domingo, 30 de junio de 2013

Antonio Borruel Cabarbaya, profanado por los revolucionarios






José Borruel Oliva (amigo mio ya difunto), Maestro Nacional, ya jubilado, estaba cierto día intentando leer los nombres de los defensores del pueblo de Siétamo, en una lápida que se instaló en la parte frontera de la Lonja de la Iglesia parroquial. Él ya tiene la costumbre de recordar a su tío, mirando su nombre en esa lápida, pero hoy se leen con dificultad los nombres de varios de los treinta, que heroicamente murieron en Siétamo. Sin embargo había ya localizado el nombre de su tio, Antonio Borruel Cabarbaya, que nació en Siétamo en 1910 y que fue herido en  la defensa de  Siétamo, y después de herirlo, lo profanaron y lo asesinaron. Su sobrino Don José Borruel Oliva, en un recuerdo de la historia de Siétamo, puso a su tío Antonio, dibujado como Figura digna de recuerdo, junto con el Conde de Aranda, el Cardenal Javierre y varios más. En una nota que me proporcionó mi amigo, pone: “Víctima de la Guerra Civil, del año 1936.Fue partícipe militar con su agrupación del cuartel de  la Guardia Civil de Angüés, venida para unirse a la del mismo Cuerpo, ubicada en Siétamo, casualmente, su lugar de nacimiento. Allí se organizó un duro frente de batalla, tenaz, cruel, denso, en bombardeos y tiros de toda clase de armamentos, unos en defensa de los intereses nacionales, para luego ganar la guerra iniciada el 18 de Julio de 1936, y los contrarios, en busca de otra libertad revolucionaria, que fracasó”. ¿Quién tenía la razón?. La República estaba declarada como una democracia, pero los comunistas y anarquistas, buscaban una “libertad”, que sería dirigida por dictadores.”Se había creado una situación muy difícil para mantener la paz en España y el dieciocho de Julio de 1936, estalló la Guerra Civil.

 Los anarquistas de la Columna - Ascaso que venían a la desbandada desde Barcelona, con poca oposición, dejaron muchos desgarros en Lérida y sobre todo en Barbastro.

Me llevó a Barbastro, Antonio Bescós, hijo del también llamado Antonio Bescós, que fue miembro de los luchadores por la República y acabó, con todos sus compañeros en campos de concentración franceses. De allá fue liberado y un tío suyo, General del Ejército Español, que era del pueblo de Alerre, le libró de castigo. Cuando se jubiló, yo lo veía en la puerta de su casa, al lado de la carretera de Jaca y un Guardia Civil,  amigo mío, me contaba que con cierta frecuencia le llevaba algún escrito. Antonio,  el padre, luchó con los “rojos”,  pero era un hombre muy religioso, tanto que al volver a Siétamo, se puso de sacristán en la Parroquia de Siétamo, cuya iglesia había sido destruida por los “rojos”.  En el edificio de los Hermanos Claretianos, nos enseñaron los restos de los 51 misioneros de Barbastro, que fueron martirizados, como también lo fueron los 18 benedictinos del Monasterio del Pueyo y en Septiembre otros doce escolapios. Mataron en total ochenta y un religiosos. La diócesis de Barbastro resultó ser la más sacrificada de España, pues martirizaron a su  Obispo, que fue vejado y castrado antes de llevarlo a fusilar, pero no se contentaban con algún miembro de alguna orden religiosa, sino que mataron al noventa por ciento de los sacerdotes diocesanos. Pero no sólo fusilaron a los ya citados,  sino que lo hicieron también con docenas de católicos, entre los que se contaba el Pelé, primer gitano mártir en la Historia de España. Yo conviví en la Diputación Provincial de Huesca con el Ingeniero Perrela, que todavía vive y me contó como mataron a tres miembros de su familia, entre los que se contaba un tío sacerdote.

El Ejército lo mandaba en Barbastro el Coronel Villalba y se comprende como al ejército no lo hacía intervenir con fortaleza, porque carecía de ella, entre otras cosas por la mala calidad de las armas y la escasez de las municiones. Por eso, en Siétamo, antes de llegar a sus casas había un batallón de soldados, que se acostaban tomando el sol, a orillas del río Guatizalema. Un día pasó por delante de ellos un Comisario y le preguntó al capitán que por qué no se lanzaban al ataque del pueblo. Le respondió que porqué estaban esperando nuevas órdenes.

