sábado, 19 de marzo de 2016

Mi tía Rosa Lafarga Mériz



Mi tía Rosa, mujer sencilla, trabajadora y amante de sus sobrinos, con su sencillez y amor a ellos, es decir, a los Almudévar de Siétamo, convivió con nosotros, desde el día en que, subidos a la caja de un camión, tuvimos que huir del pueblo de Siétamo, a la capital de Huesca, un día del mes de Julio de 1936.
Era hermana de mi abuela materna Agustina Lafarga,  que quedó viuda de Ignacio López de Zamora  Blasco,   Diputado Liberal y  gran amigo y colaborador de Don MANUEL CAMO, de cuya cabeza surgió la idea de que el arquitecto catalán Ildefonso Bonells, compusiera el proyecto del Casino, el año de 1901. Mi abuelo Ignacio gozó urbanamente y políticamente en la construcción del dicho Casino y de gozar de él, varios años, pues murió el año de 1911.
Según me contó mi abuela con la que vivía mi tía Rosa, acudió  a ella un militar, a pedirle la mano de su hermana Rosa y mi abuela le dijo, que era pronto y que ya le daría su mano, pero él, no podía esperar y mi tía Rosa, se quedó soltera. Pero ella era una mujer muy trabajadora y muy intelectual, pues leía los libros de la biblioteca de Don Ignacio López de Zamora  en la cual se encuentran las obras, de turismo y de geografía de la Ilustración Hispano-Americana. Hay también obras de Historia de Francia, escritas en su lengua. Están las obras sobre la Guerra de la Independencia de Benito Pérez Galdós, a las que se dedicó a leer con especial cariño mi tía Rosa. Huesca en aquellos años de 1808,  ayudó a luchar a Zaragoza y mi tía Rosa se acordaba de haber recibido noticias de sus antepasados no muy lejanos, que fueron voluntarios a defender esa ciudad.  La lectura de estos libros emocionaba a mi tía. Pero aquel recuerdo de la Guerra de la Independencia, sin haber todavía olvidado la sangre derramada en Zaragoza por los aragoneses, aproximó a su mente y a su vida, la llegada de una nueva guerra el año de 1936.
Es curioso como siguieron la historia de Don Ignacio López de Zamora, el 19 de Mayo de 1917, pues el Presidente de la Diputación Provincial de Huesca, Don Mariano Batalla, le dirigió a mi abuela Doña Agustina Lafarga, Vda. de Zamora, la siguiente carta:” Sra. y amiga de mi mayor consideración: remito a V. la Comunicación provincial, agradeciendo el donativo que a nombre de su malogrado esposo, se ha dignado hacer en práctico provecho de la Beneficencia. Reconocimiento muy sincero, tiene y tendrá para V. la Diputación, por una merced de notoria importancia, que resuelve de momento un problema que pesaba sobre la Corporación y su Presidente obligados a facilitar al Hospital imprescindible material sin disponer de medios, precisamente cuando más imperiosamente  necesario se hacía y mayores dificultades de distinta índole se ofrecían a la adquisición. Seguridad de que su donativo, además de ser delicado, es oportuno y resultará altamente provechoso, puesto que ha de facilitar la práctica de operaciones quirúrgicas a los desgraciados que a sufrirlas acuden al Santo Hospital.
 
