domingo, 22 de marzo de 2015

A José María Puyuelo,que ha muerto en Barcelona



Cuando voy paseando por la calle Alta, siempre te veo ¡querido José María! leyendo y mirándote los grabados de algún libro y el otro día, hará unos dos o tres, me acerqué por curiosidad y me descubriste el hermoso ejemplar que estabas leyendo, me lo enseñaste y me dijiste: Se trata de un tema aragonés en el que se ven desde el Pilar de Zaragoza hasta alguno de los pueblos más pequeños, que ya han desaparecido o están a punto de hacerlo. 
Es que ¡José María! tú, como la mayor parte de la juventud de Siétamo, en aquellos tiempos en que todavía se conservaban aquellos pueblos desaparecidos o a punto de hacerlo, tuvisteis necesidad de realizar aquella triste palabra, que realizaron los aragoneses, es decir emigrar.
Tú estabas enclavado en Siétamo y habías sufrido como todos sus vecinos desgracias, que trajo consigo la Guerra Civil, como fue la destrucción de tu casa, llamada Casa Cabalero, donde vivían tus padres y hermanos. Estaba situada dicha casa frente a casa de Antoñito el Herrero y cerca de la de la señora Juana, madre de “Siña” Concha, a la que yo, antes de la Guerra iba a llevarle algún pan, que ella agradecía de corazón y como obsequio me invitaba a tomar agua con azúcar.
Tu casa se llamaba de Cabalero, palabra que algunos usan como apellido y otros como reflejo de la dedicación que tenían a crear un caudal, unos con ganado, otros cortando leña, algunos prestando algún dinero, etc.,etc.
En esa casa nacieron varios hermanos, como el padre de Ramonito de Felipe Cavero, pues se casó con una señorita de casa Cavero, como había hecho mi tatarabuelo, que dio origen a mi bisabuelo Manuel Almudévar Cavero y aquel hermano con el que yo tuve más amistad fue tu padre, a saber el señor Joaquín de Cabalero, cuyo verdadero apellido fue Puyuelo Sipán. No sé si su madre vendría de casa Sipán, con una de cuyas hijas se casó un hermano de un antepasado mío. ¡Qué mezclas de sangre tenemos los vecinos de Siétamo! que no sabemos si somos consanguíneos o no lo somos.
Más tarde tú te fuiste a vivir a la antigua casa de Lobateras que éste vendió a Lacambra, que tuvo que emigrar a Francia, con motivo de la nombrada y maldita Guerra que ya he citado. Después sé que tú con alguno de tu familia la compraste y en ella todavía se puede ver a la hija de Joaquín Puyuelo, alias Cabalero, en lengua aragonesa. Allí estaban tus padres y digo allí equivocadamente, porque no es allí donde se encontraba dicha casa, sino que era aquí mismo, al lado.
Después de la Guerra era tu padre buscado por casi todo el mundo, incluso por el Cura Don Marcelino Playán, que en una ocasión se vio solicitado por una hermosa mujer, viuda de un guardia civil, muerto en la Guerra, que le pedía ayuda para encontrar el cadáver de su marido. Venía acompañada por un individuo y el mosen creyó que lo que quería era desenterrarlo, hacerle una misa y volverlo a enterrar en el cementerio. Don Marcelino llamó al señor Joaquín y al sacristán Trabuco. El señor Joaquín era una de las personas más “agudas” del pueblo y después de ligeras explicaciones adivinó donde estaba enterrado. Allá se dirigieron y el señor Joaquín cogió una azada y a muy poca profundidad (cosas de la Guerra) encotró el cadáver, que al quedar descubierto, se lanzó el acompañante de la bella viuda y metiendo los dedos en el pequeño bolsillo del casi deshecho pantalón del difunto, sacó un pequeño y hermoso reloj, que le entregó a la viuda. El Cura y Joaquín se miraron a la cara y después el individuo les dijo que se iban. El cura no cobró el entierro, Trabuco no cobró la propina de monaguillo y el Señor Joaquín vio su cabal o caudal disminuido y se enfadó enormemente, pero al marcharse los parientes del muerto, le entraron ganas de reírse y de olvidarse de ellos.
