viernes, 28 de abril de 2017

José María Aquilué en su casa-palacio de Belsué



Este señor, que ya tiene setenta y seis años de vida, ha sido y es pastor, no cuidando un número elevado de ovejas, sino un pequeño rebaño de unas treinta y seis. Lo conozco desde hace muchos años,  ya que  estuve de Veterinario en Bolea, debajo de la Sierra y subía a Nocito y a Belsué a vacunar  sus ganados. Pero no subía a aquellos pueblos serranos de Bolea y de Belsué en coche, ni siquiera en motocicleta, sino que lo hacía montado en una mula, acompañado por montañeses de la Sierra, que querían vacunar a sus ganados. De esta circunstancia, que ocurrió hace unos cuarenta años, me acuerdo de haber conocido a José María Aquilué. Ya han pasado muchos años y ahora se sube en automóvil a Belsué, pero en aquel pueblo que está en una colina en el fondo del Valle, se ve en lo más alto una iglesia Románica, que defiende José María Aquilué y aunque tiene, colocado por la Diputación Provincial, un depósito de agua potable para suministrar a los vecinos, ya no quedan más que uno habitualmente, y una familia, que vive en Huesca, y que tienen un hijo Médico, que suben casi todos los domingos a recrearse en aquel Valle, en que vive feliz José María Aquilué.

Cuando subes hasta la misma Iglesia, te encuentras la casa de José María, y a su lado está situada la casa del matrimonio de su hermano,  que acuden con mucha frecuencia a hacer compañía a su hermano. José María vive en un valle precioso, con su Iglesia y con sus  casas, unas aplastadas por los años, otras reparadas y algunas restauradas, sobre una colina que sube hacia arriba, como intentando ver la alta carretera que sube  para llegar a Arguis.

Una vez subí a Belsué a visitar a José María Aquilué e ignorando los pasos a dar para encontrar a José María, se me ofreció mi amigo Vicente Laliena para encontrarlo. Me llevó por la carretera, me hizo visitar una antigua paridera, en la que José María encerraba,  a veces,  a sus ovejas, me hizo recorrer campos de rastrojo y al fin,  encontramos a José María, que estaba pastoreando unas pocas ovejas, en cuya compañía se sentía feliz.

En su casa-palacio, a la que pongo este nombre porque está protegida por la parte alta del pueblo , por la Iglesia y el primer día que fui a visitarlo, cerca de la puerta de su casa estaba atado un perro pastor, que no ladró ni se enfureció conmigo y jugando cerca de él ,corría un pato. Este me llenó de ilusión,  pero que me llenó de dolor, la siguiente vez que allí acudí, porque me enteré de que una raposa, lo había matado.   

Hoy, día  diecisiete de Abril del año de 2.017, mi nieto Pablo ha proyectado en mi casa, la película que ha tomado por actor a José María en el pueblo de Belsué.

Resulta una película misteriosa, porque no  sale más que un actor, a saber José María Aquilué. ¿Cómo van a salir más actores si en ese pueblo no hay más habitantes?.

Se ve el valle con sus casas casi sin iluminar por la noche  y en algún momento se observa un brillo de luz eléctrica, a través de los cristales de Casa Aquilué.

 Va creciendo la salida del sol y va verdeando el prado que han de recorrer las ovejas. Se ve al pastor encendiendo la cocina con leña recogida en el monte. Se calienta la leche y más tarde guisa unas judías pardas en una cazuela. Cuando sale de su casa, lo primero que ve es el cementerio y allí se observa como corta las malas yerbas, con su “jadico y su astraleta”, entre tanto dos gatos tranquilos y de gran serenidad, desde la pared de piedras del cementerio, se miran como José María  limpia el suelo de viejas plantas. Hay  tres sepulturas de las que cuelgan tres ramos de flores, que las puso José María para recordar tiempos pasados. Como sólo aparece en la película José María, le acompañan los dos gatos. Pero otras las ovejas se paran enfrente de la puerta del fosal, y parecen pacientes esperando, sin darse cuenta, otra vida.

Cuando José María ha acabado de preparar sus comidas y de arreglar la limpieza de su casa, baja a la paridera y coge una oveja, que tiene una lesión entre las dos uñas de una pata, y la lava y le aplica medicamentos, para que pueda seguir su pequeño rebaño.

Cuando baja el sol, se mete José María en su casa y se acuesta, aunque a veces se asoma a la ventana para escuchar a la raposa que se comió a su hermoso compañero, el pato.


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