Uno pues, a la gratitud de la Comisión provincial, la mía especialísima que ruego a V. acepte con testimonio de reiteración de perdurable reconocimiento y con las seguridades de un grato recuerdo para el que fue su cariñoso esposo, dignísimo Diputado, excelente compañero de Corporación y querido amigo mío.   Aprovecho gustoso la oportunidad para ofrecerme una vez más muy afecto servidor.                                    q,l.b.l.p.                   Firmada por Manuel Batalla.
Mi tía Rosa tenía un gran sentido de la economía, en unos tiempos después de la Guerra Civil, en que seis niños nos habíamos  instalado con nuestros padres, en el domicilio, en que vivía mi tía Rosa con su hermana, mi abuela Agutina.  Guardaba todo lo que se había usado, para utilizarlo si alguna vez hacía falta. De juguetes, ya desechados, como triciclos, recogía las gomas de sus ruedas, para partiéndolas, usarlas como gomas de borrar, en los escritos de sus sobrinos.  Yo llegué a utilizar alguna de esas gomas de borrar. Una mesa pequeña, la guardaba en un almacén, pues estaba rota, pero hoy en día, está arreglada, en el recibidor de mi casa, después de ser restaurada.  Yo cuando entro en el piso, me acuerdo de mi tía Rosa. En el jardín de la casa situada al lado del Colegio de Santa Ana, cuidaba las flores y cuidaba a los gatos, a los que procuraba no les faltasen alimentos. Yo que acabé la carrera de veterinario en Zaragoza, en ese mismo jardín, en un lugar en que no ensuciaba ni producía suciedad, hice un pequeño gallinero, a cuyas gallinas ella cuidaba y cogía huevos, para alimentarnos. Era feliz en su colaboración conmigo en todo aquello que procuraba ahorro en nuestra pobre economía. Mi madre, cuando yo cumplí los trece años, murió y nos dejó  dos hermanas y cuatro hermanos, a los que aun estando viva, su salud no la dejaba procurar la nuestra, que cuidaban mi abuela con su hermana Rosa.  Mi abuela Agustina, se preocupaba ayudada  por mi tía Rosa, de ayudar a sus  sobrinos nietos. Mi tía cultivaba nuestros cuerpos, para los que cosía ropas, lo mismo para los niños que para las niñas y cosía y cosía, nuestras ropas. Hasta los agujeros de los calcetines, los cosía con aguja e hilo. Mi tía Rosa ya tenía, desde hacía muchos años, una máquina de coser, que hacía trabajar continuamente. Esta máquina la conserva mi esposa Feli, en el pueblo de Siétamo, a donde tuvimos que ir a vivir, y ella la usó con aplicación y durante muchos años. Ahora,  ya no lo hace con la misma frecuencia, que los primeros años después de nuestra boda, pero allí en Siétamo la conserva y en algunas ocasiones, la utiliza. Yo no la sé usar, pero guardo en un armario del piso de Huesca, una pequeña caja de hoja de lata, con un título de “Jabón Orocrema-Higiénico  y  Desinfectante, Recomendado por eminentes médicos y fabricada en Barcelona”, el año del que no pone la fecha. Esta la pequeña caja llena de antiguas piezas de máquina de coser, que revelan la inteligencia que tenían aquellos fabricantes, que permitían reponerlas si alguna se rompía. ¡Dios mío, qué llaves fijas de tan variadas formas, se conservan en la caja, aunque ya no se usan!. Pero yo las guardo porque me hacen recordar a mi tía Rosa, manejando su máquina de coser. Pero de la misma forma que amaba el trabajo mecánico de la máquina de coser, amaba la lectura de los libros. Y no consultaba únicamente los libros de Historia de Pérez Galdós, sino que también guardaba y consultaba con frecuencia un libro, que se publicó  en tiempos ya pasados, por una Cofradía de Carpinteros. Ella me enseñó una obra de 1884, que se llama “Diccionario de voces aragonesas” de Jerónimo Borau. Encontré a mi tía Rosa leyendo en este libro, en el que pone:”Hemos expuesto, sucintamente algunas veces, y otras con mayor difusión, los caracteres del idioma aragonés, mal apreciado en general, tan poco estudiado aún por los mismos aragoneses, pero tan digno de un examen, todavía más lato, que el que le hemos consagrado. Las fuentes de donde procede, que son las más puras; la respetuosa conservación de voces latinas, y sobre todo españolas y antiguas; la asimilación que se ha procurado, parca y atinadamente, con las arábigas y limosinas: la suma de las palabras técnicas, compuestas, derivadas y aun onomatópicas, en todo conformes con el carácter de la lengua española; la expresión genial,  candorosa y fácil que distingue a muchos de sus vocablos y a no pocos de sus modismos; todo contribuye a darle un conjunto inexplicable de belleza que,  si no se ha beneficiado todo lo posible, consiste en que la sumisión aragonesa y la tiranía castellana, puede decirse que han concurrido a eliminar de la Literatura, los elementos más útiles del idioma aragonés, que viene a ser una variante, cuando no un complemento, del  impropiamente  llamado castellano”.
Cuando murió mi abuela Agustina, sus dueños, alguno de nuestros parientes, nos dijo que teníamos que marchar del piso, que les había dejado nuestra  difunta abuela. Mi hermana, como guardaba los recibos que había pagado por alquiler del piso, utilizó el tiempo necesario, para transportar los muebles a Siétamo y allí nos fuimos a vivir. Mi hermana María, se preparó para viajar a Canadá, donde vivía mi hermano el Médico  Psiquiatra Manolo y allí vivió y trabajó hasta que se jubiló y volvió a España, donde todavía convive con todos sus hermanos.
Pero lo que más sentí, al abandonar aquella casa, fue dejar a mi tía Rosa con mis tíos y primos. Ella hablaba muy poco y no dijo nada, pero cuando iba a verla, me sonreía.
Pasaron unos escasos años,  mis tíos, no sé por qué, le dijeron a mi esposa que se la llevase a Siétamo, pero mi esposa, que trabajaba con gran esfuerzo y cuidaba a cinco hijos, no podía aumentar su trabajo con la anciana tía de su esposo, porque en aquellos momentos, estaba criando a dos gemelos, es decir  a Manolo y a Ignacio. Pusieron a mi tía Rosa en las Monjas del Pilar y allí fui a verla. Ella lo pasó bien en dicha residencia, pero la última vez que fui a visitarla, ya no podía hablar. Yo, cuando quiero comunicarme con mi tía Rosa, abro el armario de mi habitación, saco la caja de las piezas mecánicas y de la herramienta, con la que se montaban y desmontaban tales piezas, y convivo. ¡Cosa difícil convivir en esas circunstancias, pero espero verla algún día!. 

La monja, que nos acompañaba, me dijo que en su Residencia había vivido feliz, a pesar de la soledad que las dos familias, habíamos abandonado a mi tía Rosa.    

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