domingo, 30 de junio de 2013

Los hermanos Saura en el Palacio de Villahermosa

Colegio San Viator en Villahermosa (1926).


Fui a visitar el Palacio de los Condes de Guara y al entrar en el mismo, a mi izquierda quise ver la cocina  del Colegio de San Viator y me entraron deseos de saludar a su entonces cocinero, hombre que debía de cocinar con gusto, porque tenía un cuerpo enormemente obeso, como consecuencia de la voraz ingestión de sus sabrosos platos.

Pero no encontré ni la cocina ni a su cocinero, sino una sala en la que estaban expuestas numerosas y geniales obras de Picasso. No estaba, entre ellas, el “Guernica”, con cuya obra  parece que Picasso quiso que su arte mostrara la disgregación de la estética, en un mundo que se entregaba con furia a los horrores de una guerra, pero si que abundaban obras no sólo de pintura y de dibujo, de las que produjo durante su larga vida miles de ellas, sino también esculturas y grabados. Me complacía mirar y admirar los jarrones y platos grabados y los adornos escritos en cuentos y en libros.

Y contemplando y admirando tales obras de arte, me acordé de dos artistas que fueron mis compañeros de estudios en este Palacio, luego convertido en Colegio de San Viator; se trataba de otro pintor llamado Antonio Saura, nacido el mismo año que yo, es decir en 1930 y de su hermano Carlos, director de cine, que aparte de su simpatía personal, es un genio en la creación de películas como demuestra con La caza y El jardín de las delicias. Lo pasábamos muy bien entre las rejas que rodean el jardín de entrada en ocasiones y de salida cuando íbamos a su casa a jugar con sus coches, en el suelo. Su buena madre nos atendía con gran simpatía, pues era muy sensible para los niños y para hacer sonar la música, como lo hacía en compañía de Marieta Pérez, de Enrique Capella y del doctor Barrón. Parece ser que la habitación de la que disponía Marieta en su casa, al lado de casa de Llanas, no era muy amplia, lo que les hizo abandonar esos conciertos, en los que el genio de Enrique Capella, por ejemplo, se excitaba.

Como he dicho Carlos me trataba con simpatía y yo no lo conocí hasta que él mismo me recordó quien era él y quien era yo. Ya no lo había visto desde hacía muchos años, pero él, a pesar de ser  ambos ya mayores, me reconoció a mí. Nos encontramos en la Diputación Provincial, donde se homenajeaba a los dos hermanos y en un rato de conversación que llevábamos entre ambos, sin haberle yo dicho nada sobre mis escritos, me dijo si tenía alguno de ellos para llevarlo al cine. Yo le contesté que tal vez alguno de ellos pudiera ser útil, pero que los consideraba como relatos excesivamente cortos para tal fin.

Ellos se encontraban en Huesca felices, pero se notaba como habían superado su infancia,  llevando sus artes por el mundo y se encontraban bien porque recordaban a su madre y habían encontrado parientes en su ciudad natal.

Hablamos con Carlos de su apellido Saura, del que le dije que abundaba en la provincia de Huesca y que mi amigo Sauras de Lascellas me había explicado que era vasco, como le había demostrado un cura que conocía tal lengua. Carlos me dijo que Saura era una enorme región, que se encuentra en Argelia.

 De esta estancia en nuestra ciudad surgió la idea de perpetuar la obra Antonio con las pinturas que creó en la Diputación, donde al contemplarlas se da uno cuenta de su expresionismo y recuerda sus Retratos Imaginarios.

Pablo Sampietro me contó que su madre doña Flora Solanes,  hermana del famoso hortelano y presidente de los danzantes oscenses Victorino, le mandaba, cada vez que iba a Madrid, que le llevara a doña Fermina Atarés de Saura, tortetas y morcillas de las que fabrican en la Tabla Nueva. Me añadió Sampietro que las pagaba su madre a medias con Marieta Pérez. Cada vez que doña Fermina se veía tan bien suministrada de productos oscenses, le hablaba a Sampietro de multitud de temas familiares; una vez le decía que su hijo Carlos lo que debía hacer es abrir en la Puerta del Sol, un buen centro de fotografía, que le daría más dinero que el cine. En otra ocasión le hablaba de los amores de su hijo con Geraldine Chaplin, hija del gran Charlot, simpática ella, pero de una belleza misteriosa.

Hemos visto estos días las cerámicas y dibujos de Picasso en el lugar donde en otros tiempos estuvieron los dos famosos hermanos Saura, de grandes méritos artísticos y uno se pregunta: ¿en este centro cultural, se acordarán de enseñar a los oscenses la personalidad y las artes de estos dos ilustres hermanos, hijos de Huesca?.

.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

La razón y la sinrazón

  La razón hace funcionar los ordenadores, no su propia razón de la que carecen esos maravillosos aparatos, descendientes de las simples plu...