domingo, 23 de noviembre de 2014

A mi primo Roberto Pérez Almudévar, que se marchó en Noviembre de 2014



Con sus cerca de noventa años, se ha marchado Roberto. Yo me despedí de él, unos días antes de morir, pero sin decirle  adiós.   No nos lo dijimos,  mutuamente, porque ninguno de los dos, esperaba  que ya no  podríamos   reunirnos otra vez en su casa,  para seguir escribiendo, sobre las numerosas piezas  museísticas,  que llenaban sus numerosos  archivos.  Nos encontramos pocos días antes de su marcha de este mundo, en el portal de su casa, bajando a la estación de autobuses y del tren. Roberto estaba apoyado en la pared, lo que indicaba que estaba un poco cansado, pero ni un solo momento dejó de  sonreír.  Con esa sonrisa me pareció que estaba diciendo adiós  al museo particular, que tenía en lo alto de su piso, pero iba también a despedirse de la finca, que por la carretera de Jaca, le hacía recordar el Alto Aragón. El no podía despedirse de este mundo sin recordar la tierra de sus antepasados, con los altos arboles,  que miraban hacia el cielo y coger algún producto del huerto, que cultivaba y regaba, con el agua de un pozo, que en otros tiempos excavó, para tener siempre verde el horizonte de su finca. Dentro de su chalet, se encontraban no sólo los cómodos divanes,  para descansar en ellos, sino los instrumentos para trabajar la tierra. Pero no sólo los necesarios para cultivar su huerto,  sino los pucheros de barro, que había conocido desde niño en las casas de sus parientes, como la de mosen  Jesús Vallés Almudévar de Fañanás. En un camino, rodeado de zarzamoras, junto a su huerto, nos encontramos con el doctor Gorges, que iba analizando las múltiples  plantas,  que guardaban los límites de las fincas. Allí estuvo dándonos algunas explicaciones y Roberto que sabía de todas las cosas de este mundo,  escuchaba e iba almacenando en su cerebro. En la casi deshabitada zona del Norte de Huesca, se encontraba con personas que alegraban su espíritu, pero cuando recordaba desde su niñez el baloncesto y la vida de trabajo de los oscenses, su sonrisa alegraba a su esposa y a sus hijos y más ahora, que sus nietos lo querían y Roberto iba colgando  los cuadros de sus fotografías en las paredes de su piso.

Estando de conversación en el portal de su casa, llegó el automóvil que lo iba a llevar a su campo  y sonriendo, Roberto con su conquistadora sonrisa y yo con el cariño familiar  de tiempos pasados, nos separamos y ya no nos hemos vuelto a ver. Pero  ¡Roberto!, ¿para qué íbamos  a despedirnos, si muy pronto nos veremos otra vez?.

1 comentario:

  1. Gracias por acercarnos a los que leemos sus notas a esos hermosos paisajes, historias y vivencias.

    Un saludo afectuoso.

    María Luisa.

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