pero con una baldosa de gres, sobre la que está escrito, con tiza:”Espero que exista el otro mundo para poder reencontrarnos allí”.
Escribe Ramón Lasaosa Susín en “Un paseo por el recuerdo”:”Entre los siglos XIII y XIV,determinadas capillas y el claustro de San Pedro acogieron las sepulturas de importantes personas….De esta época, o quizá algo anteriores, son los enterramientos de Sancho de Orós, Forcius de la Peña, el monje Raimundo Pérez, doña Milea de Val y María Almudévar”. María Almudévar era la esposa de Michael de Almudévar, que según me explicó mi pariente el sacerdote Jesús Vallés Almudévar,era un artesano de la construcción y está también enterrado en los claustros, con una inscripción frente a la de su esposa María.
Los cementerios deben ser lugares de paz y no cuarteles de guerra, como lo fue el cementerio de Huesca, donde están enterrados nuestros seres queridos, como por ejemplo mi madre Victoria Zamora Lafarga y muchas madres de tantos oscenses. En el cementerio de mi pueblo, Siétamo, tampoco reinó la paz pues desenterraron en él a varios sietamenses y después de la Guerra, aparecieron cadáveres de hombres de ambos bandos, sin enterrar, dentro del fosal.
Como escribió Gustavo Adolfo Bécquer, “Ante aquel contraste –de luz y de sombras-de vida y misterio-medité un momento-¡Dios mío, que solos se quedan los muertos!”. Y yo escribo : ¡que solos estamos los vivos, con la ausencia de los muertos!

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