domingo, 10 de marzo de 2013

ANTONIO LOPEZ

Iglesia de Ortilla


En aquellos, ya, desparecidos años, estaba yo ejerciendo mi profesión veterinaria, en la Villa de Bolea, desde cuya altura, se dominaba Lupiñén,  Ortilla y Monmesa y debajo de esos pueblos, se extendían numerosos castillos- agrícolas, como el de Guadasespe. Por la izquierda de tal mirador se contemplaban el Gratal y la Sierra de Guara, con los pueblos que en sus laderas se asientan, para que sus alturas,  los guarden del Cierzo. Por abajo, hasta la Sierra de Alcubierre, se extiende la Hoya de Huesca, hasta los Monegros.

A mí,  me conocían muchos habitantes de  aquellos   pueblos  y  castillos y yo también los conocía a ellos. Muchos tractoristas, pastores y mozos de mulas, habían nacido en Bolea. Por   esas tierras vacunaba yo ganados de lana, lechones, reses vacunas y conversaba con las amables gentes, que rodeadas de soledad, gozaban conversando conmigo.

En Ortilla estaban los Ciprés, y de allí salieron el señor don Pablo Ciprés y su esposa, la señora Eulalia y en Huesca, con su hijo Laureano y su esposa Amanda, vivieron en la Torre Casaus, en Huesca. Se alzaba y todavía se alza, en Ortilla, la Casa de los López y en ella era recibido con amabilidad y cariño por la señora Carmen, madre de Antonio, por su  hermano  José María, entonces soltero, y por Josefina hermana soltera. Siempre estaban acompañados por José Otal Elrío de Huerrios. Estaba con ellos desde los doce años. Les comunicaba el estado de las cosechas y les hablaba sobre los vientos, que unas veces venían del Cierzo, otras del Bochorno y otras si se aproximaban las lluvias. ¡Esos eran los ambientes de aquellas tierras, de aquellas casas, que se escuchaban en las mismas, mientras se entretenían en hacer viejos a los hombres y a las casas, donde vivían. José Otal ordeñaba la vaca, regaba el huerto y recogía la verdura, que los alimentaba. Viejas tierras y viejas casas, que se ejercitaban no por ellas, sino por el tiempo, que las empujaba, para hacer viejos a los hombres.

Quedó, por fin sólo en casa López, José Otal Del Río, nacido en Huerrios de una muy lejana familia de los López de Ortilla, y se fueron muriendo Josefina y José María y él se daba cuenta de de como se iba acabando la población de Ortilla. Y él que pensaba que con el tiempo lo internarían en algún asilo de Ancianos, se convenció de que se moriría en Casa López de Ortilla. Y así ocurrió, que José Otal murió en la sagrada Casa de López y enterrado en el Panteón familiar de los López. Estos López tenían por su situación social buenas amistades en la sociedad y recibieron una carta, en la que a su hermano terrenal de Casa López, lo proclamaban Hijo Predilecto de la tierra de labranza.

Cuando en cierta ocasión me di una vuelta por el cementerio de Ortilla,  caí en la  cuenta de que José Otal Del Río, había sido nombrado Hijo Predilecto, como representante  de tantos hombres del campo, que habían entregado su vida al cultivo de la Tierra.

Allí se quedó el cadáver de José Otal, observando los cambios de tiempo, que se dan en el Monte de Ortilla. Y su hermano terrenal, uno de los pocos hermanos terrenales de José Otal, también sigue ocupado por el tempo atmosférico, que se da en las alturas. Cerca de su Casa de Huesca, se alza un cartel, en el que sucesivamente van apareciendo, en primer lugar el día en que nos encontramos, luego se nos indica cómo va evolucionando ese día, con sus grados de temperatura. Antonio, todas las mañanas, cuando se levanta, se acuerda en que día estamos y a qué hora. Y sonríe, cuando la temperatura es prometedora. 

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