¿Tres años tiene
la niña?, tal vez cuatro, no lo se. La conocí en el coro de San Pedro el
Viejo, donde acude a una misa con su madre. El hombre del caramelo le dio uno y
no lo pudo olvidar. Hoy ha vuelto y decidida se acomoda en el mismo banco donde
siempre suele hacerlo. Venía con su bolsa de plástico llena de granos de maíz
tostado, ha vuelto a ver al hombre que le diera un caramelo y encarándose con
él y confiada, se lo ha vuelto a pedir. Se lo ha dado, lo ha tomado presurosa y
ha vuelto a pedirle más. ¿Quién sería capaz,
pudiendo complacerle, de ‘rechazar su petición? Hace acopio sobre el banco de
granos de maíz y caramelos y sopla inflando la bolsa de plástico, para arrugarla
después. De repente y atrevida desaparece del coro y al poco tiempo regresa con
dos hojas parroquiales. Le da una a un antiguo periodista que oye misa junto a
ella y comenta los grabados de la otra con su madre, para entregarla después al
hombre del caramelo.
Hoy coinciden en
la iglesia parroquial la misa dominical con un rito funeral. Allá, delante, el
escaño con el féretro que acoge los restos de una señora que vivió casi cien años.
En el coro, unos señores que sonríen, ante una vida incipiente. No es la risa,
en que Espronceda trocase su dolor profundo ante un cadáver más en el mundo. Es
la sonrisa que sirve de consuelo ante la muerte, al contemplar que todavía hay niños
que harán posible el milagro de la vida. ¡Mamá! ¿Porqué no rezas?, interroga la
niña y un consuelo infinito se abre entre la gente, ante el contraste entre la
muerte y la niña inocente.
Muchos quieren
ser protagonistas en todo acontecimiento; convierten en dios su ego y quisieran
ser los reyes, los galanes y chistosos, en las bodas ser los novios y en los
entierros el muerto, para llamar la atención. La niña fue para todos el centro
de las miradas sin saberlo y sin quererlo, porque era toda candor. Cada vez en
Europa hay menos niños y no es que el hombre le tenga miedo a la muerte, la
ignora simplemente, A quien teme es a la vida, que hemos puesto tan difícil
entre todos. Y ese temor a la vida es más terrible, quizá que el que inspira la
otra vida, porque es semilla de muerte, una muerte colectiva.
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