He acudido al Campo de Fútbol,
a seguir el juego de los futbolistas.
Pero ha llegado una joven, que ha despistado mi atención de la marcha del
balón, porque mostraba hacia arriba el
negro de su paraguas, por abajo, sus botas rojas y en medio un arco-iris que
exhibía los distintos colores de sus ropas. Llovía sobre el campo, sobre los
jugadores y sobre aquellos que estaban discutiendo, ridículamente, de si las
botas eran elegantes o más bien vulgares. Uno de los que discutían tenía la
razón, situación muy frecuente en sus pensamientos, porque las botas eran de
materia sintética y de color rojo artificial, que nunca alcanzó la pureza roja
de la amapola, como el caucho de su calzado, nunca alcanzará la vital finura de
su piel.
Pero yo, abandonando el curso de
la discusión, pensaba que no son los botines de París, ni los modelos de un
gran sastre los que hacen a la dama. Yo
creo que es la dama la que transciende y traspasa su elegancia a lo que toca. Y
tú sin pamela, con paraguas negro, sin enaguas, con vaqueros,
afirmada, erguida sobre tus piernas como
columnas de alabastro vivo, y que se basan en tus botas rojas, reinas en el
ambiente rústico, deportivo como una reina de la lluvia.
Tú tenías razón, siempre me
parece que la has tenido, porque esas botas calzando pies vulgares,
permanecerían en la vulgaridad o en la cochambre, en una feria de mal gusto.
Pero, ¿por qué cubriendo ciertos
pies, se transforma su vulgaridad en elegancia?. Hay talismanes fríos de
preciosas piedras que dan suerte; también existen piedras de alquimistas que
dicen que convierten hierro en oro. ¿Qué
talismán, qué alquimia hay en tu cuerpo qué convierte el caucho sintético en algo vivo y
bello?.
Tú tenías razón, siempre la
tienes pero ¿por qué ocurría ese milagro?. ¿Por qué, por qué, POR QUÉ………………………………….?.
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