El día 10 del
húmedo mes de Abril del año 2.002, mi consuegro Rafael me llevó a ver a un
antiguo fabricante de carros de Almudévar, que tiene sus orígenes en Chimillas, de donde salió su abuelo llamado
José Latorre Pallás, que se casó con doña Emilia Atarés Val, de casa Mola de la
Villa de Almudévar, para dar a sus descendientes el carácter de Saputos o
Sabios no en ciencias abstractas, sino en el manejo de la madera, con la que se
dedicaron a montar carros, galeras, volquetes o “vulquetes”, como los llamamos
en nuestra Fabla, pero entre estos carros los había como portadores de cubos de
agua. No es extraño este detalle de ir a buscar agua, porque Almudévar siempre
soñó con este elemento, ya que según dice Braulio Fonz en su magnífica obra
“Vida de Pedro Saputo”, en esta Villa había muy pocas fuentes y ningún río, lo
que hacía que el agua fuera escasa, tanto que no podían moler con molinos, que
se levantan a orillas de los ríos, sino con molinos de viento.
Y ¿qué madera
emplearían los fabricantes de aquellos molinos, de los que por desgracia, ya no
queda ninguno?. Supongo que la misma que
usaron los carreteros para hacer las galeras y carros, pues como me dijo mi
amigo José María Latorre, ya que por amigo lo tuve enseguida, por descubrir en
su personalidad en escasos minutos de trato a un señor amigo, sabio o saputo y
generoso, que la madera que empleaba era toda procedente de la comarca y
comprobó sus palabras al mostrarme un eje de carro del siglo XVI, que es de
carrasca y en ella misma están escritos los números romanos. Ese eje le salió
al tirar una ventana. Conserva el brillo del roce de los cubos de las ruedas y
una fortaleza casi metálica, y este eje que debe entrar cuando José María desaparezca de este mundo, en el que ha de vivir tantos
años como su buena madre, la señora Eugenia, que ya tiene en estas fechas
noventa y ocho, en el Museo Histórico de Almudévar, que se ha de hacer o
preparar en uno de esos molinos de viento , que hay que recuperar, como se
están recuperando las antiguas bodegas de la Corona y las de las Crucetas.
Han llegado unos
tiempos en los que ya no se fabrican carros, sino automóviles, pero José María que ya
está cobrando el retiro de aquellas nobles tareas, sigue trabajando la madera y
uno se llena de emoción, al entrar en el patio de su casa, paso
precedido por el caminar por el antiguo corral, hoy más bien jardín, donde
están plantados un laurel, unas cepas trepadoras y unos rosales. Esas oliveras
le recuerdan los viejos tiempos en que alguna vez acudía a coger olivas, para
gastar aceite durante todo el año, en unión de sus familiares y ¡por qué no
decirlo!, para alimentar los candiles con que se alumbraban los carreteros en
sus talleres, en las horas que se llevaban la luz, o por las noches cuando esta
luz escaseaba.
Estamos ya en el
patio y vemos las puertas que en él se encuentran para dar acceso a otros
locales, en los que en tiempos, en algunos de ellos, se encontrarían las
cuadras y esas puertas de madera de pino de Huesca, labradas con viejos
adornos, imitados de otros que todavía eran más antiguos y estas puertas tenían
unas cerraduras , con picaportes ingeniosos, hechos a forja. En los lados del
patio se encontraba un banco enorme, que me recordó las cadieras que todavía yo conservo en mi
pueblo, junto al hogar o fogar de mi casa ( Casa Almudévar). Tiene las
esquinas o ángulos del techo adornados con madrera labrada y al subir por la
escalera, en los lados, hasta las paredes están cubiertas por bello maderamen.
Y José María me
invita a subir y me encuentro en un recibidor, presidido por un reloj de pared,
como aquel que cantábamos de niños y que decía: “ mi abuelito tenía un reloj de pared que compró
cuando él nació, pero un día el reloj de tan viejo se paró y con él, mi
abuelito se murió”. Y es que estos relojes no traen
más que recuerdos, al mirarlos, porque su esfera y su péndulo están
llenos de imágenes troqueladas y pintadas con jarrones y flores, que encienden
los espíritus de estética o de belleza, como todos los objetos que José María
fabrica.
Y, al decir esto no puedo menos que acordarme
de Antonio Bello, al leer lo que escribía:
“cuando empezaba
a estar preocupado con la naturaleza del arte…creí ver la respuesta a este
interrogante”. Se trataba de una tribu de
robustos salvajes en una danza….sólo bailaban de un modo frenético, al
son de tambores incansables…Era el esfuerzo tan duro que aquellos hombres
robustos…que por fin caían exhaustos, rendidos”. Y en estas palabras comprendí como José
María entró en el arte, porque “Todo el enorme mundo del arte…tiene de común
con la danza…el huir del trabajo como servidumbre… Puede exhibirse el arte
como una rebelión auténticamente humana : una reacción del hombre”. Y en el
caso de los danzantes la reacción tenía lugar
contra el trabajo en las continuas expediciones de caza ,que les hacía
buscar el arte y el descanso en la danza. En este caso de José María, que a sus numerosos años de rudo trabajo con maderas
duras como la carrasca, le ha nacido una danza del arte, que lo hace feliz. Si
y lo hace feliz, porque también él hace felices a los hijos de su Villa,
Almudévar, fabricándoles cientos de almudes, que son como “objetos parlantes”
de su noble escudo y del
mío, pues acudí a la carretería a comprar otro nuevo, aunque tengo varios de los
que se fabricaban en mi casa.
Y en el
recibidor, presidido por el reloj de pared, se encuentra otro hermoso banco en
el que apetece sentarse, para contemplar la tan trabajada caja o ménsula de
madera de dos pisos, sobre el que reposa un hermoso y supongo que hace años,
apagado brasero, pero que hace arder de entusiasmo artístico a José María.
Y por fin, nos
introdujo en un gran salón-comedor, con una enorme mesa, frente a la cual se
encontraba en la pared, una capilla ocupada por San Roque, con un mordisco o
“mueso” de perro en la rodilla y el propio perro de como acompañante del santo.
Pero en este comedor había multitud de obras de arte,
que yo estando, ya casi saturado de
belleza, no puedo recordarlas todas.
Además estaba
admirando tanto a San Roque, que José María abrió la puerta de la capilla y sacó un libro
de cuentas de aquellos que usaban en su
taller, y hacía ya años y al mirarlo, vi una cuenta que ponía, por celebrar una misa…tanto, por cantar en el coro… tanto y así sucesivamente, lo cual me causó
una impresión que me llenó de entusiasmo y de admiración por un taller y unos
artesanos tan trabajadores y tan enamorados de la iglesia y de sus santos.
Entonces me fijé, de repente, en dos iglesias de Almudévar, de una altura
considerable, que José María había convertido en dos
recuerdos de madera. ¡Impresionantes!.
No hay comentarios:
Publicar un comentario