jueves, 4 de abril de 2013

Semana Santa de Siétamo, sentida por Don José Borruel Oliva



 
El atrio de la Iglesia de Sietamo, dibujado por Don Jose Borruel Oliva.

Desde niños hemos vivido José Borruel y yo mismo, la vida de nuestro pueblo y la muerte de Jesús. Y al llegar vivientes al año de 2013,  al “embocar el atrio de la iglesia parroquial, cuando la noche inunda la entrada del templo,  tenuemente  iluminado, que intimida el recogimiento de los sentimientos sagrados”, se da uno cuenta de que lo que yo iba a intentar, es decir escribir  sobre la Semana Santa de Siétamo, lo encuentro ya escrito con arte y con sentimiento por las palabras emocionantes de José Borruel. Y me veo obligado a copiar las “Conjeturas del Pasado”  del mismo, que dicen, en letra escrita, lo siguiente: “Mis experiencias sobre la Semana Santa de Siétamo y en especial del día de Jueves Santo, están significadas por la celebración procesional, en este día, para exteriorizar un cúmulo de sensaciones respetuosas con el misticismo, el recogimiento, la penitencia, los olores y aromas a incienso, velas y cirios encendidos. Fieles devotos, entrando y saliendo, del templo parroquial, como centro vivo de todas las celebraciones y actividades litúrgicas en su interior.  Reclinatorios ocupados por turnos de damas beatas, ante imágenes del crucificado cubiertas de taciturnos paños morados, propicios a la meditación. Más tarde, al atardecer, la emblemática manifestación, en dos filas paralelas y distanciadas, por las calles del pueblo, como signo de fortaleza en la creencia de un Cristo de amor y muerte, plasmado en la cruz que encabeza la procesión, con la intensidad y testimonio humilde de un pueblo que vive la Fe, en fraternidad común entre el vecindario silencioso, y los pasos sincronizados de penitentes descalzos, soportando el dolor con el gozo de la participación, colgando desde sus hombros una pesada y auténtica cruz, con ayuda de otro nazareno que evita el rasgueo trepidante, en el suelo, con cabezas y cuerpos ocultos, bajo túnicas que cubren el flagelo de los grandes misterios, que transmiten las historias de una tradición que abraza al personal con intensidad y pasión. Momentos de luto, de confesión y conversión; mujeres vestidas de oscuro y mantilla de blonda cubriendo la testa. Hombres mudados para la ocasión, con camisa blanca, traje de pana y zapatos, tan incómodos como poco habituales, cabeza descubierta, con la boina entre las manos, en señal reverente. Niños y jóvenes que observan e imitan a los mayores con la discreción, disimulo y afinidad ejemplar. Todo modesto, bondadoso, cercano y entrañable, con la conciencia serena de la confortable solemnidad del bien cumplido con el alma. Sonidos de campanas silenciadas por el de  matracas y carracas, que los chicos han evidenciado con insistente pesadez por los itinerarios que ahora discurren en comitiva, en un amplio recorrido del desfile dirigido y presidido por el sacerdote (Recuerdo especial al Rvd. Alejandro Tricas y al sacristán Antonio Bescós, Q.E.D. ambos de larga, ejemplar y fructífera trayectoria parroquial),  jalonados por  monaguillos obedientes revestidos con atractivos ropajes, partícipes atentos, gentiles y disciplinados en su cometido. Autoridades y pueblo confiado y crédulo, con interpretación de toques, que  suenan con fuerza, en medio de la oración y textos de la Pasión de Cristo, encarnando el esplendor humano de la sencillez de lo cotidiano, en esta fechas de intensidad religiosa, a través del caminar por los parajes ordinarios, hasta embocar el atrio de la iglesia parroquial, cuando la noche inunda la entrada del templo, tenuemente iluminado, que intimida el recogimiento de los sentimientos sagrados.
Esa, es una sencilla historia comentada, sobre la devoción arraigada en la práctica de la sobriedad, procedente de una post-guerra carente de casi todo aquello imprescindible, menos de expectativa, con argumento de poder vislumbrar mejora con la capacidad de superación y responsabilidad, de una vida preferible y lejana en el tiempo, por la espera de un progreso benéfico común, que tardó tanto en llegar.
Pocas semejanzas las descritas en el relato anterior  y la actualidad reflexiva de una Semana Santa espectacular, rica en representación, ceremonia y participación, al memorar sacrificios contenidos en aquellos espacios que ahora son saludables añoranzas de quienes vivimos otros tempos que nombramos sin nostalgia ni animosidad y la satisfacción y aleluya, de ver cumplidos en nuestros descendientes y venideros, el bienestar sustanciado, que ni soñado se podía fantasear. Aunque en estos momentos se vivan borrones imprevistos e indeseados, por ser dañinos para una sociedad maleada, que se ve perjudicada, en el favor general”. 
Esta descripción de la Semana Santa en mi pueblo de Siétamo, ha conmovido mis recuerdos pasados en ella, porque no trata su autor de conmover con su descripción, sino que te introduce en una época pasada, viviendo tu propia vida y la de los “hombres mudados para la ocasión, con camisa blanca, traje de pana y zapatos, tan incómodos como poco habituales, cabeza descubierta, con la boina entre las manos, en señal reverente”. También te está representando “mujeres vestidas de oscuro y mantilla de blonda cubriendo la testa” y te hace recordar el sonido de las matracas y carrascas, que yo he recogido, colgándolas  en las paredes de una habitación, como si ahora se hubieran puesto a sonar,  con “los sonidos de las campanas silenciadas por las matracas y carracas que los chicos han evidenciado…por los itinerarios que ahora discurren en comitiva” .
Esta obra de José Borruel es un texto de la Historia de España, cuando escribe:”Esa, es una sencilla historia comentada, sobre la devoción arraigada en la práctica de la sobriedad procedente de un post-guerra carente de casi todo aquello imprescindible, menos de expectativa, con argumento de poder vislumbrar mejora con la capacidad de superación y responsabilidad, de una vida preferible y lejana en el tiempo, por la espera de un progreso benéfico común, que tanto tardó en llegar”. Pero es también una profecía de lo que está pasando y seguirá pasando en España, cuando dice:”Aunque en estos momentos se vivan borrones imprevistos e indeseados, por ser dañinos para una sociedad maleada, que se ve perjudicada en el favor general”.
Hace unos pocos años subió el nivel de vida de los españoles, cuando se hacía propaganda contra la religión y ahora, que se viven esos “borrones imprevistos e indeseados por ser dañinos para una sociedad maleada”, se ha revivido la práctica de la devoción a Cristo en la Semana Santa, y el pueblo ve en la práctica de esa doctrina de Cristo, con la honradez en todos los españoles, incluidos los políticos, de una vuelta al Pan Nuestro de cada día y a los demás bienes culturales, sanitarios y humanos y “una vuelta a un progreso benéfico común, que tardó tanto tiempo en llegar”, después de la Guerra Civil”.
Me han impresionado las palabras de un Maestro, que estudia la Historia pasada y la venidera y plasma  en  el papel, con un arte, clásico y actual, la entrada en la iglesia parroquial de Siétamo.  

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