sábado, 30 de abril de 2016

Pilar Cativilla, desde los 12 años a los 94


Muralla y Cruz de los Caidos . Sietamo (Huesca).


Llegó el día dieciocho de Julio del año de 1936 y pocos días más tarde, estalló en Ola y en Siétamo la Guerra Civil, empeñada en destruir las vidas humanas y los edificios, desde el Palacio de los condes de Aranda hasta la casa de la “siña” Juana, madre de Concha Ferrando. Esta Concha Ferrando escapó de las tropas republicanas, que habían conquistado Siétamo, pero marchó en plena Guerra, con tranquilidad. Si, fue desde Siétamo hasta el Estrecho Quinto, donde se refugiaron las tropas y parte del pueblo sencillo de Siétamo y pacífico. En dicho lugar, estuvieron cercados, desde el día doce de Septiembre hasta el día treinta del mismo mes. Un dí de estos, el Coronel Villalba, coronel del Ejército en Barbastro, envió una carta a los huidos de Siétamo, para arreglar esa situación y para enviar la carta al Estrecho Quinto, usó a la señora Concha, que caminó por la carretera  provista de una bandera blanca, Y con ella llevaba un mensaje a los rebeldes, para que se rindieran. Una vez llegada al Estrecho Quinto, su jefe no quiso ni leer el mensaje de los republicanos, y en presencia de la “siña” Concha, quemó los papeles que les pedían su rendición. La señora Concha, no quiso vover a Siétamo, pues buscaba su liberación en Huesca. Concha como su madre la señora Juana, llevaban sus cabezas cubiertas con unos grandes pañuelos negros, y Concheta tenía además a su hermano  el simpático y cariñoso el “Zurdo”. Después de la Guerra, con la iglesia destruida, el cura celebraba la misa en la Calle Alta, al lado de su casa-abadía. En el balcón colgaba una rueda metálica de un camión, de la que había desprendido su neumático y golpeando la parte metálica de la rueda, con un martillo, la hacía sonar como una campana, que imitaba  a la vieja y auténtica de una iglesia. Entonces acudían los fieles a escuchar la misa. Al acabar, en la calle, agrupados los asistentes cantaban una canción, que no recuerdo lo que decía. Los guardias, algunos escarmentados de la muerte de muchos de sus compañeros, se dieron cuenta de que el “Zurdo” no cantaba. Cuando acabó aquel acto medio religioso, medio político, se enfrentaron los guardias al hermano de Concheta, porque no había cantado y le obligaron a cantar a él sólo, la canción, que no se sabía si la abría aprendido, en lo poco que hacía que había acabado la Guerra.
Castillo de Sietamo (Huesca).


