miércoles, 9 de enero de 2013

“Un canto a la Paz”




A Kafka, un hombre se le convirtió en una enorme cucaracha, que colocada sobre una cama, en decúbito supino, meneaba las patas, como intentando levantarse para manifestar una protesta imponente.

No podía caminar, no podía progresar el negro coleóptero y se desesperaba, porque aunque todavía no lo había dicho nuestro poeta, sabía que “ se hace camino al andar” y no podía; es cosa triste no poder andar con las patas que para eso están; es más trágico que lo que le pasaba a aquel, que quería hacer juegos malabares con el cipote y como escribe Cela “por más que lo intentaba no podía”.

Ahora, nuestros jóvenes, manifiestan su protesta contra la negra guerra, causante de negros lutos, agitando en sus manos banderas blancas y caminando calles y plazas, no les pasa como a la cucaracha española, ”que no podía caminar porque le faltan, porque no tiene las dos patitas de atrás”. El pueblo ha cantado las desgracias que le ocurrían, mezclan las de la cucaracha con las del “Cucaracha” y que  seguramente, en muchos casos, tenían su causa en “la situación de este pueblo, en el camino…que al par de proporcionarle las ventajas de la consiguiente concurrencia, le ha hecho también sufrir los padecimientos y vejaciones que llevan consigo el tránsito de tropas en las campañas que ha trabajado el país”. (Madoz).

Sigue el tránsito de tropas que no cojean,  sino vuelan para “trabajarse” otros países que se quedarán “patas arriba”, como la cucaracha de Kafka y negros de luto como ella y nosotros sin poder caminar como la nuestra.

De la misma forma que durante las noches de verano, el simpático grillo lanza al aire su cri-crí continuo y monótono, que llega al corazón, como si te contara que la luna brilla y que las flores se bañan de relente, otros grillos humanos, con élitros que llevan en sus manos y acercan a sus bocas, machacan la cabeza con las bombas y los muertos en el Oriente Medio, al tiempo que sus vidas, en algunas ocasiones penden del hilo del destino como un micrófono cuelga del hilo del alambre.

Aquellos grillos negros alargaban la noche con sus músicas nostálgicas y ese  cri-crí  se extendía “sur toute la Vallée du coeur endolori”  (Jammes),  y ahora con el corazón más dolorido que el del poeta, el pueblo escucha los cris-cris de aquellos periodistas que no se escuchan “sur toute la Vallée”, sino por todo el mundo, pero vendrá el verano y oiremos a los grillos cantándole a la paz.

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