miércoles, 24 de julio de 2013

Juan García en la autovía


Juan tiene por nombre y García por apellido y es el jefe de los movimientos de tierra en la autovía, que comunicará a Lérida con  Huesca y desde esta ciudad circularán los vehículos hasta Pamplona. Es andaluz, nacido en Cazorla, capital de aquella Sierra que recorrieron los caballeros y los bandidos andaluces y por la que también corren aguas minerales, que se beben en casi toda España. Ya hace cincuenta y siete años que le iluminó la luz brillante y fuerte de Andalucía. Asistió a la Escuela, pero después hizo el bachillerato laboral. Al acabar dichos estudios, trabajó de botones, pero interino y al perder su colocación, sus ganas de trabajar le hicieron emigrar a Barcelona,  a donde tantos y tantos otros andaluces habían acudido, para obtener, como Juan me dijo, las diarias habichuelas. La Guerra Civil promovió  la movilización de los paisanos de Andalucía hacia Barcelona, porque estaban hartos de esperar el cambio y el progreso industrial y político, pero los dormidos  y los moderados se despertaron después de la Guerra, que con desesperación se lanzaron a buscar las habichuelas. Ahora en Huesca hay muchos descendientes de aquellos andaluces, que se han integrado en su tierra. La señora María vino a Huesca  acompañando a su marido, prisionero de guerra, que trabajó en los tejados del Ayuntamiento, mientras ella cosía y cosía en distintos domicilios oscenses. Hoy están muertos, pero siguen vivos sus nietos. Juan marchó a Barcelona  más tarde, con sus estudios, pero sin trabajo y no podía olvidar aquellos pequeños detalles de su tierra, que luego ha convertido en realidades, que a mí me dejan deslumbrado, cuando contemplo desde una pequeña cueva excavada en la piedra y que ha quedado a una gran altura, el curso de  la  autovía. El padre de Juan era zapatero, allá en Cazorla, pero no sólo creaba nuevos modelos de zapatos, sino que se los arreglaba a aquellas personas, muchos de ellos padres o madres, que llevaban a sus hijos, que tenían algún  defecto en sus pies, para crearles un modelo de zapato, que no les impidiera andar con la elegancia que tienen los andaluces. El era muy curioso y observaba la Naturaleza, no desde la cueva de Lobateras de Siétamo,  que él ha tratado de defender contra la explosión de la dinamita, sino desde el suelo de su propia tierra, donde corrían las hormigas, unas detrás de otras, mientras el resto de componentes de su nido hormiguero, volvían en sentido contrario. Construían sus “cados”  o nidos debajo de la tierra y para ello sacaban a la superficie partículas  de tierra, que colocaban en montoncitos, que pretendían igualar los enormes montones de tierra que, ahora, depositan las palas hidráulicas en los campos próximos a  la autovía en construcción. Un día mató, sin querer, a una lagartija y al día siguiente, preocupado por el dolor de la muerte del reptil, fue a ver su cadáver y quedó admirado al contemplar un esqueleto maravilloso, del que las hormigas habían limpiado su piel,  sus músculos y todas sus vísceras. Las hormigas habían hecho aparecer una de las bellezas ocultas de las lagartijas, igual que las palas hidráulicas rompen las mesetas que separan Velillas de la “Fondura” de Siétamo con su río Guatizalema, sobre el que están levantando un enorme puente;  después vuelven las palas a deshacer otra meseta para comunicar la “Fondura” con el Monte de Ola, antiguamente llamado de Olivito. Las palas mueven la tierra y la cargan sobre los camiones que la llevan   a los montones de tierra o al cauce de la autovía, para elevar algún nivel. Le parece ver en aquellos camiones a los escarabajos peloteros, que allá, en Cazorla, montaban cada uno  sobre una bola de tierra mezclada con materia orgánica, procedente de las hojas desprendidas de los árboles e iban de aquí para allá. Circulaban lentamente, no como los camiones que bajan por cuestas a descargar la tierra, mientras otros suben vacíos para hacer la misma operación. Los escarabajos eran los chóferes de aquellas bolas, antecedentes de los vehículos rodados, como estos camiones, que no ruedan por las laderas en trágicas caídas, aunque, a veces parece que así podía ocurrir, sino que sus ruedas  se agarran a la tierra mientras dan vueltas incansables, para subir y para bajar. Juan García se acuerda de las buenas aguas que corren por la Sierra de Cazorla, pero no sé si habrá pensado algún técnico, en el problema que se crea en la mitad de la finca, que al partirla profundamente, no se sabe por donde se podrá conducir el agua para regar la parte más al sur de dicha finca. No es este el problema de Juan García sino de los elevados Técnicos, que hacen los planos para las obras humanas. No se trata de que las hormigas resuelvan el problema de los riegos, porque ellas se rigen por los instintos.
No se riega la parte sur de la finca, pero las hormigas siguen corriendo sus caminos, unos sobre la tierra y otras por debajo de ella. Los vehículos, como nuevas hormigas, corren por la hondura abierta por las palas mecánicas y con la tierra excavada la llevaban los enormes camiones a lugares apartados. Arriba, a los dos lados del puente, siguen creciendo los cereales, que a pesar de no poder regarlos, van creciendo y cada año, se van segando.



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