Fue
agricultor y sufrió como todos los habitantes de su pueblo, las consecuencias
de la Guerra Civil del año de 1.936. Heredó la Casa de Azara y Almudévar de
Siétamo, en la que nacieron sus seis hijos y allí me llevó a la Escuela de
Siétamo, donde asistí a aprender las primeras letras con mi hermano Manolo, que
vivió muchos años ejerciendo su carrera de Médico, en Canadá. Recuerdo los
infantiles juegos con Rafael Bruis en el recreo de la citada Escuela, en que
hacíamos circular un coche con otro simulado por una piedra.
Vivíamos
felices con nuestro padre Manuel Almudévar Casaus y con su esposa Victoria
Lafarga, pero ya no tardaron en llegar a Siétamo, los revolucionarios
voluntarios de hacer la Guerra.
Yo
como un niño inocente, jugaba por las calles y por los huertos de Siétamo y un
día cualquiera, escuché los ruidos de la Guerra que habían llegado a destruir
casi todo el pueblo de Siétamo. Fui corriendo a nuestra casa y al llegar a su
puerta, estaba mi padre, que comenzó a reñirme por haber abandonado la casa. Me
mandó entrar en ella, pero cuando puse los pies en el patio, resonó una
explosión horrible y empezó a bajar por las escaleras mi tía Luisa, que con los dos hermanicos míos, se iba de casa a la próxima
Iglesia, donde nos refugió. A continuación llegaron familias vecinas de Casa Lasierra y mi tía ,
iba y volvía a casa, para buscar alimentos para los niños refugiados en dicha
bodega.
Todo
el día estuvieron cayendo bombas y la madre de los niños de Lasierra lloraban
sin consuelo.
Al
llegar la tarde cesaron los bombardeos y salimos a la carretera, donde un
pequeño camión nos llevó a Huesca. En Huesca estaba una multitud de personas en
la Plaza de Santo Domingo, donde nos recibían amigos y parientes. Allí estaba
José Antonio Llanas un joven de unos quince años, que se llevó a su casa a mi
tío José María y a tía Luisa. Mi padre y mi madre, con alguno de los hermanos,
que vivían en Siétamo, fueron a refugiarse con mi abuela en el Coso Alto.
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