domingo, 1 de febrero de 2015

Los cisnes de Rubén Darío en el Parque de Huesca




En el Parque de Huesca, se encuentra un hermoso jardín, rodeado por una laguna. En su centro nadan los cisnes y los ánades en las aguas del  pequeño lago, con su verde orilla, rodeada de arb
oles en que se posan unas pequeñas y elegantes tórtolas, de color claro, salvo en sus cuellos donde lucen un anillo negro de pequeñas plumas. En la isla arraigan altos árboles y flexibles cañas de bambú, en cuyos pies, he visto en ocasiones anidar parejas de aves acuáticas. Las orillas de la laguna están revestidas de árboles de distintas especies, en cuyas ramas se posaban las tórtolas, que hace ya muchos años trajeron del Líbano. Alrededor de la isla pasea la gente, pero al llegar a las barandillas, los niños acompañados por personas mayores, se detienen y hacen acudir a la orilla a los ánades, echándoles migas de pan y de torta, que devoran con avidez. Los niños gozan jugando con esos valientes seres vivos que se unen a las aguas, y con sus padres y abuelos, que vuelven a sentirse niños, gozando del placer, que se producen mutuamente los niños y los patos.
Además de las tórtolas, de los gorriones y de los numerosos ánades, parecían reinar con su elegancia, en la laguna, dos hermosos cisnes negros, pero,  ahora,  ya no acuden a la llamada de Rafael  Mialdea, las tórtolas,  porque ya  casi no quedan, pero además, de los dos cisnes, sólo queda uno porque el otro ha muerto. Allí reina el cisne negro, con su luto, que parece que se ha quedado sólo entre los múltiples ánades, que nadan por la laguna. Tampoco se posan en las altas ramas de los árboles, las palomas, que poblaban el Parque. ¿Han puesto veneno, que ha dado muerte a gorriones, tórtolas y palomas?. No lo sé, pero la soledad del cisne negro, repartiendo por la balsa el luto de su color negro, parece entristecer la alegría que gozaban los niños por sus orillas. Me acuerdo de la elegante figura del mudo Rafael Mialdea, del que escribí : “Cuando paso por las sombras de los citados árboles, me llama la atención la delgada figura de Rafael Mialdea Novales, que con una de sus manos extendida, ofrece a las tórtolas, unas veces granos de trigo, de maíz otras, y muchas veces galletas, de las que él se ha privado, las ha deshecho y las elegantes aves del collar, se le posan en sus manos y en sus hombros y consumen el desayuno que Rafael les ofrece”.
Hace muy poco tiempo, en el pequeño lago de los cisnes, todo era felicidad bajo la presidencia de los dos cisnes negros, los ánades, las palomas, las tórtolas y los niños acompañados por sus abuelos o por sus padres. Se creaban escenas “modernistas”, que estimulaban la alegría y la complacencia inocente de los niños y la vuelta a la felicidad, que sentían, después de pasados muchos años, los padres o abuelos ya mayores,  al provocar las sonrisas de sus descendientes, cuando daban de comer miga de pan o de torta, a los cisnes y a los ánades de aquel pequeño,  pero gran mundo de la laguna del Parque.
Pero, el “modernismo” no ha podido con el correr del tiempo, porque ¿dónde están las tórtolas que acudían a las manos de Rafael Mialdea?. Dicen que en el Jardín vecino a la laguna, están encerradas unas aves de rapiña, que se sueltan en las próximas puestas del sol, para arrojar del Parque a los estorninos.  Son multitud y no desaparecen dichos estorninos, pero casi no dejan viva a alguna tórtola. En aquellas construcciones del Jardín,  viven numerosos gatos que devoran a los primeros ánades que nacen y a los gorriones que por allí se acercan.
Me recuerdan estas escenas a Rubén Darío, cuando escribe “Cantos de vida y esperanza” y me hacen reflexionar sobre el triste “modernismo” de “La América española, como la España entera,-fija está en el Oriente de su fatal destino”. ¿Seremos entregados a los bárbaros fieros?-¿Tantos millones de hombres hablaremos inglés?-.¿Ya no hay nobles hidalgos ni bravos caballeros?-. ¡Callaremos ahora para llorar después?-”.
En la laguna ya queda tan sólo  un cisne negro. Parece que se está acabando el “modernismo” en ella. Exclama,  ante tal panorama, Rubén Darío: “y un cisne negro dijo:”La noche anuncia el día”. Y uno blanco. “¡La aurora es inmortal!, ¡la aurora es inmortal”. ¡Aún guarda la Esperanza la caja de Pandora!.
