Conocí a Lorenzo Morales, nacido
en Almonacid de la Sierra en un Bar, cuyo dueño cuida y ama la Fabla Aragonesa. Está situado
dicho Bar en la carretera que sube desde Huesca a Jaca y por la que se baja a
Zaragoza. Y hablando con Lorenzo, me
dijo que por esa misma ruta, hacia el Sur, se alcanza el pueblo de Almonacid de
la Sierra. ¡Dios mío, qué nombre tan bello y
tan moruno, unido a la palabra Sierra!. Cuando me hablaba de él, lo
llamaba con todo su cariño “mi pueblo”. Lorenzo Morales es un hombre fuerte de
cuerpo y más de espíritu, pues su cuerpo se fortaleció en aquellas tierras
serranas, que subían por la Sierra, hacia el cielo y descendían hacia abajo,
hasta el fondo de sus bodegas de vino. Pero de esa aspereza del terreno, los
hijos de Almonadid, obtenían desde siglos pasados, el aroma, el sabor divino,
la fortaleza que le daba esa tierra y una energía a sus cuerpos y una visión de
la vida, que alegraba sus espíritus, con un pequeño trago de buen vino. Lorenzo
es y ha sido, uno de esos hijos de Almonacid, que él mismo declara que esas
tierras que cultivaban eran pobres e
inclinadas, en las que tenía que hacer esfuerzos y sacrificios para “picarlas”
con esas azadas, que ahora nadie roba, porque exigen sacrificio para
usarlas. No eran tan crueles las épocas
de poda de las cepas y se convertían en épocas de alegría, aquellas en que se
vendimiaban las múltiples uvas, de nombres que da gusto escuchar a Lorenzo,
desde garnacha hasta la uva dulce, como el moscatel. Aquella tierra parecía pobre, pero producía una inmensa alegría entre los
vendimiadores con la variedad de colores, como el tinto, el clarete, el rosado,
el blanco y una variedad inacabable de ellas, que alegran la vista de los
vendimiadores. El sabor dulce de aquellos mostos les alegraba la vida, que los
hacía bailar para pisar esas uvas, que sacaban unos vinos, que lo largo del año
hacen optimistas a los hombres.
Eran y son optimistas los hombres
como Lorenzo Morales, porque la alegría de la vendimia los impulsaba a cantar
jotas, pero no sólo este baile y este canto de Aragón, sino que en el mismo Bar
de Avelino Artero, nos cantó tangos argentinos. Eran cantos nobles, fuertes,
alegres y a veces tristes, que Lorenzo con su voz recia, nos hacía sentir una
emoción, provocada no por el alcohol, sino por el recuerdo de la hermandad entre
argentinos y españoles. Tengo una fotografía de mi tío José María, vestido con ropa
de gaucho y con un látigo en la mano, que le trajeron de la Argentina. Todavía
conservo el bastón con su vara escondiendo un largo cuchillo. Cuando vienen
mis parientes argentinos, se lo enseño y al darles a beber un trago de vino de
Aragón se les alegran los corazones.
Pero Almonacid de la Sierra tiene
un pasado común con Siétamo, no sólo con
el vino, sino con la gloriosa figura de Don Pedro Pablo Abarca de Bolea, Conde
de Aranda.
La casa de estos Condes tenía su
sede en Aranda pero heredó su corona condal, Don Pedro Pablo Abarca de Bolea,
nacido en el el Castillo- Palacio de Siétamo. Don Pedro Pablo era el X Conde de
Aranda, sino por sus cuatro costados, lo fue por la mitad, ya que su madre era
catalana. Además de Conde de Aranda fue , Duque de Almazán, marqués de Torres
de Montes, Vizconde de Rueda y de Broto, Barón de Gavín, de Trasmoz , de
SIÉTAMO, Clamosa, Eripol, La Mata, Antillón y La Almolda, y señor del valle de
Rodellar y de los castillos y villas de Maella, Mesones, Jarque, Tierga, Sestrica,
Nigüella, Lucena de Jalón, Epila, Almonacid de la Sierra, Salillas, Lumpiaque,
Urrea de Jalón, Almazarre, Ola, Los Certales y Pui de Cinca.
La vida familiar de Aranda estuvo muy unida a Aragón,
pues sus padres decidieron casarse en Sangarrén, buscando un lugar de su boda,
que tuviese lugar entre Zaragoza y
Barcelona. El Conde de Aranda formaba parte de la Nación Aragonesa, pero era
Hijo de España y buscaba la unión de toda ella. Se casó con una catalana y
poseía una fábrica de bellos mosaicos, en Valencia, a cuyos obreros, en tan
viejos tiempos, les dio la oportunidad de cobrar los retiros. Soñaba con hacer
navegable el río Ebro, pero con su muerte en 1798, al hacerse la división de
España en regiones y provincias, entregaron a Cataluña la desembocadura del río
Ebro. Siendo Diputado de Huesca, recibimos en la Diputación, una carta en que
un ciudadano de la zona de Tortosa, reclamaba el aragonesismo del Ebro, con lo
que se hubiera proclamado la influencia mutua de Aragón con Cataluña, Valencia
y Baleares. Don Pedro Pablo Abarca de Bolea, con su esposa catalana, buscaba la
unidad española. Por eso amaba a la catalana, hija del río Ibero.
