martes, 3 de septiembre de 2013

Cartas al director en el Diario del Altoaragon de Ramón Pisa a Ignacio Almudévar



Ramón Pisa a Ignacio Almudévar

Como asiduo lector del periódico Nueva España de Huesca, leo todos tus escritos que en el citado periódico publican, pero entre ellos todos los publicados, el que más emoción sentí al leerlo, fue el aparecido el día de Año Nuevo, sobre la “Señora Concheta”, como tú la llamabas, hasta el punto de que se me puso la carne de gallina, como se suele decir, y las lágrimas estuvieron a punto de saltarme.

Para los que no conocen a esta señora, poco impacto les podía hacer ese artículo, pero para los que fuimos bautizados en la pila, o convivieron con ella, creo que les sucedería lo mismo que a mí.

Yo no voy a escribir sobre ella, porque lo dices tú todo, voy a escribir sobre tu persona, pero no sé si sabré describir todas las virtudes que en ti concurren, y todas las que te mereces.

Para ti los pecados capitales sobran, porque derrochas humanidad a raudales, tu modestia reina en ti como principal virtud, en cuanto a honradez no hay quien lo ponga en duda. ¿Cuántas personas que no han nacido en una cuna de tantos quilates como la tuya, quieren ostentar todo esto que tú tienes!.

 Abundan muchas personas que al llegar a ostentar un cargo político de alguna categoría, por el dedo caprichoso de otra  persona, se enorgullecen tanto, que aun habiendo sido conocido te niegan el adiós al pasar por su lado, o sea, que se les sube el cargo a la cabeza, como vulgarmente se dice, también les suele suceder a bastantes que de pobres han llegado a ricos.

Tú,  Ignacio, tienes como lema el trabajo, desde muy joven, ya fuiste pionero de la explotación de una granja de gallinas, en colaboración con Laureano Ciprés, en vuestra propiedad de la Torre de Casaus, te he visto como veterinario en los Almacenes Escartín, y hoy, en la actualidad, en el Matadero Municipal; todo esto te enaltece, mucho más ante los que te conocemos, ya que todos tus antepasados, aunque también tenían todas las virtudes que tú tienes, vivían más opulentamente, desde tener cuatro muchachas de servicio, una legión de personas para trabajar las tierras, y un coche de caballos con su cochero para venir de Siétamo a Huesca todos los días.

Cuando hicieron aparición los coches de motor, el primero que había por todo este contorno, lo tuvieron en tu casa y para todo el pueblo fue un acontecimiento y más para nosotros que entonces éramos muy jóvenes. Recuerdo que lo conducía tu tío José María, y tu abuelo le hacía la advertencia de que no corriera mucho, no podía correr mucho, ya que aquellos coches no estaban inventados para correr.

Como alcalde de Siétamo también has sido pionero en el adecentamiento del pueblo, pero además no sólo has arreglado la Plaza Mayor por estar allí ubicada tu casa, sino que la pavimentación ha llegado al último rincón del pueblo, desde luego con la colaboración  de todos los vecinos; muchos alcaldes se podían mirar en tu manera de proceder.

Muchas más cosas podía contar, tanto de ti como de tus hermanos, que todos se han dedicado al trabajo, pero con esto que me ha venido a la memoria después de leer esa colaboración tuya en Nueva España, me doy por satisfecho, más viendo que lo hago antes del día de las alabanzas, pues ya que casi siempre se suelen hacer después de que uno muere. 

 Carta de Ignacio Almudévar Ramón Pisa 

Amigo Ramón. Tu carta me llena de alegría y al mismo tiempo de tristeza. Deja en mí un poso agridulce. Me llena de satisfacción el que un hijo de mi pueblo, bautizado en la misma pila que yo, como muy bien dices en tu carta, vibra conmigo al recordar el pasado de nuestro pueblo y se alegra de ver las mejoras que nuestras gentes van introduciendo en él.

Y esas inquietudes te honran, ¡Ramón!, porque son sentimientos totalmente espirituales en tu caso; son ajenos a todo interés material, porque si bien tus hermanos tienen sus patrimonios, tú no tienes en Siétamo lo que aquí llamamos intereses. ¡ Tu interés por tu patria chica sí que es interesado!. Cuando las campanas de la iglesia parroquial de Siétamo suenan tristes, aparece en la Plaza Mayor un autobús que viene de Huesca y empiezan a bajar de él los sietamenses que viven en la capital, para despedir eternamente a algún difunto, que se va del pueblo. Entre ellos baja siempre Ramón Pisa. Este amor a tus paisanos lo has transmitido siempre  a tus hijos, que siempre me saludan con cariño. José María , hombre culto y gerente de una prestigiosa editorial, me estimula a escribir una Historia de Siétamo. Pero yo no soy un escritor, soy un modesto “escribidor”. Me gustaría escribirla, pero se convertiría en un lanzamiento de incienso a nuestro común pueblo, que tanto queremos tú y yo.

Tú y yo, de momento,  ya nos hemos incensado mutuamente, como hacen los curas cuando se intercambian el aroma del incienso con el botafumeiro. Pero el incensario huele a entierro y por eso estoy triste, porque como tan gráficamente dices en tu carta, las alabanzas tienen su hora. Pidamos  como la señora Concheta, que Dios demore muchos años tu hora y la mía y mientras tanto sigamos amando a nuestro pueblo, nuestro Somontano, nuestro Altoaragón, aportando cada uno nuestro grano de arena para su desarrollo y para la conservación de nuestra cultura y de nuestros valores.

Un abrazo muy fuerte,  Ramón.

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