sábado, 29 de octubre de 2016

Los perones de Escanero y las ánimas



La vida y la muerte se suceden en ciclo que no cesa y a veces, incluso, se confunden una y otra. Campoamor lo afirmaba en forma de Dolora y decía: “a otros nuevos gusanos dará vida del muerto la hediondez, para volver la rueda terminada a empezar otra vez”. Pero como ya he dicho, los ciclos se interfieren y hay vivos que viven como muertos, por carecer de amor y he escuchado hablar de zombis, ¿has visto zombis?. Y hay vivencias y mueren muertos que están vivos, cuyas vivencias yo no he conocido, pero que el pueblo cuenta y canta: “apaga luz mariposa, apaga luz, que yo no puedo dormir con tanta luz, los borrachos en el cementerio juegan al mus”. ¿Son acaso los vivos los que juegan o son los muertos que al llegar la negra noche salen de sus tumbas, retumbando losas y beben los licores mutuamente intercambiando sus cráneos. En todas las culturas se rinde culto al muerto, y se cuentan leyendas sobre procesiones negras, que avanzan en la noche y que muchos no ven, pero que incluso algunos afirman haber  “procesionado”  en ellas. Hay quien, en los pueblos, si no vio las vivencias o “moriendas” de los muertos, las escuchó en las largas noches invernales y a veces, si el temor lo acongojaba, se acompañaba de vecinos aguerridos armados de trancas o de trabucos. Los ciudadanos se reían como vivos listos de los que, para ellos tontos y momificados aldeanos, transitaban por la vida hacia la muerte, entre sonidos de campanas tristes o de velas encendidas, que llegan a apagarse con el tiempo, como la vida misma.  Ya de niños vaciaban gruesas calabazas en cuya “coscarana”, abrían bocas desdentadas y unas órbitas enormes, por cuyas aberturas surgía sigilosamente un titilar de luz de vela.
Hoy son lujosos unos, ruinosos otros, cementerios todos, aquellos pueblos que todavía quedan y sus enterradores, como nuevos Simones ya no lloran, se ríen de los vivos muertos que en las grandes capitales, oyen voces, como otrora las oyeran, en la aldea, y como ocurrió en casa de Polavieja de Siétamo y en el Palacio de Linares de Madrid. Si de vivencias habláramos, antes veían “lucetas  y animetas” y los videntes nuevos… lo ven todo. Hablando con un viejo de estas cosas me decía: no temas a los muertos, son los vivos los que matan y hacen males a los otros vivos y los muertos están en el cementerio. Me lo demostró con la siguiente historia: no estuvo Perón en la Argentina solamente, donde decían que ese apellido tenía origen en el País Vasco; aquí los perones eran simplemente peras grandes que se guardaban entre paja para comerlas en invierno. En nuestros pueblos y en sus huertos había peroneros que daban los perones. Sus dueños los guardaban, incluso por la noche, de apetencias ajenas y dicen que Fenero, en la montaña cuidaba un peronero. Allá en La Garcipollera dicen que fue Bercero y aquí en el Somontano se hablaba de Escanero de Pueyo. Llegó la noche en la que dicen que salen las ánimas para celebrar su fiesta y aprovechando esta creencia hubo unos vivos que imitando a los muertos se colocaron cadenas y sábanas y encendieron sus velas, se pusieron en fila como en las procesiones pero con otro fin, en este caso, el de comerse los perones de Escanero. Solemnemente caminaban hacia el huerto y cantaban con tenebrosa voz: “antes cuando estábamos vivos, por estos huertos, comíamos higos”. Escanero oía esos cantos a lo lejos, y se encogía al pie del tronco pero cada vez más, porque la siguiente copla así decía: “ahora que estamos muertos, aún volvemos por estos huertos”, pero cuando escuchó la tercera copla se echó a correr y los vivos imitadores de muertos se llevaron los perones porque una siniestra voz gritó: “Oh, alma andante, tú que vas delante, alcánzame a Escanero, que está debajo del peronero”.

¿Qué consecuencias se puede sacar de la fiesta (triste fiesta) de los muertos? Bécquer no la saca; se queda y nos deja tristes: “Dios mío que solos se quedan los muertos!”. Yo me miro al crucifijo y me parece escuchar: “quien vive en mí, no morirá para siempre”.

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