Con estos hechos, aumentaba la resistencia de Siétamo al ataque de los “rojos”, al mismo tiempo que impedían la toma de Huesca, como la evitaron también con la resistencia en Estrecho Quinto.

Algunos dicen que por qué no se daba la preferencia a la democracia, pero los hechos, entre otros los de Barbastro demostraban que aquellos anarquistas que avanzaban desde Barcelona a Siétamo, no tenían nada de demócratas, porque el ejército, ante aquella crueldad, y escasez de medios, se veía obligado a permanecer inmóvil. Su Coronel Villalba estuvo en duda de luchar por uno o por otro.

C.G. Jung, médico y filósofo, se vio obligado a dar contestación a numerosas preguntas morales, porque el libro “Respuesta a Job”, publicado en 1959, expuso “la situación de mentira, injusticia y asesinato de millones de seres que desencadenó la Segunda Guerra Mundial”. No pudo escaparse de escribir lo siguiente: El hombre cree que “puede hacer la cuenta sin contar con la huéspeda”, es decir, en nuestro caso de España, sin contar con su pueblo español. ”Esto se ve de la manera más clara en las grandes empresas políticosociales tales como el socialismo y el comunismo, en el primero sucumbe el estado y en el segundo sucumbe el individuo”. España se sublevó contra el comunismo, entre otros grupos, pero  evitó, después de soportar los suyos, ”el asesinato de millones de seres que desencadenó la Segunda Guerra Mundial”. 

Los rusos con sus esclavos satélites  siguió  con el comunismo, pero así como en España se dieron cuenta con rapidez de los peligros totalitarios del comunismo, se dieron también cuenta de su posible caída en la miseria y rompieron con el citado comunismo. España entró en una dictadura, pero más tarde, entró en el socialismo, en “que sucumbe el estado y el segundo consume el individuo”. Jung se pregunta en el libro: ”Respuesta a Job”, sobre  “reflexiones sobre la angustia del mundo y la esperanza, de que a pesar de todo, seguimos viviendo en él”.

Seguía el ataque de la columna Ascaso a  Siétamo, acompañada con blindados, aviación y artillería, cuyos defensores se tuvieron que ir retirando poco a poco. El día treinta y uno de Julio,  mis hermanos pequeños y yo, acompañados por mi madre y la hermana de mi padre, tía Luisa, nos metimos en la bodega de la iglesia con otros vecinos, como Rafael Bruis de mi edad, a cuyo padre también mataron, y allí estuvimos casi todo el día oyendo, las crueles explosiones de los obuses de los cañones y de las bombas,  lanzadas por la aviación. Por la tarde, cuando ya se paró el bombardeo, salimos de la bodega y en la carretera, al lado de la fuente, nos subieron en camiones, que nos llevaron a Huesca.

Poco tiempo después de salir nosotros de la bodega, subieron los defensores de Siétamo a resistir a la torre de la Iglesia, cuando ya los invasores estaban en las calles del pueblo, en las que abrasaban casas y pajares, obligando a huir a la gente, unos subidos en un camión y otros en una caravana de mulos y de asnos. Los que ocupamos la bodega de la iglesia, dejamos el escaso terreno de la Torre al Teniente de la Guardia Civil Lahoz, que ya estaba herido, al sargento de Siétamo Javierre, padre del Cardenal y de un gran sacerdote escritor. Allí estaba ANTONIO BORRUEL CABARBAYA, Guadia Civil y otros más, unos venidos de Angüés y otros destinados en Siétamo. Allí se encontraban también voluntarios como José María Calvo Ciria de Los Molinos de Sipán y Ciria de Aguas, con alguno más, de cuyos nombres no me acuerdo, a pesar de haberme hablado de dicha situación, hace escaso tiempo. Estuvieron en la torre de la iglesia tres días y al quedarse sin municiones ni alimentos, a José María Calvo Ciria, cuya esposa todavía vive con más de noventa años, se le ocurrió la idea de salir de la trampa, por una pequeña ventana que todavía se puede ver y que está en la parte posterior de la iglesia. Salió el primero y después todos los compañeros y el último el sargento Javierre, que tuvo la necesidad de quitarse la ropa por tener un cuerpo obeso, del que todavía me acuerdo. Y al fin,  entre rasguños y roces, salió por la ventana. Pero dentro se quedó ANTONIO BORRUEL CABARBAYA, que estaba herido y no podía ni tenerse en pie. Pidió a sus compañeros que lo mataran para evitar que lo hicieran los atacantes republicanos. Los defensores mostraron un corazón sensible, porque no quisieron quitarle la vida a un muchacho que defendía Siétamo. Mientra Javierre intentaba salir por el ventanuco, los “rojos” ya entraban en el templo. Encontraron a ANTONIO y en lugar de llevarlo a curar sus heridas, lo martirizaron, lo castraron, como debían de tener por costumbre, pues lo mismo le  hicieron  al Obispo de Barbastro, y metieron sus testículos en su boca, que cosieron con un alambre. Fue martirizado como el Obispo de Barbastro y pasó a ser un héroe de Siétamo en la torre de su parroquia. En el frontal derecho del atrio de la iglesia se colocó una placa de mármol y se gravó su nombre entre los treinta sietamenses  que fueron muertos en la Guerra Civil. Ahora ya algunos nombres no se pueden leer, y entre ellos está mi primo José María Narbona, del que recuerdo verlo dar clases en Siétamo a mi hermana mayor. Era Teniente voluntario,  que murió en Teruel y que lo trajo un primo suyo, para enterrarlo en el cementerio de Huesca.

