Aunque ahora los molinos de
cereales, están ya casi sin producir, porque las grandes fábricas de harinas,
son las que las preparan, para ser consumidas por la sociedad. Pero hoy día
catorce de Septiembre del año de 2014, he tenido la suerte de contemplar, cómo
este molino, que me ha producido la impresión de ser poético ya que como en un sueño, lo he visto funcionar. En
medio de un paisaje rodeado de montañas, verde, con un canal, poblado de
truchas, que traía el agua de arriba y por debajo, rodeado de un verde prado, seguía
el agua discurriendo, hacia el río Aragón, que seguía su curso. Pasada la
entrada por la carretera que desde Jaca conduce
a la Nación Francesa, a unos dieciocho kilómetros de ella, a la
izquierda se entra en Aratorés, y unos metros más adelante, al lado de una
parada de autobuses, hay un camino de entrada hacia el río Aragón. Circulando
por él, se encuentra uno con algún
chalet o con un edificio sanitario de una orden religiosa, para antes de llegar
al nivel del río, encontrarse con “El Molino”. Aquellas aguas, son puras, como
las que se usan en el Sacramento del Bautismo y son también aguas de fuentes
próximas, que sanean no sólo el alma, sino también el cuerpo de los seres
humanos. Por eso uno comprende cómo en tal paraje, han edificado los religiosos
un templo, que guarda las almas y cura los cuerpos. El hijo de Agustín me dio a
beber agua medicinal, que yo creo, que dio salud a mi cuerpo.
Al llegar al Molino, en que pude contemplar
el título modesto, activo y poético de tan antiquísima máquina, me he quedado
admirado por estar en un lugar rodeado de verde vegetación de color claro, con
un cielo medio nublado, pero con espacios, en el cielo, que estaban claros y
por los que se introducían unos rayos brillantes, que mandaba el Sol de
Septiembre sobre el paisaje. Todo él te impresionaba por su brillante color, en
que se mezclaban la luz acompañada por el calor, que calentaba aquellas verdes
plantas, mezclados el calor y la luz con el sonido de las aguas puras y
abundantes, que bajaban del río Aragón por un canal de cemento, bien trabajado
y rodeado de una red que impedía el paso de los animales destructores, que
podían ponerse a cazar los conejos y a pescar las abundantes truchas, que por
aquellas aguas, vivían y circulaban.
Llamaba la atención el Carcabo, que bajo
una bóveda superada por un arco románico, que tenía por misión dejar desaguar
las aguas que bajan del río Aragón, enviadas al Molino por un azud, que se
encuentra a unos 750 metros y de donde bajan las aguas por un canal, por el
cual las truchas le dan elegancia y alegría.
Este Canal está muy bien
construido y lleva una corriente de unos cuatro mil litros de agua por segundo,
unos para el Molino y otros para la Central Eléctrica, cuya energía va a
Zaragoza. Pero en tiempos daba luz a catorce pueblos del Valle navarro del
Roncal, de Ansó, Hecho, Aisa, Aragüés del Puerto, Aratorés y Cenarbe, hoy
desaparecido. ¡Cómo se respira en esta comarca la personalidad de los Montes
Pirineos, con el Bearn francés por el Norte, donde en algunas zonas todavía se
habla la lengua vasca y por el Sur el Valle del Roncal vasco- navarro y la zona
altoaragonesa de Canfranc!. Cerca del Molino se encuentra Cenarbe, que antes se
pronunciaba Cenamberri, palabra de la que -berri-, en vasco quiere decir nuevo. En
aquella antigua población, proliferaba la brujería, igual que en los altos de
Borau había personas embrujadas, que andaban unidos con cadenas. Igual que en
el Somontano, se cuentan leyendas de “brujas”, transformadas en gatos, que
mataban caballerías, desangrándolas. En el pueblo de Sieso, que se encuentra
muy cerca del Monasterio de Casbas, el
cura descubrió a una mujer, que se convertía temporalmente en gato y habiendo
dejado sus ropas humanas en el monte, iba a hacer abortar a una cristiana.