Almonacid de la Sierra y Siétamo, tuvieron un
padre para el primero, porque al heredar el título de Conde de Aranda, se hizo
cargo de su cultura y de su economía, y un hijo para Siétamo, porque nació en
dicha Villa y asumió el nuevo título, al de Marqués de Torres de Montes y al de
Barón de Siétamo. Fue el noble aragonés Pedro Pablo Abarca de Bolea, X Conde de
Aranda, nacido en su Castillo- Palacio de Siétamo, con sus graneros y bodega
como en Almonacid, donde pasó largas temporadas
y donde tuvo casa, bodegas y otros edificios, durante el siglo XVIII,
pues murió en 1798. Don Pedro Pablo, tenía su Castillo-Palacio en Siétamo, con
bodega y granero, edificando en 1740 un edificio, que se ha usado como granero
hasta hace muy pocos años y en mi vida agraria, como yerbero. Pero al ocupar su
título de Conde de Aranda, tuvo muchas casas, bodegas y otros edificios en Almonacid
de la Sierra y el Gran Palacio, centro del Condado de Aranda en Epila, donde
fuimos muchos sietamenses a celebrar unos funerales el año de 1998. Está
enterrado en San Juan de la Peña.
El ilustre militar y estadista,
el noble conde de Aranda, tuvo multitud de casas, como acabo de decir, residencias
bodegas y graneros por Aragón. Durante
el siglo XVIII, vivió en la Guerra de Italia, en Moscú, en Polonia y en París.
Se tuvo que ocupar al mismo tiempo de
las bodegas, entre las que destacan las de Almonacid de la Sierra, que se
encuentran bajo tierra y son de una enorme capacidad. Más tarde se han
utilizado esas bodegas, como lugares en los que se celebraban meriendas y se
hacían exposiciones de buen vino. Me imagino al hijo de Almonacid, Lorenzo Novales, gozar en esas meriendas de
ese divino sabor de los vinos de la Sierra, pero no sólo gozaba con el placer
de beberlo, sino que complacía a los asistentes, que con él se reunían, con la
belleza y filosofía de altura, como la
de Voltaire, haciéndoles oír sus poesías sobre el vino.
El Conde de Aranda, era un
productor de vino, que hacía famoso por toda España y por el extranjero.
Mandaba Don Pedro Pablo lotes de
vino exquisito a personajes famosos, como Voltaire. En 1773, recibió una carta
de este gran filósofo, en la que le decía: “Si este vino es de vuestra
propiedad, hay que reconocer que la tierra prometida está cerca”. Con estas
palabras le agradecía Voltaire el envío de sus sabrosos caldos de la bodega de
Almonacid de la Sierra.
En mi artículo: ”Siétamo,
Geografía e Historia” se lee que en el siglo XVII, leyendo el libro de Don
Saturnino Pallaruelo de Puyarruego, se ve la elegancia que los Condes de Aranda
(todavía no eran Condes de Aranda, sino que eran poseedores de otros muchos
títulos, como el de Marqueses de Torres de Montes y Barones de Siétamo), pero
como antecesores de los mismos, “se ve la elegancia que los antecesores del Conde
Aranda crearon en las salas del Palacio. Recibía en ellas, entre otros, a la
familia de los Azara de Barbuñales, parientes de las Azara de Siétamo y amigos
íntimos con el Conde”. Severino Pallaruelo, en su obra “Bardají”, escribe lo
siguiente.”En Siétamo, no lejos de Barbuñales, alzaba sus muros de arenisca
dorada el palacio de los Condes de Aranda, amigos de la casa de Azara. Un tío
de María Ana era canónigo de la catedral de Huesca. Cuando Azara iba a
visitarlo pasaba por Siétamo. Se detenía en el palacio de los Condes. Admiraba
los salones. Allí había libros y estampas, telas exóticas y muebles hermosos, todo
el lujo tranquilo y claro, confortable y pulcro que promovían los ilustrados
del siglo como ambiente donde desarrollar tertulias razonables, conversaciones
interesantes y debates acerca de la felicidad del género humano, conseguida por
medio de la inteligencia y de la riqueza”.”La lectura de Severino Pallaruelo me
emocionó porque me hizo recordar algunos mueles y mosaicos, que mi padre recogió entre las
ruinas del Palacio”, de los que conservo alguna.
¡Cómo se ha desarrollado la
Historia en el pueblo donde nació el Conde de Aranda, Siétamo, con su castillo-palacio
destruido y en Almonacid de la Sierra, donde en año de dos mil catorce, el
poeta que le canta al vino, sigue bebiendo y recitando sus grandezas!.
