domingo, 5 de abril de 2015

Recuerdos del Hospital Viejo

Recuerdos del Hospital Viejo


Casi todos los días paso por la Alameda y no puedo dejar de mirar la fachada de un gran edificio, que además de su gran tamaño, tiene un aspecto noble y en lo alto de su pared, proclama la Salud. Se accede a él, desde la Alameda, por una avenida, que acaba en una doble  y larga escalera, acompañada por una pista por la que suben las sillas de ruedas. De lo alto de dicha escalera se entra en el recibidor del Hospital del Sagrado Corazón u Hospital Viejo, creado por la Diputación Provincial. Hay quien lo llama Hospital Viejo, cuando algunos oscenses hemos conocido otro todavía más antiguo, que se encontraba en la Plaza del Seminario, frente al Museo. Allí estaba de administrador el señor Del Cacho, que tenía  un hijo gran amigo de mi hermano el Psiquiatra muerto en Canadá,  Manuel  Almudévar. Allí, quizá se le despertara su vocación por la Medicina y aprendió a criar “crietas” de gorrión, que habían perdido a sus padres. En aquel Hospital las salas eran enormes y acogían en sus camas de hierro a enfermos y lesionados, pero en la Guerra Civil eran muchos los heridos y los muertos. Yo tengo mis recuerdos de dicho Hospital, pero cuando llegué al de la Alameda, para que me rehabilitaran mi brazo derecho, me saludó un empleado ,que es uno de los que más datos tiene de los doctores, enfermeros y enfermeras, farmacéuticos, comadronas, monjas y administrativos preocupados por la salud de los individuos y de la sociedad. Este empleado es un archivo vivo, que ha tenido la costumbre de acumular datos. Me contó, entre otras muchas cosas del antiguo Hospital de la Plaza del Seminario, pues de niño ya entraba en su interior, que una fuente presidía el centro del patio, acompañada de cuatro palmeras, una en cada esquina. Yo tenía un recuerdo de su persona, pero él lo tenía más claro que yo, pues me habló de mis visitas al Hospital, que yo hacía siendo diputado provincial.  Al llegar a recuperar los movimientos de mi brazo,  lo veía empujar  no una silla de ruedas,  sino dos, lo que hacía con gran habilidad. Un día lo encontré enfadado porque le había desaparecido un tajador o sacapuntas, con el que afilaba los lápices de los empleados de Rehabilitación y es que hacía diecisiete años que lo tenía al servicio de sus compañeros y lamentaba el no poder serles útil nunca más.
Parece ser que en el Hospital de la Alameda tuvieron que acoger a Don José Pla, Presidente de la Diputación. Era éste un señor auténtico, alto y delgado , que usaba sombrero y se servía de un bastón y además tenía un corazón noble, porque se dio cuenta de lo incómodos que tenían que estar los enfermos en salas de diez camas y más cuando a él tuvieron que añadirle una cama con la que se hacían once. Era natural de San Esteban de Litera. Estando yo en la Diputación lo conocí en cierta ocasión en que vino a Huesca y entró en ella para saludar a su Presidente. No se debió de sentir cómodo en la enorme sala y tuvo la idea de fundar un hospital más moderno. Así se hizo y el antiguo Hospital del Seminario se convirtió en Psiquiátrico.
Al principio la distribución de los servicios era completamente distinta de la actual Entrando por la puerta principal y a la izquierda estaban los rayos X,  servicios de laboratorio, urología, farmacia y consultas de pulmón, corazón y medicina en general. 
Entrando por el otro lado, se  encontraba la Medicina Militar y de la Guardia Civil. En el primero estaba el piso para las compañías de pago e igualatorios.
Toda esta organización estaba dirigida por  unos doctores sabios y eficaces, como el Doctor Bragado en Cirugía, ayudado por don Jesús Recreo, hombre callado y bondadoso, que me operó a mí las glándulas tiroideas. En Traumatología estaba Don Luís Coarasa, gran amigo mío y de un buen humor, que un año para San Lorenzo en los toros, no lo dejaban entrar, siendo él médico traumatólogo. Le dije que debíamos ir a hablar con algún “mandamás” pero me dijo que se iba a su casa y que cuando lo necesitaran, lo llamarían y  ya iría a la Plaza. Tiene un hijo traumatólogo que ha intervenido en mi rotura del brazo derecho. ¡Gracias Luís!, junto con la doctora Sanz.