Cerca de la entrada en el “Salón
Molino”, ¡sí salón molino lo llamé yo mismo por la forma original de acomodar
un molino!. Sí, porque el molino se
encuentra en un salón, cuyos maderos son abetos de un grosor extraordinario y
puede el molinero, estar acomodado en un sillón. Está cerca de la puerta de
este salón, una bodega, donde se encuentran maravillosos vinos de años pasados.
El más antiguo y que da mejor placer, se
encuentra en un viejo tonel, en el que en su frontada, pone 1871, año de la primera
República. Al ver ese cuadro y un poco animado por el rico sabor de dicho vino,
vi pasar por mi imaginación al Rey Amadeo I, a Alfonso XII y A Alfonso XIII, a
la Segunda República, a la Guerra Civil y al franquismo, para acabar en la
actual Democracia. Estos personajes históricos merecen un recuerdo alegre de
Alfonso XII y de Alfonso XIII, que un poco más arriba, en Canfranc, abrieron el
ferrocarril que unía Aragón con Francia, unión que se respira conversando con
el molinero Agustín García Marcuello, porque este Agustín está unido
sentimentalmente con Francia. Ahora me entran ganas de llorar, al contemplar el
Ferrocarril de Canfranc cerrado y los de Irún y de Gerona, abiertos. Me llamó
la atención esa visión, pero me sacó de la tristeza, el trabajo en la aguas del
río Aragón, ordenado por Don Agustín García Marcuello, durante tal multitud de
años, por los que pasaron los reyes, los republicanos, los diversos políticos,
pero Agustín allí permanece, con sus ochenta y ocho años, invitándonos a sus
visitantes, con un trago de vino de la Primera República. En la bodega estaba
una bujarda con un extremo coronado de puntas férreas, un “pico de gorrión” y
una piqueta, herramientas con las que Agustín, picó durante años la piedra
molinera, recogida en el Anayet y formada por un conglomerado pétreo y natural
del país.
Con piedras de este estilo, molió Agustín hasta el año de 1942. Agustín
García Marcuello ha conocido multitud de formas de molienda, pero ahora ha
alcanzado casi la perfección, porque usa
piedras francesas de la Dordoña, en Las Landas, cerca de Bretaña, según me va
indicando, son de la marca Lafarté, de
pedernal conglomerado. Esas piedras hay que seguir picándolas y cada cierto
tiempo, que Agustín conoce, las va
acomodando a la sana molienda.
La harina ha de ser granulada,
pero no en polvo. Tocar la harina ha de dar la impresión de ser granulada, pero
de tacto poco picante, que le dé a la harina un sabor vivo, porque si la harina
está en polvo y requemada, pierde su fuerza
y su sabor. De cien kilos de trigo, salen 78 kilogramos de harina y de cien kilogramos de harina saca ciento
cuarenta y dos de pan. Hay que tener en cuenta que de la especie de trigo
Manitova, saca ciento cincuenta y seis kilos de pan.
Estando sentados alrededor
de una mesa, en el “Recibidor” y al lado del molino, te hace recordar, que los
maderos de un bosque de coníferas, que cubren el techo del salón, proceden de
un bosque de coníferas de muchos años, en el bosque de Lierde, pueblo ya
desaparecido. Dicen que en tal pueblo vivía un hombre muy fuerte, al que llamaban Sansón. Este Sansón sería tal vez, uno de los
forzudos que colocaría en el techo del
Molino, los abetos de Lierde, que tienen quinientos años de antigüedad y
colocados en el molino en 1908.
Agustín García Marcuello conoce a
todas las casas de los alrededores y todos los apellidos de sus habitantes. Su
Molino no podía compararse con ningún otro, pues el Molinero de Villanovilla, que
estaba en la Garcipollera, que se llamaba Prudencio Betrán, decía: Con el
Molino nuestro se muelen “zapos” y culebras y tiene muchos “cojones”, cuando
baja agua. Lo malo es que generalmente, no baja nunca o más bien poca, por
estar al lado de un barranco casi sin caudal”. Ese río se llama río Ijuez.