Un lugar donde trabajaba mucho era el Molino Viejo, donde se juntaban dos cuadrillas, una de mujeres y otra de hombres, para sembrar judías y habas y plantar tomates, pimientos, berenjenas, etc., etc. Estas actividades se realizan en estos tiempos en muchos pueblos del Este y del Sur de España y entonces, aquí en Siétamo se realizaban de una forma constante. Incluso recogían fruta como ahora lo hacen, por ejemplo en Fraga. Entre las mujeres estaba Pilar de Puyuelo, prima hermana tuya, Apolonia Bibián, que se distinguía por su buen humor, Ramona Lerín, que luego pasó a ser alguacila y Joaquina Larraz, muy trabajadora, cantante de jotas y de buen humor. Entre los hombres destacaba tu padre Joaquín Puyuelo, que estaba acompañado por el Valenciano, por Joaquín Bruis, esposo de Joaquina, llegando con frecuencia los hermanos José María y Luis Bibián, hijos de Triguero. El amo, sobre todo cuando recogían fruta les hacía cantar, según me dijo el señor Joaquín, para que no se la comieran y ellos cantaban multitud de canciones, entre las que recuerdo haber oído una, en cierta ocasión que bajé al Molino Viejo y que decía así : ”carrascal, carrascal, qué bonita serenata, carrascal, carrascal, ya me estás dando la lata”.El señor Joaquín no era muy cantador, al contrario que el señor Pedro, el Valenciano que no paraba de hacerlo con su tono valenciano. Allí se reían y contaban cuentos sin fin, a lo que el señor Joaquín, a veces ponía límites a tanta juerga.
Era un “tío” muy simpático, plantándome a mí el almendreral del Torno y un día me ofreció una suerte con la que aumenté la extensión de dicho almendreral. No lo digo por avaricia, pues de nada me ha servido dicho almendreral, pero fue la simpatía con que me trataba lo que me más me agradaba, ya que unos pocos hijos del pueblo, aunque acudí a Siétamo a mi destartalada casa, no tenía una perra, aún me tenían envidia. Yo volvía a Siétamo, como tu vuelves ¡José María ¡, porque te acuerdas de todas las calles en las que jugabas, quemabas leña para las fiestas e ibas de procesión, igual que yo que ayudaba en algún bautizo a Don Marcelino, y le llevaba un pan a la Señora Juana.
En la fechada de tu casa estaba, en el buen tiempo tu buena madre doña Eladia Palacio Bravo, que era una mujer que no llevaba toca en la cabeza, como siña Concha y era seria, educada y elegante y se sentaba a coser en la silleta pequeña, en la que ahora todavía lo hace su hija la divina Divina, por la que no han pasado los años. También tenía su medio de aumentar el cabal o caudal, acudiendo a las fiestas de ciertas casas de los pueblos de alrededor, en que preparaba unas comidas, con la que se quitaban el hambre de seis meses.
Tienes, José María,  además de una hermana, que vive en Valencia, un hermano que lo hace en Zaragoza, que se llama igual que tu padre y que se arregló una bonita casa en la calle Alta, porque siente el mismo ímpetu que tú de volver a Siétamo, en el que tantos años vivió y que trabajó en la Fábrica de Harinas.
Pero pasaron aquellos tiempos viejos, unas veces tristes y otras alegres en las fiestas e incluso en el trabajo y sigue pasando el tiempo, porque tú José María, acabas de cumplir los setenta años de edad y recuerdas con cariño lo pasado y vives con la ilusión de los tiempos futuros, ya que no puedes menos que acordarte de tu hija Nieves, que ya está casada con su marido, que algunas veces viene por Siétamo y que tienen un hijo, que se llama Héctor, que es vuestro nieto, tuyo y de Palmira, que tiene un carácter tan agradable y unas cualidades heredadas de ti y de tu guapa esposa, que os preocupáis que las desarrolle, allá en Barcelona, donde él tiene su porvenir. A mí  me da pena verlo cada año pasar menos tiempo en Siétamo, porque me da la ilusión de ver descendientes de familias de Siétamo, que se van catalanizando y se están olvidando de su estirpe aragonesa. 
Pero tienes que dar gracias a Dios, porque os hace volver cada año a Siétamo, a recordar y revivir aquellos antiguos y pasados tiempos y os hace acordar a ti de este pueblo o lugar y a tu esposa del suyo, también aragonés y que es un modelo de arquitectura para que puedan ir a verlo los turistas y gozar de su belleza. Y es bonito considerar la situación de los dos hermanos Puyuelo y de tu hermana Divina, ya que los tres coincidís en el amor a este pueblo y que aquí os juntais.
Miradme a mí, que con seis hermanos y con cinco hijos, a veces nos vemos solos con mi mujer, ya que no vienen los hermanos porque no pueden hacerlo, aunque tengan ganas de venir. Yo ya soy más viejo que tú, pero estoy alegre por contemplar tu historia y por habernos invitado a cenar en esta casa nueva, a tus primos, a tus amigos y a mi esposa junto conmigo.
¡Gracias!.

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