domingo, 18 de agosto de 2013

Ruidos y silencios






¿Quién  me presta una escalera
Para subir al madero,
Para quitarle los clavos
A Jesús el Nazareno?
(Saeta popular)
Los andaluces cantaban y todavía cantan esta saeta, que es una bella muestra de su sensibilidad ante el sufrimiento, en este caso de Jesús el Nazareno. También en nuestros pueblos existía esa sensibilidad, pero en lugar de inquietarse por quitarle los clavos, les preocupaba más liberar de la corona de espinas, la cabeza de Jesús; tal vez los altoaragoneses, acostumbrados al amable  abrazo del  cacherulo, no soportaban  ver el tormento causado por por el cruel abrazo de las espinas y en lugar de cantar ese deseo, atribuyeron a las golondrinas la piadosa costumbre de despojar al Crucificado de tan bárbaro cacherulo. Nuestros niños tenían como una de sus diversiones preferidas, coger  nidos de toda calse de pájaros, pero siempre respetaban los de las golondrinas. Nuestro pueblos nos enseñaron ese respeto y siempre causaron las golondrinas en nosotros, una veneración religiosa.
Hay otras diferencias más notables, entre el norte y el sur de España, en lo que se refiere a la Semana Santa. En Andalucía las procesiones son más pomposas, las flores adornan los pasos y parecen mitigar el dolor, incluso el de la Dolorosa, las vestiduras de la imágenes son lujosas y brillan las joyas en ellas. Aquí las procesiones son más severas, como si consideráramos más el dolor y la muerte que los andaluces, tan vitalistas, que parecen intuir con clarividencia el triunfo sobre la muerte, la Resurrección, en medio de una primavera exultante. Pero también tenemos diferencias entre la del Santo Entierro de Huesca y las que recorren las calles de nuestros pueblos, cuya escasa población no les permite poner pasos espléndidos de arte, pero costosos para los cofrades, más numerosos en la capital.
Hay lugares donde el único paso no es tal, sino una representación viva de Jesús con la Cruz a cuestas, en que el portador va vestido de nazareno, con la cara tapada e inclinado hacia delante por el peso del leño; va descalzo y en sus tobillos se atan pesadas cadenas que  arrastraban por el suelo lleno de guijarros, hace algunos años. A su lado van otros dos nazarenos, que cogen cada uno una soga atada a la Cruz. Marcan un paso rítmico en medio de un silencio impresionante, pero no total, pues al sonido metálico de las cadenas se unen los de las matracas y caarracas, más el que producen  los grillos que parecen,  en la noche, unirse a la celebración.
Las estrellas titilan en el cielo y en las  barandas de los balcones, mediante dos placas metálicas, se prenden faroles, dentro de cuyos cristales brillan tímidas y vacilantes las llamas de las velas. Esto ocurre entre otros pueblos en Siétamo , en Colungo y en Campo, haciendo notar que en Colungo  portan un estandarte altísimo y que en Campo las mujeres portan en una “peaina” a la Virgen Dolorosa.
En las torres de las iglesias sustituyen el doblar de las campanas con sus tañidos por el girar de la manivela de la matraca con sus percusiones o roces con sonido de madera. Los niños estaban antes bien provistos de matracas, que resonaban por nuestros pueblos con el mismo tipismo que,  aún ahora, resuenan los tambores en Teruel. Las había de martillos, de uno o de varios, que percutían sobre una tabla; las había con una a modo de estrella de madera, sobre cuyas puntas giraba una lengüeta que las golpeaba, produciendo su consiguiente sonido; otras consistían en dos placas también de madera, unidas en un extremo con una bisagra, que se golpeaban entre sí. Toda la Semana Santa estaban en marcha y en el Oficio de Tinieblas, se emulaban los niños en hacerlas sonar, en tanto los mayores golpeaban los bancos con las manos, los bastones o lo que bien les venía. En Huesca, en el Vía Crucis de Salas, el que no tenía carraca, cogía un cajón de aquellos de tan buena madera y con un palo lo “trucaban firme”. ¿Cómo  no se les ocurrió lo de los tambores igual que en Teruel?.
Me acuerdo de que en mi pueblo, el Viernes Santo por la mañana y antes de la ceremonia por la que el sacerdote comulgaba con la Sagrada Forma del Monumento, los niños íbamos “a matar al diablo” con las matracas, al tiempo que gritábamos: ”A matar al diablo, que está en el estanco, el mundo de rodillas, a romperle las costillas y viva el Monumento que está Cristo dentro!”. Algunas veces un chico se vestía de diablo con cuernos y todo y ¡pobre de él!, que en ocasiones se llevaba alguna pedrada.
Ahora, con las vacaciones, muchos no consideran la Semana Santa, pero de vez en cuando alguno sufre su pasión particular por un hijo muerto contra un árbol, no el de la Cruz ”in quo Cristus pependit”, sino en otro cualquiera, convertido a su vez en Cruz.
Machado añade a la saeta que encabeza el artículo, algunos versos más, como el que reza ”¡Oh, no eres tú mi cantar!, ni quiero, a ese Jesús del madero, sino al que anduvo en el mar!”.
Algo así debió sentir la periodista Mariuca Lomba, cuando en la “Nueva España” del 21-III-1985, escribía: “¿Por qué el despliegue  de gentes, flores, funerales de despedida a siete jóvenes muertos y no se hace en la misma proporción para recibir a los dos que regresan con vida a sus hogares?”.
Cristo resucitó y nos dijo que amemos como hermanos a los que viven, que será el mayor provecho que podamos sacar de la Semana Santa, pues los muertos están ya en el seno de la Dolorosa y en el Reino de Dios.




No hay comentarios:

Publicar un comentario

La muerte, la niña y el hombre caramelo

  ¿Tres años tiene la niña?, tal vez cuatro, no lo  se.  La conocí en el coro de San Pedro el Viejo, donde acude a una misa con su madre. El...