Y de la misma forma que Agustín
conoce a todos y cada uno de los habitantes de la comarca de Aratorés, todos
los vecinos del Valle vasco o “Ara de Torés” y todos los vecinos de la cabecera
del Valle del Aragón, que es el Valle
que corre el camino del Día, lo conocen a él.
Tiene Agustín García el mismo origen que la Garci-pollera y está a
escasos kilómetros de Francia y no reflexiona sobre el País de lo Pirineos, que
está situado en parte de Francia y en parte de España, sino que se da cuenta de
que ama a los franceses y a los españoles, porque ha visitado Francia en muchas
ocasiones y tiene puestas las piedras del Molino, procedentes de Dordoña cerca
de Las Landas y ha trabajado para habitantes del lado Norte de los Pirineos,
que le traían a moler habas, guijas, etc. De Las Landas vinieron Los Tres
Mosqueteros. Pero la hija de Agustín, Isabel, nos sirvió un trago de “Cidre de
Bretañe”, que nos comunicó tranquilidad a nuestros corazones. Como he dicho, al
Norte recibía la familia de Agustín García Marcuello, la influencia de la sidra
de Bretaña, que actuaba incluso sobre las piedras del Molino, pero todavía, después de años y años, seguían recordando la
influencia de los dos músicos, hermanos de Siétamo, a saber de Eduardo y de
Antonio, que venían a hacer sonar la música a Aratorés. Después de la Guerra
Civil, en cierta ocasión imitaban los sonidos no musicales, manejando las
cuerdas de sus guitarras, lanzando un sonido extraño, que algún vecino de Aratorés, interpretaba.””co- chi- nos de A- ra- to- rés”.
Un auditor protestaba de aquélla posible burla, pero a pesar de ello, volvieron durante unos
quince o veinte años a subir a Aratorés.
La rivalidad entre España y
Francia (que se repartieron los
Pirineos), ha impedido la creación de una autovía entre ellas, pues en esta
subida desde Jaca a Aratorés, pasamos por Castiello de Jaca, donde nos dijeron
que en alguna ocasión la frontera actuaba en dicho pueblo.
Agustín con su vida de trabajo y
su ambiente montañés tan poético, se siente un hombre nacido en los Pirineos y
sabe hablar en francés y en castellano y en el aragonés o fabla aragonesa, su
esposa vivió ocho años en Oloron y su hija Isabel, aprendió francés desde muy
niña. Se le nota la elegancia entre su conocimiento de la cultura francesa y su
generosidad en el trato de los montañeses. Estaba acompañada aquel día por su
amiga zaragozana Carmen y colaboraron en la descripción de la belleza del viejo
Molino. Isabel es escritora y ha obtenido premios literarios, que recuerdan
aquella bendita tierra del Molino. Agustín pertenece a la sexta generación de
molineros, pues además de la tradición, tiene antiguos escritos que lo acreditan en
1730. En aquel Molino tan bello y tan poético, nos juntamos dos ancianos , uno
él con sus ochenta y ocho años y yo con ochenta y cuatro. Comulgamos con la
belleza del Molino y no pudimos evitar, darnos un abrazo de despedida, cuando
me bajé a Huesca.
No pude evitar una despedida tan
sentimental, porque Agustín pertenece a la sexta generación de molineros. Y
lleva, por tanto, un número de años incontable, trabajando bajo el sol y la
sombra que le mandan las montañas y
escuchando el canto de las aves, por ejemplo del mirlo, en Primavera y en la misma Primavera y en Verano
el canto celestial del ruiseñor. Por el Canal pasan ánades, grullas y garzas
reales. Pero parece que estamos en el
Paraíso Terrenal, porque son distintas especies animales, además de las aves,
las que hacen su vida, por el Molino.
