domingo, 17 de diciembre de 2017

Huyendo con mi familia de la Guerra Civil el año de 1936



Tenía yo cinco años y nueve meses, cuando ya iba a la Escuela Nacional, dirigida por el Maestro  Don José Bispe. Mi padre me llevó a la Escuela y yo no iba contento, pero acabé amando al Maestro. El día que  fotografiaron  al  Maestro y a sus alumnos, yo no aparecí en la foto, pero allí está mi hermano mayor Manolo, que estudió Medicina y murió en Canadá, desde donde, cuando iba a morir, me hablaba por teléfono,  reclamando mi presencia al lado de su lecho.
Vivíamos felices en aquel ambiente rústico y lo mismo veíamos a los “húngaros” haciendo bailar a sus osos que veíamos a los jóvenes del pueblo, subir por las columnas de la Escuela, jugando en  aquel  ambiente  en qué  se  celebraban  no  sé  qué  elecciones.
En aquella vida infantil no me daba cuenta de que se iba a desarrollar una Guerra Civil. Venía yo de jugar por la calle a nuestra Casa y mi padre me ordenó entrar deprisa en ella, pero en el momento qué estaba entrando en el Patio, se escuchó dentro de él, el ruido retumbante de una explosión de una bala de cañón. Entonces mi padre me hizo salir deprisa a la calle. Y acudiendo mi madre y mi tía Luisa, nos metieron por la puerta de la vecina Iglesia, en una bodega, a la que fueron llegando otros vecinos del pueblo. Tía Luisa nos iba trayendo al bajo de la iglesia, algo de comer de vez en cuando. Al lado nuestro estaba la dueña de casa Bruis, con sus dos hijas Pilar y Josefina y sus dos hijos pequeños Rafael y Fernando. Mi amigo Rafael lloraba y yo me aguantaba de escuchar la explosión de las bombas de aviación. Todavía brillaba la luz, porque era el mes de Julio y el sol se escondía muy tarde, cuando se pararon las explosiones   del  bombardeo  y bajamos mi familia y otros vecinos del pueblo a Casa Ribera, al lado de la carretera. Un pequeño camión nos llevó a Huesca y en la Plaza de Santo Domingo, nos esperaba una gran cantidad de gente. Entre ellos nos esperaba mi primo hermano José Antonio Llanas Almudévar, que con quince años se apuntó voluntario para ir a la Guerra. Tuvo que volver a vivir la Paz, pues los Jefes militares, lo encontraron débil de salud.  Él marchó a su casa acompañado por mis tíos José María y Luisa. Y mi padre y mi madre con nosotros, sus hijos, fuimos a casa de mi abuela, doña Agustina Lafarga Mériz.
Pero al entrar en Huesca no nos encontramos con la Paz, pues sonaban las sirenas, anunciando los bombardeos. Un día en la casa del Coco Alto, número 61, estaba mi padre con mi hermano pequeño, paseando por la bodega, para refugiarse de las bombas. Hay al lado de la puerta de casa, una pequeña ventana y cerca de ella, estaban ambos familiares míos, cuando ¡qué casualidad!, penetró una bala de cañón por esa pequeña ventana. Gracias a un artillero del Ejército Republicano, esa bomba no explotó, pues si hubiera llegado a hacerlo, nos hubiéramos quedado sin padre y sin hermano. En una Guerra Civil, se daban casos en que los artilleros, tiraban bombas que no podían explotar, porque  los  soldados  de ambos frentes, tenían hermanos y compatriotas en el opuesto.
Esta explosión nos impulsó a abandonar Huesca capital y yo recuerdo como por el piso recogía ropas y le decía a mi abuela, que la empaquetara, para seguir huyendo de esa cruel Guerra.
Y marchamos a JACA, donde Don Paco Ripa, hombre primo hermano de mi padre, nos buscó una pensión y más tarde, mi padre alquiló un piso en una casa, que todavía existe. Ripa que pertenecía a una familia noble, que tenía en un piso y hace poco pude comprobarlo, una capilla, se preocupó de nosotros dándonos ropa para evitar aquel frío montañés.  Desde los balcones de la casa, que estaba situada en la meseta de Jaca, se veían venir, desde Sabiñánigo,  grandes grupos de personas, que escapaban del pueblo y de los próximos a él.
Daba   miedo  darse  cuenta  de  cómo  avanzaban los voluntarios de asociaciones sindicales, que producían destrozos humanos por los pueblos que pasaban y apenaba a los ciudadanos contemplar a esos ciudadanos que huían hacia Jaca.
El ambiente dentro de esta ciudad de Jaca, alternaba con los bombardeos y las fiestas antiguas, que recordaban su Historia. Yendo con mi madre por la calle, se oyeron las sirenas que denunciaban que los aviones venían por el cielo a bombardear.