“El Sargento Javierre con ropa prestada llegó a Huesca y al día siguiente cuando ya se disponía el Mando para el rescate del pueblo, fue el  primero en salir para ocupar su puesto, pero esta vez acompañado de un hijo de catorce años”. Al día siguiente el hijo del Sargento Javierre, contempló  la catástrofe  más tremenda  que pudiera presenciar  en su vida. Se encontraba montando una ametralladora, delante de la puerta de casa Narbona, cuando un mortero le lanzó una granada, que le introdujo metralla en su vientre. Murió en brazos de su hijo y éste con los ánimos que recibió de su padre, al acabar la Guerra Civil, estudió en Huesca en los Salesianos y acabó, hace muy poco su vida, siendo Cardenal en Roma. En la iglesia de Siétamo cuelga un cuadro regalado a Siétamo por el Cardenal, que me dijo en Roma que se acordaba de un cuadro de María Auxiliadora, que regaló mi tía Pilar, casada con José Antonio Llanas, que fue alcalde de Huesca.  A la ceremonia acudimos a Roma, muchos vecinos de Siétamo y de otros pueblos y nos acordamos de aquella Guerra terrible, en la que murieron tantos hombres e incluso mujeres. Entre dichos difuntos, aparte de su padre, fueron muriendo su subordinado, el Guardia Civil ANTONIO BORRUEL CABORBAYA. Después de estas muertes, a fin de Agosto, fueron muriendo muchos defensores de Siétamo y sólo quedaban unos cincuenta. Murieron también vecinos, como mariano Bastaras, tío del actual párroco de Alquézar, que asomándose a una ventana, le dio  una bala en la cabeza; también murió el abuelo Gaspar en casa de Cavero. Quedando sólo cincuenta defensores, se hacía imposible defender el pueblo atacado por cinco mil hombres. Entre casa Almudévar y la Cruz que presidía la Plaza Mayor, un obús alcanzó al capitán García Rivas, que lo arrastraron con una soga desde el patio de casa Almudévar, para salvarle la vida. Al proponerle la retirada contestó: ”Cuando ya no quedemos ni uno, será hora de rendición”. Cuando ya estaban las banderas rojas extendidas por la carretera, el Alférez Claver, hermano de un amigo mío y de una antigua familia de Sieso, pariente de mi familia y descendientes del Rey, que conquistó Huesca, en la Edad Media, murió como me contó su hermano. Se había quedado atrasado para proteger la retirada de sus compañeros.

Los defensores de Siétamo, para prolongar el tiempo que necesitaban en Huesca, para evitar que entraran en ella, hicieron un punto de resistencia en el Estrecho Quinto. Aquí siguieron las muertes, los sacrificios, el hambre hasta que lograron volver a Huesca, ciudad en la que no entraron los guerrilleros de la República.

Aquí ya no estaba ANTONIO BORRUEL CABORBAYA, porque lo sacrificaron en la torre de la iglesia de Siétamo. Hoy Don José Borruel su sobrino, me ha hecho recordar la, ahora, ilustre figura de este mártir, nacido en Siétamo y que tuvo novia en aquellos años de juventud, con la que se amaban,  impidiendo la Guerra Civil que se casaran. Me comentaba don José Borruel, que sentía no poder leer los treinta nombres y apellidos de los mártires, que están escritos en la lápida, colocada delante de la Parroquia de Siétamo, pero recordaba con cariño otros apellidos que se pueden leer, como Escartín , Mairal, Trullenque, etc.  

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