viernes, 24 de agosto de 2012

A una María José



He escrutado en tus profundos ojos, enmarcados por un rostro de belleza, que no sé, si es clásica o hebrea y he quedado atónito ante el espectáculo. Pero has hecho volar en mi cerebro las ideas, que cual locas alondras suben y bajan, me encantan y preocupan. En ti reside el eterno femenino, pero no el femenino de la mujer antigua, que se somete cual esclava al rigor de los hombres tiránicos y egoístas. En ti hay amor, hay ese amor que Dios puso en el hombre, no sólo en el varón, sino que engloba a la especie que llamamos “homo sapiens”.

Tu eres María y eres José y para mí, estás representando las virtudes humanas; como María englobas la dulzura y la belleza, pero de un modo esporádico surge de tu  interior la respuesta a un  agresor verbal, al que demueles con tu verbo, con tu mirada airada y creas, en tu entorno, un clima de serena calma, de paz, de autoridad y de dulzura simultáneas.

María y José, la luna y el sol, la sombra y la luz, ¡qué profunda huella has dejado en mí ,María José!

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