En el mes de Julio de 1936, la
familia Almudévar había abandonado su casa de Siétamo y Antonio Trisán, nacido en Fañanás, después de reconquistar
los nacionales por unos días, mi pueblo, se paseaba por las habitaciones, en
tanto los soldados estaban bebiendo vino en la Bodega del Palacio del conde de
Aranda. Su alma estaba limpia y no quiso participar en esa juerga del alcohol y
como recuerdo se cogió un libro de Manuel Bescós Almudévar, de sobrenombre
Silvio Kosti, en el que ponía esta “dedicación magnífica del autor. Reza así:
al ilustre tío Manuel, mayorazgo y Jefe de mi estirpe”, Silvio Kosti.
Sigue escribiendo Silvio Kosti:
”Tomo como recuerdo el volumen de Kosti y salgo a la calle…El vino se nota en
el ambiente. Cantan esos soldados esas melopeas de los que están en el límite
de sus posibilidades alcohólicas”. Como dice Antonio Trisán, en un torreón del
Palacio,había envejecido un buen vino. Efectivamente, según me dijo mi padre, eran
unos seiscientos mil litros los que se encontraban en la bodega, fruto del
cultivo de viñas en el Somontano. Se ha dado en crecimiento, en esta tierra, la
producción de vino, pero en Siétamo ya no quedan prácticamente viñas. Esas
bodegas fueron encontradas con mucho placer, por “rojos y blancos”, que como
cuenta Antonio Trisán se las bebían hasta emborracharse. Con esa sensación se
olvidaban de la sangre constantemente derramada por sus compañeros y por sus
rivales.”El vino se nota en el ambiente. Cantan los soldados esas melopeas de
los que están en el límite de sus posibilidades alcohólicas”…Alguno piensan “mañana
hemos de enterrar muertos en el cementerio del lugar”.
Dicen que el vino siembra poesía en los
corazones, pero así como en Almonacid de la Sierra, Lorenzo Morales, abona esa
poesía, en cada ocasión que puede llegar a las bodegas de Almonacid, con el
placer del vino, las poesías que le salen de su corazón y los cantos que con su
voz, resuenan por ellas, en Siétamo aquel Palacio, donde nació el Conde de
Aranda, perdió la ilusión. Se acabó la bodega de los seiscientos mil litros, el
Palacio que llenó de ilusión la mente del escritor Ballarín y el fuego
criminal, como dice Sender, “arrasó todo el pueblo”, desde el palacio con su
bodega, la iglesia y los domicilios, hasta la vida de los hijos de Siétamo.
Cuando vas por Almonacid,
aquellas laderas serranas, a pesar de su aspecto en ocasiones árido, están
cubiertas por sus verdes cepas y sus uvas divinas de las que bailando, hacen desde hace siglos
brotar el vino, que alegra los corazones humanos, como llenó de placer incluso
el de Voltaire. Las profundas bodegas encierran y guardan los millones de ilusiones
humanas, que produce el vino, divino tesoro de sus viñas. En ellas se reúne
Lorenzo Morales con sus amigos, y cantan,
meriendan y acompañan de alegría aquellos ratos, que el vino impulsa y
acompaña.
Como escribió el judío Ibnalfín,
los de Almonacid “vierten la sangre de
uvas en copas de cristal puro, como fuego aprisionado en el granizo”. Y esa
conservación del vino con el granizo frío, que hace de cristal de las copas, ha
ido conservando el equilibrio en las viñas y en las bodegas y les ha hecho prosperar,
nadando en el vino y por el vino. En cambio no le hicieron caso a Ibn Nagreda
que les aconsejaba: “y no dejéis el vino por las noches, apagad la candela,y
que os iluminen, que en la tumba no hay cantos, ni vino ni amigos!”.
“El vino siempre ha sido
acompañante fiel del hombre”, pero el hombre, en ocasiones ha dominado el abuso
del vino y no ha apagado la candela, que ilumina su paso por la vida.
Porque “el vino siempre ha sido
acompañante fiel del hombre”, como se apoderó de los hombres, en la Guerra
Civil de Siétamo. Escribe Antonio Trisán “el vino se nota en el ambiente”
Y en la bodega del Palacio se
conservaba un mar de vino que atraía con una enorme fuerza a los hombres en
guerra, que en aquel mar alcohólico, sin
nadie que lo protegiera, “con sumo placer”, unos rojos y otros blancos, que
bebían hasta emborracharse y dormían el sueño de “los justos”. En aquel sueño
se olvidaban los hombres de la sangre derramada por sus compañeros y por sus
rivales. “El vino se notaba en el ambiente Cantaban los soldados esas melopeas
de las que estaban en el límite de aguantar sus posibilidades alcohólicas”.
En cambio, en las orillas del río
Guatizalema, era fusilado un joven sacerdote a Alquézar, ordenado sacerdote en
el mes de Junio, que no tuvo en su corta vida el tiempo necesario para beber la
sangre de Cristo, consagrada con aquel vino, que ahora servía para
emborracharse.
Ante tanta muerte, Siétamo,
pueblo del Somontano, todo él plantado de viñas, se olvidó de las cepas y ya no
plantó ninguna más.
Y tú, Lorenzo Morales de
Almonacid de la Sierra, sigue cantando y recitando poesías inspiradas en el
vino, porque alegras nuestros corazones.
No hay comentarios:
Publicar un comentario