sábado, 27 de mayo de 2017

Vida material y espiritual de Eliseo Carrera Blecua



Yo he contemplado la vida activa y laboriosa de los padres de Eliseo y de Alberto Carrera Blecua. A su padre lo conocí cuando coincidimos en el Kiosco que vendía periódicos, frente a la Comisaría de Policía, en la ciudad de Huesca. Era un hombre inteligente con el que hicimos una amistad profunda. Me llevó a su casa-chalet, donde vivía con su esposa y madre de los Carrera Blecua. El se preocupaba de la materia humana, pues me enseñó las llagas, que una enfermedad diabólica, se le iba comiendo su cuerpo y ella era y sigue siendo una santa, amante de Dios, como demostró en su niñez en el Monasterio de Villanueva de Sigena, cantándole al Señor y escondiendo en un montón de trigo, los cálices, para evitar que fueran profanados por los “rojos”.

Cuando murió el padre de Eliseo, yo asistí al entierro y al acabar dicha triste obligación, yo acudí a transmitirle mi dolor. En aquel templo, nos sentimos amigos uno de otro y ya no hemos interrumpido nuestra amistad. En cambio yo, no conocí a su hermano Alberto Carrera, hombre singular en el arte y en la intelectualidad, que ha muerto en el mes de Marzo de 2017.

 Pero, como he dicho hice amistad con su padre, del que todos los días me acuerdo, cuando  paso  por delante de un Garage, que se dedicaba a restaurar coches en la Avenida de Juan XXIII, frente a la Fuente del Parque. Ya lleva muchos años cerrado y yo me acuerdo del señor Carrera, cuando paso por su puerta. Vivía tal señor en un chalet, donde todavía vive su viuda, doña Carmela, mujer inteligente, amante de la historia pasada. Basta con mirarse a su jardín, donde se exhibe un gran capitel con el escudo del primo del Conde de Aranda, Don Pedro Pablo Abarca de Bolea, que con su familia exhibió en un huerto-jardín, debajo de los Salesianos de Huesca. Este huerto fue en tiempos pasados propiedad de un Abarca de Bolea, primo del Conde de Aranda. Vivía éste en la calle de Sancho Abarca, que va desde los Jesuitas hasta la Plaza de Lizana, donde hace poco tiempo se restauró su casa, que todavía tiene una belleza antigua.

Nació la madre de Eliseo en Villanueva de Sigena, donde siendo todavía una niña, cantaba en el Coro del Monasterio. Conoció la belleza y la antigua historia del Monasterio, a cuya vera corre el río Alcanadre. Tiene en su casa un cuadro,  que pintó Eliseo, en que se ven los cadáveres de Roldán en el río,  acompañante de Carlomagno y de su caballo, que murieron encima de Huesca, al caer por el Salto de Roldán. Ella, es decir la madre de Eliseo, también vivió luchando en la Guerra Civil, para conservar aquella bella historia con toda su nobleza y su belleza, pues al ver la madre de Eliseo, el peligro que corrían aquellos cálices e instrumentos litúrgicos, joyas del Monasterio en el que ella cantaba, ocultaba con las Monjas del Monasterio, algunas joyas en el trigo, acumulado en el granero.

Ahora se escribe mucho de la ruina del Monasterio de Santa María de Sigena, del siglo XVII, pero no se habla del heroísmo de multitud de ciudadanos, como el de la niña,  que llegó a ser madre de Eliseo Carrera y que se arriesgó a ser descubierta de ocultar las bellezas de la Virgen de Sigena del antiguo Monasterio, a la ambición de los ateos, enemigos del dinero,  pero ambiciosos de las joyas que los pueblos recogieron en tiempos pasados.

Eliseo Carrera,  allá en Tudela,  entró en numerosas empresas donde ha permanecido durante muchos años. Ha sido una ocupación muy dominante sobre su persona, pero que ha sabido aliviar, usando diversas motos que le distraían corriendo por el mundo.

El día 24 de mayo de este año de 2.017, la alegría me ha llenado el corazón, pero igual que en la Catedral de Tudela se contemplan escenas angelicales, que costrastan con los diablos, que se mezclan con los Pecados Capitales, y en una casa vieja ,en una ventana colgaban unos ramos de pimientos picantes, en la Ciudad más moderna ,se contemplaban en las paredes de los edificios,de una Gran Plaza, escenas taurinas, y en un Bar ,vimos y escuchamos a los danzaris vascos. Pensé mucho en verte, pero no pude alcanzar esa gracia del Señor, porque estaban conmigo y con mis hijos, una familia que nos acompañó constantemente. Sin embargo fueron contantes las imágenes modernas, que contrastaban con las contempladas en la esculpida Catedral. Uno de mis deseos era la contemplación, que no pude contemplar, de tu persona, dirigiendo la multitud de actividades industriales y comerciales, alternadas con la contemplación de tus paseos en moto.

 Pero el recuerdo de la Catedral penetró en mi memoria, porque toda su fachada exhibía escenas diabólicas, empeñadas en destruir la felicidad que mostraban los Coros Angelicales. Y allá, en Tudela y en la provincia de Tarragona los diablos, seres malditos, se apoderaron en alguna ocasión, de los movimientos que  hacíais los hombres con las motocicletas y con los coches. Hay ocasiones en que los hombres, olvidan las virtudes angélicas y se mueven convirtiendo  en diabólicos los movimientos de los automóviles en aquellos caminos, en que se matan tantos hombres. Uno de ellos ha sido muerto, que era tu hermano y no sabemos si lo han matado los hombres o los diablos. Tú Eliseo vives y has contemplado con inmenso dolor, la muerte, sin duda diabólica, causada por la mala condición del chofer del vehículo, que mató a tu hermano Alberto. Porque los pensamientos de Alberto no eran los de un discípulo del demonio, sino las ideas artísticas de un soñador en el Arte. El ya había subido y bajado en múltiples ocasiones por la carretera serrana, que conduce a Santolaria, que sube a la misma Sierra de Guara, por una carretera estrecha con curvas y cuestas y bajadas.

Tú, Eliseo todavía vives y has contemplado con dolor la muerte de tu hermano Alberto.

Pero no puedo olvidar la figura de tu buena madre, que todavía vive, a pesar de haber sufrido en su niñez, en el Monasterio de Villanueva de Sigena, y de ver morir a su querido esposo y a su sabio hijo Alberto. A  su esposo lo conocí, comprando el periódico en el Kiosko,  que se encontraba frente a la Comisaría de Policía. Recuerdo con cariño, aquella ocasión en que con tu madre me viniste a visitar  casa Almudévar de Siétamo. Y no puedo olvidar los escudos pétreos de los Arandas, que se exponen en tu chalet de Huesca. Yo no puedo olvidar las virtudes angelicales de tu madre, que cantaba antes de la Guerra Civil en el Monasterio de Villanueva ni a los ·demoniacos, con su alma de color rojo, que destruyeron  la belleza de dicho Monasterio. Esa Santamujer vivió las virtudes angelicales, pues acabada la Guerra Civil, acompañó a las monjas de Sigena a Barcelona, y tuvo que sufrir  los dolores diabólicos, de los que se llevaron  los cálices y el arte del Monasterio de Sigena.

Veamos como acaba esta devolución de las bellezas asaltadas en la Guerra Civil.


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