 Empezó el año de 1936, la destrucción del Castillo  Palacio, donde nació el Conde de Aranda. Todavía no ha terminado, porque en el año de 2.016, se siguen cayendo el Almacén y el Granero, que quedaron elevados, y no se sabe  cuánto  durará su ruina total, pues el alcalde no dio permiso para reparar, el envejecimiento del local. Este Almacén agrario, lo levantó el conde de Aranda en 1747,  pues aunque él, vivía  haciendo la política y dirigiendo el curso de las  guerras europeas, no dejaba de preocuparse del desarrollo de su  patrimonio de cerámica industrial en Valencia y el agrario en muchos pueblos de Aragón como  en Siétamo, donde había nacido.  Y para mejor cultivar la tierra, construyó este Almacén y granero, al  lado de su Castillo o Palacio, en el que había nacido.
El Castillo fue destruido el año de 1936 por la Guerra entre  republicanos y nacionales y después, terminada  ésta, los sublevados, que ganaron la lucha, derribaron sus muros, pues de sus tejados no quedó ninguno sano, para volver a levantar pueblos  destruidos,  como Chimillas y como el mismo Siétamo.
Antes de empezar la Guerra Civil, vivían en el Castillo varias familias, como la del  señor Lasierra, Guarda de Monte de Siétamo, cuyas hijas eran Lucía y Josefa, casadas con los hermanos, llamados uno Joaquín y del otro, no recuerdo su nombre. Eran ambas hermanas enormemente simpáticas, pues siempre te daban conversación y te sonreían. Después de la Guerra marcharon a Barcelona y por fin, estuvieron viviendo en Siétamo, al lado de Casa de Trabuco, hombre que fue siempre sacristán, después haber sido soldado de la República, de la iglesia de Siétamo  frente al cuartel de la Guardia Civil. Cuando fue nombrado el Cardenal Javierre, nacido en Siétamo, le llevó a Roma una caja de “Castañas de mazapan”. Fue Antonio Bescós un miembro del Ejército Gubernamental, ¿quién le iba a explicar a Pablo Bescós, alias “Trabuco”, quienes era los buenos y los malos en esta Guerra?.   
 Según del Doctor Cardús, primo hermano de los hermanos Llanas Almudévar, llegaron a vivir en tiempos de Paz, en el castillo, hasta diez familias. Yo esos años antes de la Guerra, acompañaba a mi tío José María, cuando se acababa el Otoño, a cautivar pichones de paloma para guisarlos en casa Almudévar y retirar cuando el invierno llegaba, los nidales de las palomas, para que cuando éste arreciaba, no pudieran criar por el frío y la falta de alimento, que las parejas de palomas adultas, no podían encontrar por el monte, para alimentar a los pichones.
Yo sufría al aprisionar a los pichones, para sacrificar sus vidas y consumir sus cuerpos, igual que iba a pasar con muchas vidas de los vecinos del Castillo de Siétamo, con sus cuerpos semienterrados por el monte. Estos, como los pichones al llegar al invierno pasarían hambre, al no encontrar alimentos y los ciudadanos del pueblo, la volvieron a pasar, al llegar este tiempo de Guerra, que intentó acabar con todo lo vivo en el ambiente. Al entrar los republicanos en la bodega del Castillo, se bebieron todo el vino que pudieron soportar sus cuerpos y el resto se derramó o más bien lo dejaron que se estropease por el suelo, entre la sangre de los heridos y de los muertos.

Plaza Mayor de Ola (HUesca).

