lunes, 29 de abril de 2013

A Ana Alfaro




En alguno de nuestros pequeños pueblos ya no queda casi nadie, y  en  otros ya desaparecieron sus últimos habitantes. En algunos, como Siétamo, donde se hacen esfuerzos para que crezca, se industrialice y se conserven viejas costumbres unidas a las que sus nuevos habitantes nos traen, ya que ellos buscan casi solamente el porvenir.  Nosotros también nos preocupamos por ese futuro, pero sin olvidar el pasado. Algunos no quieren el progreso de los pueblos y les niegan el agua de sus ríos para que crezcan  como lo pueden hacer algunos, como Siétamo, por ejemplo, en que ya hace unos cinco años se instaló la conducción de aguas del río Guatizalema a Fañanás, Ola, Pueyo de Fañanás, Alcalá del Obispo y a su Campo de Aviación, a Argavieso, a Novales y a  Sesa y todavía no nos ha llegado el agua ni a nosotros ni a los pueblos citados, tan necesaria para determinar zonas de urbanización e industriales. La gente en la Democracia vota  a nuestros gobernantes, pero nosotros ¿por qué no sabemos recordarles, pedirles y exigirles nuestros proyectos y sus promesas?.

Todavía quedan casas conocidas unas  por el apellido de sus últimos habitantes, otras por los de nombres más antiguos y que ya no se sabe cuando se ausentaron del pueblo o del mundo; algunas se conocen por oficios en los que se ejercitaron algunos o por apodos, motes o alias.

La gente habla de sus antepasados y estando un grupo de sietamenses en esta conversación, apareció paseando por la Plaza Mayor una señora de ochenta y nueve años, acompañada por una hija y por otra más joven, que estaba casada con uno de sus nietos. No la conocíamos nadie, pero una zaragozana llamada Virtudes y casada con un hijo de Siétamo, la conoció, ya que recordaba haberla saludado, en alguna ocasión, en Zaragoza. En seguida comunicó a los vecinos de Siétamo que se trataba de una paisana suya, que se había marchado del pueblo. Se trataba de Ana  Alfaro  Palomar, pariente de las hermanas Alfaro, también de Siétamo y que viven en Huesca. Se originaron encuentros familiares, como el de José María Puyuelo con su señora y yo, que estos días venía consultando unos recuerdos escritos que había tomado del famoso Antonio Bescós, alias Trabuco;  le  enseñé lo que ponía en ellos de sus familiares y ella toda emocionada me contó que al padre de su marido, que se llamaba José Palacio, que ya tenía noventa años y no sabía leer ni escribir, le pegaron un tiro de pistola en la cabeza en la puerta de su casa, en la calle Baja del número cinco al seis. Hacia  allí nos dirigió tocando ella con sus manos las paredes de las dos casas, donde en tiempos estuvo situada la suya, que como tantas otras se destruyeron para la Guerra Civil. Al marcharse se miraba con cariño el Huerto del Cura, que fue del abuelo de José.  Esta muerte ocurrió el día veinticuatro de Abril de mil novecientos treinta y ocho. Desde este punto, donde José murió, se veían las ruinas del Castillo-Palacio del Conde de Aranda; en este edificio donde dijo Ana que vivió su familia compuesta por su padre Orencio Alfaro, su madre Cristina Palomar y siete hermanos, nacidos todos en Siétamo y una de sus hermanas, a saber  Dorita había nacido en el Castillo-Palacio. Contaba Ana que “había una horca en el patio del Palacio y que la utilizaron los moros, que después de la Reconquista trabajaban para los dueños del mismo. También hablaba de las vajillas doradas y que las robaron  y destrozaron todas”.  De allí fueron a la llamada Casa Alfaro, situada en la Calle Alta. También vivieron en el Castillo-Palacio  con otras familias, entre las que se encontraban las hermanas Lucía y Josefa Lasierra, casada una de ellas con Moreno. Subimos por la Calle Alta y en casa de Alfaro, que fue la casa de su madre se emocionó tanto que besó la puerta de dicha casa. Un poco más arriba reconoció casa de Bescós, padre de Rafael de Gaspar,  al lado de la cual vivió la hermana de su marido, a saber Leoncia Palacio Mestre, que estuvo casada con José Cuello, de los que procede el Maestro de Música que tan famoso se hizo en Huesca y era hija de José Palacio, al que se conocía como el Sastre Viejo.

Fueron muchos los que la saludaron y algunos de ellos están en las fotografías, como están  José María Puyuelo y  su esposa, Miguel Arnal y su señora Luisa de casa Gaspar, Nati Arnal, casada con Ramón de casa Felipe Cavero y la autora del encuentro Virtudes, casada con Paco Soler.

ANA ALFARO PALOMAR, después de estar ausente durante muchos años de Siétamo, fue por un rato la reina del lugar, pues nos emocionó a todos con sus recuerdos de las casas y del Castillo-Palacio, donde vivió, besando y tocando las puertas y las paredes de esas casas. Se acordaba de los bailes que en aquellos viejos tiempos se echaba la gente y desde luego que también ella y quiso entrar en la Iglesia para recordar el mundo pasado y el futuro eterno. Exclamaba :”Siétamo, Siétamo que guapo que eres y qué lejos tengo que estar de Ti”.

Juan Antonio Palacio Mestre era miembro de una familia de cinco hermanos hijos de José  Palacio y de Dionisia Mestre y se casó con Ana Alfaro. Como vemos se llamaba de segundo apellido Mestre, que quiere decir Maestro y a la edad de dieciséis años y en 1917, con sus hermanos José y Perico y con Julian  Piedrafita, marchó a París, donde obtuvo el título de Maestro de Obras y  como tal hizo en su vida grandes obras, como por ejemplo el puente de Santiago de Zaragoza y las dos últimas torres del Pilar, el Hotel Corona de Aragón, La Romareda, campo de fútbol, la Base Americana y entre otras obras en Monzón edificó la Monsanto.

Juan Antonio Palacio Mestre era un trabajador infatigable y tenía un gran sentido del Arte. Cuando acababa la Guerra Civil quiso marchar a Méjico en un barco que “no consiguió salir, pues las tropas nacionales rodearon la salida del puerto. ” Junto con otros republicanos, allí se encontraba también Salvador Dalí, que por aquel entonces no lo conocía nadie y se dedicaba a pintar en las paredes de la plaza de toros de Valencia, con los carbones de las hogueras, que encendían para calentarse por las noches, unos dibujos maravillosos” y trabajaba con ilusión en las torres de la Basílica del Pilar. Le movía un resentimiento contra los que mataron a su padre José Palacio, pero rezaba por él.

La Virgen del Pilar dice que no quiere ser francesa, que quiere ser capitana de la tropa aragonesa. Entonces se cantaba la guerra, pero hoy diría que quiere ser capitana del trabajo en Aragón.

Al ver la historia de la familia de Ana Palacio, se acuerda uno del porvenir de Siétamo, que no hace falta que sea como Zaragoza, pero que necesita que se le abran las aguas del río Guatizalema para que no falten vecinos como Ana y como los suyos y que no carezcan de trabajo.


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