 Mi madre aterrorizada como yo, me llevó corriendo a buscar refugio en la Catedral más antigua de España y a pesar de estar dentro de ella, los bombazos se oían de tal forma que producían terror. Mi madre se lanzó al suelo, debajo de un banco, diciéndome que hiciera la mismo, con una voz desesperada.

Este mes de Diciembre del año de 2017, estuvimos en Jaca cenando cerca de la  Catedral,  en el Restaurante “La Fragua”.  Mi hermano pequeño, Jesús hizo su vida profesional en esta ciudad, trabajando con entusiasmo por la agricultura y por sus agricultores, hasta que murió recordando su vida profesional en un Bar y tengo un  recuerdo  orgulloso  de él mismo,  de su esposa y de sus cuatro hijos.
Cuando llego a Jaca, en la misma Estación de Autobuses mirándome al cielo, lo saludo, pero después hago la intención que tenemos de llevar a cabo con mi familia y con mis amigos.
Todo son recuerdos emocionantes de mi vida, nada más bajar del autobús, que se extiende por la cara Sur de la Estación de Autobuses, una amplia zona de la que tengo recuerdos “ancestrales” de la Vida de Jaca.  Hace un lejano período, de unos años desde 1936 ó 1937, en que viví acompañado por mi padre, mis hermanos y por el Ilustre jacetano Don Paco Ripa, primo hermano de mi padre, en un terreno frente a la Estación de Autobuses, llamado Plaza de Biscós. Es una gran Plaza, que fue el solar de una Ermita, a la que acudían los débiles mentales, acompañados por sus familiares a pedirle a Santa Orosia, por la curación de su enfermedad, que según algunos se la había transmitido el poder diabólico.



No me podré olvidar nunca de aquella procesión cristiana contra el poder diabólico, que se dirigía a aquella original capilla, en la que el Señor Obispo o un canónigo, bendecía a aquellos enfermos del espíritu. Aquel templo lo hicieron desaparecer al acabar la Guerra Civil, pues ya en aquellos años daba una impresión de algo inhumano. Aquellos enfermos, unos sufrían en silencio y otros parecían maldecir su desgracia.
 Si, todavía duraban los espectáculos terribles en año de 1936, pero llegaban otros más terribles que aquellos en el mismo año de 1936, con la Guerra Civil, pues al lado de la Romería de los enfermos nerviosos, un día al escuchar las sirenas que anunciaban los bombardeos, tuvimos que entrar con mi madre en la Catedral, corriendo por la calle. En la romería de los enfermos nerviosos, se apoderaba el dolor de nuestros corazones, pero dentro de la Catedral, se oían los ruidos del motor de un avión y los estruendos de las bombas que ese lanzaba. En la procesión se escuchaban algunas quejas de los desgraciados mutilados de sus  cerebros, pero en la Catedral se oían los gritos desesperados de algunas mujeres, como los de mi madre, que se lanzó al suelo debajo de un banco litúrgico, como si estuviera contemplando los últimos ratos de su vida y  la de sus hijos, que le acompañábamos.
Esa Plaza de Biscós, que se encuentra entre la Estación de Autobuses y la Catedral, fue el resultado de la urbanización del Campo del Toro, que consistió en  una preparación de la unión de la ciudad vieja y los ensanches. Hubo necesidad de derribar el segundo Venatorio o Templete de Santa Orosia en el mes de  Enero de 1969. Recuerdo desde aquel año de 1936, aquel llamativo templo, que semejaba al arte oriental, que se construyó en los primeros años del siglo XX, para sustituir a un viejo edificio, que estuvo adosado a la muralla desde el medioevo. “Estos detalles nos contaba a mi padre y a nosotros sus hijos, Don Paco Ripa, hombre alto y delgado, con una elegancia, que en aquellos días casi yo no conocía. Estaba Don Paco Ripa unido al pueblo y  por  eso nunca podré olvidar su presencia en la procesión “anti diábólica” a la que asistimos en su compañía, el día de Santa Waldesca, el día en que su cabeza, llegaba desde Yebra de Basa, a aquel famoso Templete de la Plaza de Biscós”. Yo trato de recordar como en plena Guerra vinieron a Jaca esos tristes romeros, pero tal vez, los peregrinos eran de otras zonas libres del frente de la Guerra.  
Pero Don Paco Ripa, casado con Polonia Casaus López de Botaya, primo hermano de mi padre Don Manuel Almudévar Vallés, que se casó con la  hermana de Polonia, es decir Pilar, y descendía de la familia de los Señores de Vizcaya, no podía faltar a este acto religioso en el Templete de Santa Orosia.
Cuando oía hablar a Don Paco, me parecía oír las palabras de la Historia de Aragón, desde el Monasterio de San Juan de la Peña,  la  Alcaldía de Jaca y su función realizada en varios Gobiernos Civiles de España. 