Al llegar aquellos tiempos, se respiraba el conflicto de la Guerra Civil  y la niña PILAR CATIVILLA  de OLA, huyendo del pueblo de Ola, donde había nacido, llegó a Siétamo a casa de sus parientes, para huir del miserable ambiente de la Guerra Civil. Al llegar la Guerra, tenía trece años y cumplió catorce, al llegar el día 17 de Noviembre de 1936, con la Guerra comenzada.
Esta protagonista entre las víctimas de la Guerra del año 1936, que nació en Ola, pueblo muy cerca de Alcalá, la conocí años más tarde, siendo Veterinario, en Alcalá del Obispo, donde estaba casada. Dios protegió a PILARÍN, porque, después de acabada aquella Guerra Civil tan cruel y tan asesina, se conoció y se casó con Agustín Malo de Alcalá del Obispo, pueblo muy cercano a aquel en que nació PILARÍN  llamado OLA. A este hombre lo conocí, cuando estuve de Veterinario de Alcalá del Obispo. Era Agustín un hombre íntegro y honrado. Cuando el Señor  Artero, agricultor de Alcalá del Obispo, ordenaba siempre a Agustín, que se colocara detrás de la máquina sembradora y éste, siempre estaba pendiente de los mandos de la sembradora, para que surgieran bien las semillas de trigo, que iba sembrando. Así como carecía de habilidad para hablar, tenía un cerebro que pensaba con gran acierto y conseguía que el Señor Artero, recogiera una excelente cosecha de Trigo. Cuando yo iba por Alcalá conversaba con Agustín, pues aunque tenía dificultades para hablar, tenía un cerebro privilegiado, que hacía posible que él y yo, nos entendiéramos maravillosamente. Recuerdo las escasas veces que yo tenía la suerte de comunicarme con el señor Agustín, siendo Veterinario de Alcalá del Obispo.
Nació PILARÍN en casa Cativilla de Ola, donde vivió con su hermano Fernando Cativilla Seral, padre de Fernando, amigo mío, pero como su padre había enviudado, volvió a casarse, teniendo otra hija, que tuvo otro segundo apellido que su hermano Fernando.
Nada más llegar la Guerra a Siétamo, a medida que avanzaba el Ejército Republicano, éste se iba apoderando de las casas vecinas, en que se resguardaban  los que estaban con la niña Pilar Cativilla, que tenían la necesidad de agujerear la pared de la casa donde estaban, para pasar a otra, más cercana al Palacio de los Condes de Aranda. ¡Qué procedimiento más salvaje el de los conquistadores de Siétamo!, porque para ganar tiempo, incendíaban las casas, para llegar a conquistar el Palacio. En estos tiempos la que entonces era la niña Pilar, me ha contado con sus noventa y ocho  años, los sentimientos de su corazón, tan sensible entonces como ahora, y comentándome aquellos días, me dijo: “al incendiar todas las casas, los cerdos y las burras, chillaban de horror, pidiendo auxilio”. Es que la niña Pilar, de la misma forma, estaba también muerta de miedo, ante aquella situación próxima a la muerte, como me declaró a mí, en la misma ocasión.
Por fin, llegaron las tropas del Ejército y los milicianos al Palacio o Castillo del Conde de Aranda, pero no fue esa llegada un triunfo sobre los sentimientos dolorosos de las familias, que huían de la muerte. Allí, según me dijo la que entonces era la niña PILAR, : “estaba dirigiendo la defensa,  el Teniente Soto. Todos creíamos en él y lo seguíamos como si fuésemos corderos”. El teniente Soto, cuando ya no encontró esperanza en la victoria de su lucha, pensó en escapar del Castillo y gritó: ¡Que se salve, quien pueda, y que me siga!. ¿Quiénes estaban allí?. Estaban muchos defensores de Siétamo y gente sencilla llena de horror. Pero entre ellos estaba Mosen Marcelino Playán, párroco de Siétamo y nacido en Antillón, del que la prensa “roja”, anunció varias veces haberlo matado, pero que, acabada la Guerra, siguió de Párroco en Siétamo. No me extraña que hiciera cantar sólo al “Zurdo”, después de misa en Siétamo, acabada la Guerra. La Guerra vuelve locos a todos los que se ven envueltos en ella. Estuvo un doctor Médico, llamado el Doctor don Luis Coarasa, que fue amigo mío, nacido en el pueblo de mi mujer, es decir en Torralba de Aragón. Todavía vive una señora, llamada Pepita, que su madre cansada de la marcha por el mote y horrorizada por el miedo, abandonó a su hija en aquel espacio, dominado por el fuego de las balas, pero Don Luis Coarasa, el médico, se la hizo recoger y todavía está llena de vida. El cura y el médico animaron a los huidos del Castillo de Siétamo, y entre carrascales y el barranco, los guiaron hasta que llegaron al Estrecho Quinto.
