miércoles, 11 de octubre de 2017

Martín Pena Gracia, Colombófilo oscense.



A Martín lo conozco porque todos los días viene a Siétamo, donde desempeña la función de Cartero. Es un joven simpático, con el que da gusto conversar y más cuando me dijo que era Colombófilo. Al darme cuenta de su trato con las Palomas Mensajeras, le interrogué sobre la vida de esas aves “benéficas de la Humanidad” y me contestó con rapidez, pues al día siguiente  de irse a Huesca, volvió a Siétamo, con siete Palomas, que soltó  antes de regresar él a Huesca. Es que se trataba de un “Cartero Mensajero”, como él mismo se sentía un transmisor de noticias, como lo son las Palomas Mensajeras. Las  soltó todas, es decir las siete palomas en la Plaza Mayor de Siétamo, y les dijo: “hasta luego”. Volaron por encima de dicha Plaza, se fijaron en los detalles de la Naturaleza, con el fin de conocer distintas partes de nuestro mapa geográfico, como también era suyo, ese mapa de  su regreso a Huesca.  Marchó con su coche, saludando a las palomas, con su mano derecha a través de la ventanilla. Yo me quedé preocupado, paro Martín,  sonriendo,  me dijo: no se preocupe, porque dentro de unos momentos,  me encontraré con ellas en Huesca.

Cuando el martes, día 10 del mes de Octubre, llegó a Siétamo,  en una caja-jaula, a la que los colombófilos  denominan “el transportín”, traía siete palomas mensajeras, todas iguales de forma, pero de distinto color, ya que unas eran “rodadas” en gris y las otras eran de color “bayo”. No habían comido todavía, cuando llegaron a Siétamo, pero supongo que aumentaría su apetito al volar por el cielo de Siétamo.
 ¡Qué placer sentirían las palomas mensajeras al observar desde las alturas el cielo de Siétamo y explorarlo!. Pero no todo es dicha en esta vida, porque en algunos casos, si por allí cerca existen, por ejemplo azores o halcones, persiguen a las palomas. Con sus garras hacen diversas lesiones en el cuerpo de las palomas, unas veces les rasgan la piel de su cabeza o de su cuerpo, pero ellas,  a pesar de su gravedad,  logran escapar y llegar a su refugio. Pero por desgracia hay días en que muere alguna de las palomas heridas. Me dice Martín, que él está provisto de Yodo u otros medicamentos, acompañados por la aguja y el hilo, para las ocasiones en que ve que es necesaria la costura  de sus heridas.

Con estos pensamientos, las mira y parece que les dice: “Vuela, vuela, palomita, vuela, vuela al palomar. No te vayas tan solita, palomita, que te quiero acompañar”. Si, da la sensación de que las quiere acompañar, porque tan pronto las palomas cesan de dar vueltas por el cielo, como él no puede volar, se sube en su coche y se dirige al mismo punto de la capital oscense, en el que se volverán a encontrar. Entonces las mirará para ver si tienen algún daño en sus cuerpos volanderos, para utilizar el Yodo, la aguja y el hilo, para devolver a las palomas su salud, su belleza y su energía. Es que no puede dejar de acompañarlas, aunque no pueda volar como ellas, idea con la que sueña, no por alcanzar su placer, sino por identificarse con ellas, incluso en su vuelo.

Cuando nos enseñó la salida de las palomas mensajeras de su “transportín”, éstas saltaron a las alturas de la Plaza Mayor de Siétamo y producían la sensación de felicidad, que nos transmitían a los espectadores de este vuelo. Todas las mensajeras, unidas en vuelo colectivo, daban vueltas y más vueltas por encima de la Plaza y cada una que daban,  por haber alcanzado más altura, observaban circunstancias que les aclaraban la ruta por la que tendrían que volver, hacia Huesca.

La madre de Martín Pena Gracia, en el palomar de Huesca, está siempre esperándolo a él y a las Palomas Mensajeras y siempre piensa: ”volad, volad, Palomitas, porque os quiero acompañar. No os vayáis lejos de mí”.


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