El cisne negro con su largo cuello, pasea con ese hermoso y largo cuello, a modo de un signo de interrogación: ¿qué pasó con el “modernismo” de la laguna, que alcanzó, dirigida por sus dos cisnes, la belleza perfecta, el ideal incuestionable. Este ambiente modernista de la laguna, lo pasa Rubén Darío, allá por los años de 1914, por medio de los cisnes, a su continente Hispano Americano, porque se preguntó: “¿qué pasó con esa estética, distante, revolucionaria, su renovación lírica, que cala muy hondo en el momento evolutivo de la creatividad cambiante?”.En la laguna se notan las muertes de las tórtolas libanesas debidas a las aves de rapiña, que se sueltan cuando se va a esconder el sol, y llena de tristeza el color negro de luto, que pasea por la superficie del agua,  el único cisne que se ha escapado de la muerte. Vamos desde la balsa, con la pequeña estructura de un átomo, semejante a la de un continente, el hispano americano, que se escapan  del modernismo, a la muerte de las tórtolas y del cisne, igual que en el continente, mueren los soldados y los guerrilleros en Colombia, el pueblo pasa hambre y sobre los Andes, se otea el vuelo del Condor.
Era Rubén Darío un poeta puro y se acordaba de España y de América,  veía en el “modernismo”, el progreso y  exclamaba: ”Juventud divino tesoro, ya te vas para no volver, cuando quiero llorar, no lloro y a veces lloro sin querer”.
 Pero Rubén Darío no estuvo sólo cultivando el “modernismo”, pues habla del oscense, “el Señor Llanas Aguilaniedo, uno de los escasos espíritus que en la nueva generación española,  hacen el estadio y la meditación en el “modernismo”, debido por la sociedad”. Llanas Aguilaniedo, había nacido en 1875 y murió en año de 1931, fue farmacéutico militar, escritor, periodista y crítico de la literatura española. Escribió de problemas sociales  otros  sobre la época en que empezaba a vivir. Pero José María se ve envuelto por el “modernismo” y Rubén Darío, contempla en José María Llanas el cisne que preside la laguna del Parque de Huesca, porque vuelve a escribir, que le parece sumamente interesante. Dice que José María, “en su juventud surge alguna que otra esperanza,  y no es poca la que ha de dar en su cerebro, tan bien surtido y generoso como el del  cantar de “Alma contemporánea”. Llanas Aguilaniedo ha entusiasmado a los intelectuales contemporáneos suyos, como, al mismo descontentadizo Clarín”. Llanas es un hombre estudioso y reflexivo. Pero murió muy pronto y España se dejó olvidar sus pensamientos modernistas.
¡Qué ilusión supuso el “modernismo” en la mente de Rubén Darío y en la de Llanas  Aguilaniedo!.  Pero ya Calderón en la época dorada de la literatura castellana, exclamó: “la vida es sueño”. Tenía razón el escritor clásico, porque analizando la vida de José María Llanas Aguilaniedo, buscando el “modernismo”, se ve que esa vida era un sueño, porque además, yo podía comprobar, que aquel modernismo de la Laguna del Parque, formada por la belleza de la pareja de cisnes, de las tórtolas, de las ánades, de la palomas, de los altos y verdes árboles, con las cañas de bambú de la isleta, en medio de la Laguna, se acababa con la lucha entre las aves de rapiña persiguiendo a los estorninos.                 
Murieron las tórtolas, las palomas y el cisne negro, que hemos podido ver los oscenses, en la Laguna del Parque, como el también oscense José María Llanas Aguilaniedo, se fijó en una tumba del Cementerio de Granada. Y yo me acordé de como el señor  Joaquín Santafé, que trabajó toda su vida  de más de cien años en la Farmacia de Llanas, me contaba la aventura en el Cementerio de Granada, que era la siguiente: “No me llevó allí el romanticismo de principios de siglo…iba sencillamente a estudiar efectos, objetivos y subjetivos, cuya grandiosidad a media noche y en las condiciones de ánimo en que me hallaba, calculé sacudiría mi espíritu de una manera nueva e imprevista”. En medio de la noche, “descubrió un sepulcro donde estaba enterrada una joven, representada por una bella estatua, a la que conmovido le dirigió sus palabras, diciéndole: ¡Muerta mía, vive!. Vea yo moverse tus ojos, levantarse anheloso tu pecho…agítense tus labios estremecidos por convulsiones de amor. Hermoso ángel dormido, ¡háblame!”. Estaba el oscense “Angel Llanas Aguilaniedo, trabajando en su cerebro el “modernismo”, la pintura, la criminología, el decadentismo, pero se iluminaba su sensibilidad con los sentimientos del corazón, a causa de la belleza de la estatua de la bella joven”.

A los cuarenta años perdió el equilibrio de la razón y murió acogido en Huesca por su hermano Feliciano y por su hijo José Antonio Llanas Almudévar. Estuvo en el periodo de su enfermedad acompañado por Joaquín Santafé,  nacido en Ibieca, con el que se entendió con suma claridad. A todos estos acompañantes de la muerte de José María, los conocí, pero de José María, me acuerdo de su obra, por ejemplo de su novela Pityusa y lo siento, cuando paso por la Laguna oscense del Parque de Huesca. Recuerdo también a Rubén Darío, amigo de los cisnes y de José María Llanas Aguilaniedo.

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