Una vez en la altura del Estrecho Quinto, los soldados bajaban a buscar de los huertos de Quicena, lo que podían cargar en ellos. Los pobres soldados tenían sus rostros morados y sus cabezas llenas de piojos.
La zona de Estrecho Quinto,compatida entre Siétamo y Loporzano, fue el lugar en que se estableció durante bastante tiempo, el frente entre los republicanos y los huidos de Siétamo. Desde aquel extremo de los Sasos de Loporzano, a una altura considerable, se observa una visión panorámica, de la Siera de Guara, con la presencia al Sur de ella del Castillo-Monasterio de Montearagón, entre los mallos de Salto Roldán. Al fondo se exhibe la ciudad de Huesca. Desde este punto de observación del paisaje, en este extremo de Estrecho Quinto, convertido en un punto de lucha, los refugiados de Siétamo estuvieron luchando un tiempo, desde el doce de Septiembre, hasta el día treinta del mismo mes.
Y este punto de la Cruz del Estrecho Quinto, es un observatorio desde el Somontano de Siétamo-Loporzano, de la Sierra de Guara. En el año de 1936, el Ejército Republicano, encontró en dicho punto, una resistencia de los militares franquistas y de los paisanos, entre los cuales estaba PILARÍN CATIVILLA, que huían del terror de los fusilamientos. Fue el lugar de Estrecho Quinto, un punto de resistencia de los vecinos de Siétamo, ayudado por escasos militares, que evitó la inmediata toma de la capital de Huesca, por parte de los milicianos.
En el “Homenaje a Cataluña”, escrito por George Orwell en 1938, acusa al Partido Comunista (PCE)  y a la Unión Soviética del Anarquismo español, que supuso el triunfo de los falangistas.  
Pilarín Cativiella de Ola, estaba sufriendo una Guerra cruel, realizada por diversas ideas políticas y ella como casi todo el pueblo español, ignoraba los motivos de esta matanza de los años desde 1936 hasta 1939. Luis Coarasa, el médico, que salvó la vida de la pequeña niña Pepita, estaba en todo momento pensando en la forma de salvar las vidas de los huidos de Siétamo, pero  Pilarín  de Ola, sufría el hambre y su pensamiento, intentaba consumir alimentos, para su cuerpo de pocos años.  Dijo el periódico La Vanguardia que trescientos hombre y unos cien vecinos de Siétamo, permanecían a aire libre, en lo más elevado del Estrecho Quinto, pasando hambre hasta el día 29 de Agosto de 1936.Salieron de Siétamo el día doce de Septiembre, para ocupar el Estrecho Quinto. El día treinta del mismo mes de 1936, con grandes dificultades se retiraron a Huesca.
En aquella retirada iban Pilar Cativilla de Ola y Concha Ferrando de Siétamo, que no quiso volvez a su pueblo natal,  hasta que se acabó la Guerra, Igual que Pliarín Cativilla que vovió a Ola y de ahí fue a casarse a Alcalá del Obispo.
De la misma forma que hoy, día del mes de Abril de 2016, he venido a esta Edificio de la Caridad, en Huesca a visitar a Pilar Cativilla, recuerdo que también en otros tiempos, acudí a esta Residencia de “Las Hermanitas de los Pobres”. ¿A quién fuí a ver hace ya bastantes años a esta Residencia?. A la “Siña” Concha, que antes de la Guerra, nos cuidaba a mis hermanos menores que yo, Luis y Jesús y a mí mismo. Arrimado a la cama de su muerte, me acordaba de cuando tenía cinco años, en Siétamo y antes de la Guerra. Me cogía de las manos y me gritaba:”Hijo mío, ¡ladrón!, tú tendrás cien años de perdón”. “De lo que se deducía que  aquí, en España, ya había muchos que aspiraban a ser ladrones de gobierno, porque a mí mismo,  me decía: ”Inacier, tú serás ladrón de Gobierno!. No lo consiguió, pero veía un buen porvenir en esa profesión, pues hasta los rusos, se llevaron el oro de España”. Ahora, en el año de 2016, siguen saliendo ladrones cerca del gobierno de España. “Como he dicho, iba a verla al lecho donde había de morir y me cogía de la mano y no la soltaba. Ya nos había salvado la casa de Siétamo de un incendio, donde Durruti, encontró su despacho, al conquistar Siétamo y ahora le dolía tener que separarse de mí. Yo creo que algún día, nos volveremos a ver en la otra vida”. Por fin salieron de Estrecho Quinto, la “siña” Concha y la casi niña Pilarín Catevilla, acompañados de los que habían, hasta entonces escapado de la muerte.

En Huesca volvió Concheta a convivir con mis tíos los de Casa Llanas y Pilarín con su hermano Fernando Cativilla Seral, padre de mi amigo Fernando, que había podido escapar a Huesca capital. Pilar se casó más tarde con el buen Agustín Malo de Alcalá y allí conocí a sus hijos buenos y trabajadores. 

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