Me acordé de Don Tomás Lanzarote, de don José María Borrel, con el que hablé en la plaza de la Inmaculada. A don Daniel Carmen lo veo y nos hablamos en el Parque Municipal al que asiste a mantener la tranquilidad psíquica, con hombres y mujeres, orientados por un chino, que parece sabio. A don Manuel Fuentes Linás, doctor andaluz lo conocí en Siétamo, de donde era médico titular. En el laboratorio dirigía los análisis don Mariano Mallén, padre de mi amigo y compañero de estudios Maito Mallén, que creó los Laboratorios Mallén. En el Hospital Militar dirigía el cirujano y traumatólogo don Antonio Agüeras.
He hablado  de la alta función de los médicos, de los que he nombrado unos pocos, pero que en realidad fueron muchos más y eficaces los que trabajaron por la salud de los enfermos y enfermas, unos infecciosos  otros heridos o lesionados. Otros en cambio trabajaban por la perpetuación de la especie humana, ayudando  a venir al mundo a muchos niños y niñas. Estaban además los servicios antituberculosos, en cuyas salas estaban los infectados en sus camas, con las ventanas abiertas, aunque disponían hasta de seis mantas. Aparte se encontraban los Servicios de Maternidad, de los que me eligieron encargado en la Diputación. En cierta ocasión tuve que asistir a la entrega de un niño adoptado y al preguntarle al administrativo de la Diputación, señor Burgos, éste me contestó que no podía aclarar los orígenes del niño, a pesar de mi cargo oficial. En otra ocasión, haciendo una visita ordinaria, una monja de Santa Ana me presentó una cabecita cortada de una imagen de San José, envuelta con un escrito por un trozo de plástico cosido por sus bordes. Pone,  pues todavía conservo esa cabeza, que la había encontrado un oscense en mi casa de Siétamo y se la había traído a su esposa, que iba a dar a luz en la Maternidad. La monja sabía la historia de dicha imagen y yo, me di cuenta de que era la cabeza que una bala de fusil se la había cortado delante de mi padre. Me emocioné y la hermana me entregó la imagen que guardo en mi casa, como recuerdo de la misma  y de la casa de todos los oscenses, llamada Diputación Provincial. 
Grandes figuras, la mayoría de ellas ya desaparecidas, pero que llenan nuestras mentes, como la García Bragado, que era un cirujano que con escasos medios, operaba incesantemente o como Cardús, que constantemente traía al mundo muchos ciudadanos y hay que tener en cuenta, que no sólo eran médicos aquellas personas entre las que existían los personajes, sino comadronas como doña Anita, de grueso cuerpo y de gran amor a las madres y a los niños. Más tarde acudió Pilar Puyuelo de Siétamo y  pariente mía, que siempre se está riendo. Recuerdo también a mi pariente Manolo Morlán, que trabajaba en la Farmacia, después de haberlo hecho durante muchos años en la Farmacia de Llanas. Me dice Miguel que a Manolo le pedían antiparasitarios, purgas, polvos para limpiar sus dientes y otra multitud de remedios, que él componía y que resultaban baratos. En aquellos primeros años se hablaba de las sulfamidas y no habían salido todavía los antibióticos. Los médicos visitaban a los enfermos de cama en cama, acompañados por las monjas, que se apuntaban los medicamentos que recetaban y luego los iban a buscar a la Farmacia y vigilaban su aplicación.
 Miguel trabajaba en todas las faenas ordinarias y extraordinarias, pues tenía que “escobar”  los suelos de los pasillos  y de las escaleras con  serrín  mojado con agua y con jabón. Dice Miguel que entonces se trabajaba más que ahora, pues para bajar a los enfermos a Rayos X, los tenían que coger entre dos personas y vencer a pulso la diferencia de altura entre la mesa de los Rayos y la camilla,  que entonces no llevaba ruedas. Con las monjas repartían las comidas. Empezaban a trabajar los enfermeros a las seis de la mañana y después de barrer todos los pasillos, repartían el desayuno y luego aseaban a los enfermos. Tenían que atender las llamadas de los enfermos que querían entrar, atender las salas por si lod enfermos querían agua o alguna otra cosa como medicamentos. Cuando moría algún enfermo, lo tenían que amortajar y lo llevaban al depósito, que estaba en la otra punta del Hospital, al lado de San Vicente de Paul y junto al crematorio. Por las noches, cuando llovía, se les agarraban los pies en la tierra mojada y notaban enormemente el peso de los difuntos. No tenían casi luz y tenían que caminar entre los pinos,  para llegar al depósito. Las monjas cuando sospechaban que alguien había muerto, le ponían un espejo delante de su boca y si no lo llenaba de humedad, era señal de que había muerto.