Era un señor alto y delgado, con una elegancia que en aquellos tiempos, casi no se conocía. Estaba unido al pueblo y por eso no podré nunca olvidar su presencia en la procesión antidiábolica, que llegaba a Jaca el Día de Santa Waldesca, desde Yebra de Basa.  
Me acordaba de Fray Domingo La Ripa, que fue Abad del Antiguo doble Monasterio, es decir el Nuevo y el Viejo, que me pareció que había transmitido a mi tío Paco Ripa  y lejanísimo sobrino suyo, un deseo de transmitir a la  Ciudad de Jaca su deseo de servicio, su espíritu de venerar a los endemoniados humildes, haciéndoles seres libres, que venían de Yebra de Basa.


Y muy cerca del Templete donde nos encontramos con Don Paco Ripa a ver a los “endemoniados”, está  la antigua Catedral en la que mi madre acompañada por mí mismo, sufrió la amenaza de muerte por las bombas de la aviación, un dolor parecido al que había sufrido Don Paco Ripa rezando por los endemoniados, que llegaban cada año al  Templete de la Plaza de Biscós.
A pocos pasos de la Catedral, empieza la urbanización antigua y aparece el Restaurante “La Fragua”. Allí acudimos mi esposa Feli, mi hija Elena y su marido Santi con su hija María,mi hija Pilar y su esposo Picu, acompañados por sus padres , Mariano Lagrava con su esposa Miguelita  Garzón Coarasa. Era un día de Octubre de 1987 y al volver de Pamplona, a donde habíamos acudido a vernos con nuestra hija, con su esposo y con su hija, salieron a esperarnos mis hijos Pilar y Picu, que nos dio la oportunidad de comer en Jaca en el   Restaurante “La Fragua”. Desde el año de 1936 hasta el mes de Diciembre de 2.017, habían pasado ochenta y un años. Pero no encontré en “La Fragua”, moderna y de exquisitos manjares, ninguna  diferencia con el pasado. Si, fueron diferentes las lágrimas que se derramaron por nuestros ojos en 1936, pero también fueron distintos los sabores de los productos que nos sirvieron en aquellos platos.
La mesa donde nos dieron asiento, exponía en su cabecera, dos cuadros, que de la misma forma que estaban clavados en el muro, al contemplarlos, se clavaron sus figuras en mi corazón. Era uno de ellos, la representación del Ayuntamiento de Jaca, que casi me hizo llorar, porque su visión revivió en mí, unos momentos en que el año de 1936, ante el sonido de las sirenas que anunciaban el bombardeo de Jaca, entré corriendo en el Ayuntamiento, cuando iba al Colegio de Santa Ana. Me di cuenta de que aquel edifico, me había protegido, hacía ya ochenta y un años
 La visión de este edificio, todavía puede contemplarse y acordarse de que contribuyó a salvar la vida de los ciudadanos. Pero el otro cuadro que presidía la cabecera de aquella mesa de comedor, yo no lo había visto desde hacía ya unos ochenta y un años y me lo quedé mirando con un corazón conmovido por su belleza, ya casi olvidada, acompañada por aquellos enfermos que sufrían a sus pies.
Después de ochenta años, con el recuerdo fotográfico del Ayuntamiento y del Templete cuidando nuestras espaldas, con familiares jóvenes y amigos nuevos, nos proporcionaron una sabrosa comida, que tenía un gusto nuevo y un sabor antiguo, que recordaba el inmenso Comedor del Monasterio de San Juan de la Peña. Cuando acabamos de comer se acercó a nuestras mesas el gran cocinero, que había preparado tales manjares y con mi yerno Picu, estuvieron de conversación, recordando tiempos pasados en los que asistían juntos al Colegio.   

El apellido Ripa o La Ripa, se extiende por Vascongadas, Navarra y Aragón,  pues por el pueblo del Ayuntamiento de Siétamo de nombre vasco, llamado Arbaniés, corre el pequeño río al que llaman “A Ripa”.

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