En el verde prado, a orillas del
río Aragón, se pierden los amantes de la Naturaleza, el espectáculo de la
Berrea, que los ciervos representan en él. Se ven ciervos machos, con su
cornamenta elevada, lanzando sus
berridos al mismo tiempo amorosos que amenazadores sobre los otros machos, y
las ciervas enamoradas, escuchando las llamadas amorosas de sus compañeros. Algunos
ciervos riñen con sus rivales, por una temporada rivales eróticos, y se lanzan
con sus múltiples astas en que se divide su cornamenta. Pero no sólo se divisan
los ciervos enamorados, sino que a veces
aparecen corzos, gamos y jabalíes, otras veces se ven las fuinas, las nutrias.
Es curioso que se pueda contemplar el Desmán de los Pirineos, que únicamente vive
por Canfranc y por Ordesa. Son de color negro y van nadando un tanto profundos
por el canal, buscando sus presas por debajo del agua. Lo llaman también almizclera,
de la familia de los topos, al que pocos humanos han visto, pues es uno de los
animales más curiosos y primitivos de la fauna.
En el Molino se unen Don Agustín
García Marcuello, el hombre más conocido en las primeras corrientes del río
Aragón, en el que se pueden observar las cualidades humanas, más nobles y que
no sólo es conocido por los hombres, sino que se conocen mutuamente él y el topo o desmán de los
Pirineos. Dicen que en su hermosa casa, se pueden alquilar hasta un ciento de
camas, para que todo el mundo pueda visitar el genio de Don Agustín García
Marcuello, la vida animal del ciervo, la raposa, el corzo y tantos otros
animales, hasta la elegancia de las garzas
y escuchar los bellos sonidos del mirlo y los elegantes cantos del ruiseñor.
El día que con mi yerno Santiago estuvimos visitando al molinero Don Agustín García Marcuello y a su familia,
nos tocó vivir unos momentos tristes, porque
esa familia es amante de los perros, de los cuales posee uno blanco,
traído de Francia y de los gatos. Estos eran numerosos, pero las "fuinas",
que habían, hacía ya tiempo, acabado con
sus conejos, persiguen ahora a sus gatos. Y aquella noche a uno de ellos lo
apresaron y le rasparon los pelos de su cola, pero tuvo la suerte de escaparse.
Don Agustín, entre los sufrimientos
que le producen esas fuiñas, se sintió feliz al ver a su gato más querido, libre de la muerte causada por las fuinas. La
vida de Agustín es como un “collar de cuentas”, cada una de las cuales se hace
presente en su vida, como cuando su gato sufre, herido por las fuinas, otras veces
aparece como una cuenta del collar de su
vida, igual que el topo o desmán de los Pirineos. Otras veces brilla la cuenta
del sol o hace contemplar el fulgor de la luna. Y Agustín espera encontrase con
la maravillosa “cuenta” de su esposa, que se marchó del Molino, hace unos ocho años.
Yo me acordaré del molino, del
molinero Agustín y de la molinera que ya se fue y este recuerdo animará mi
espíritu de sencillez y de pureza. El molino, es esa máquina, que transforma la
fuerza de la Naturaleza, ya sea agua o viento, en beneficio de los seres
humanos y de su trabajo. ¡Quien pudiera en estos momentos, escuchar “La bella
molinera”, con el disco que conduce el viaje
triste y alegre, al mismo tiempo, del molinero. Porque escuchar la
música al mismo tiempo sencilla y genial, con la que nos alegró Schubert, le
parece a uno estar escuchando a un molino, que cantara su labor y su silencio.
En la Revista de Folklore, Fernando Herrero, escribe
en el número 101, del año de 1969, lo siguiente: “ Y así cantar el molino es
abrir las hojas del libro de la música, la poesía, incluso la fuerza de la
memoria o la ilusión. Hoy los molinos no son sino imágenes de un pasado que a
lo mejor se han transformado en iconos estéticos. Hoy el molino es una metáfora
de la libertad y de la solidez, de la contradicción entre lo utilitario y lo
soñado"
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