Allí, en el Hospital se daba la diferencia entre el optimismo y el pesimismo, entre la vida y la muerte, pero los médicos y empleados luchaban por la Salud de los hombres y mujeres. Algunas veces se introducían en la capilla de la iglesia y algunos rezaban por los enfermos y éstos por su porvenir eterno, La verdad era que aquella iglesia, con su arquitectura graciosa y bella, inspiraba optimismo.
Hoy, fuera de las diferencias entre la vida y la muerte, entre la juventud y la vejez, uno encuentra diferencias entre lo antiguo y lo moderno del Hospital, pues me reconocieron muchos empleados y sobre todo encontré alegría con Miguel , al que llaman el Pim-Pam –Pum y con don Javier Lera, con un título nuevo, elegante y eficaz, como es el de Fisioterapeuta. El mal llamado Pim-Pam-Pum no deja el buen humor y aunque ya no tiene el antiguo sacapuntas, parece ser que ya tiene otro y está dispuesto a afilar lapiceros de todos los funcionarios de Rehabilitación.
Don Javier Lera tiene una personalidad especial , pues es sobrino del autor de la canción aragonesa S`ha feito de nuey, que parece se está convirtiendo en un himno del Alto Aragón Parece ser que sin darse cuenta está él mismo dispuesto a crear una música profesional de los Fisioterapeutas Rehabilitadotes. Yo, en sesiones que me daba en mi brazo derecho, le oía producir sonidos bien sonantes, es decir que eran auténtica música y que consonaban o coincidían con los sonidos, dolores y choques interiores de mis músculos y tendones con mis huesos. Cuando a él le pregunté si sería capaz de escribir esas piezas musicales, parece ser que debió ver las mismas dificultades que yo encontré en ese problema, pero yo creo que sabrá resolverlo. Que tiene una personalidad extraordinaria es evidente, porque de vez en cuando, sin decir nada a nadie, aparece con un vendaje en uno de sus brazos, porque de tanto trabajar y hacer esfuerzos para devolver la misma fuerza a sus enfermos, se le lesionan sus brazos y hay que tener en cuenta que todavía es muy joven. Ama la Naturaleza, pues en el pueblo, bajo la Sierra de Guara, llamado Ibieca, cultiva un huerto con el que sueña y tiene una piscina, que cada año pinta  con pinturas, que le proporciona su íntimo amigo el almacenista de pinturas Sorribas. Con aquella pintura parece que pinta las rehabilitaciones, que acompaña con su mente y que hace en el Hospital.
Este Hospital ya no es el viejo ni el nuevo, sino que es un Hospital de la Seguridad Social y atiende a los enfermos con gran dedicación por parte de sus médicos y funcionarios, porque en aquella gran sala de rehabilitación ,cada día se trabaja y su directora se preocupa de reponer salud y vida en los enfermos y dirige y colabora con Javier ,  mientras Miguel, el Pim-Pam-Pum se interesa por todos los  funcionarios y enfermos, tanto que presumía el otro día de que también él, en otros tiempos y dirigido por un experto trataba de rehabilitar a los inhabilitados.  
El otro día en una conversación escuché que una enferma recibió la oferta de un médico de ser operada, pero la doctora de Rehabilitación le propuso que ella se encargaría de rehabilitarla.
¡Gracias, doctora y gracias a Javier y a Miguel por haberme rehabilitado!, ¿Cuánto tiempo durará?. No se sabe pues el tiempo y el paso del tiempo dan la solución a la vida y a la muerte, mientras yo me lo he pasado muy bien con la compañía de Javier y de Miguel y soñando con música rehabilitadora.

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