José Borruel Oliva (amigo mio ya difunto), Maestro
Nacional, ya jubilado, estaba cierto día intentando leer los nombres de los
defensores del pueblo de Siétamo, en una lápida que se instaló en la parte
frontera de la Lonja de la Iglesia parroquial. Él ya tiene la costumbre de
recordar a su tío, mirando su nombre en esa lápida, pero hoy se leen con
dificultad los nombres de varios de los treinta, que heroicamente murieron en
Siétamo. Sin embargo había ya localizado el nombre de su tio, Antonio Borruel Cabarbaya,
que nació en Siétamo en 1910 y que fue herido en la defensa de Siétamo, y después de herirlo, lo profanaron y
lo asesinaron. Su sobrino Don José Borruel Oliva, en un recuerdo de la historia
de Siétamo, puso a su tío Antonio, dibujado como Figura digna de recuerdo,
junto con el Conde de Aranda, el Cardenal Javierre y varios más. En una nota
que me proporcionó mi amigo, pone: “Víctima de la Guerra Civil, del año
1936.Fue partícipe militar con su agrupación del cuartel de la Guardia Civil de Angüés, venida para unirse
a la del mismo Cuerpo, ubicada en Siétamo, casualmente, su lugar de nacimiento.
Allí se organizó un duro frente de batalla, tenaz, cruel, denso, en bombardeos
y tiros de toda clase de armamentos, unos en defensa de los intereses
nacionales, para luego ganar la guerra iniciada el 18 de Julio de 1936, y los
contrarios, en busca de otra libertad revolucionaria, que fracasó”. ¿Quién
tenía la razón?. La República estaba declarada como una democracia, pero los
comunistas y anarquistas, buscaban una “libertad”, que sería dirigida por
dictadores.”Se había creado una situación muy difícil para mantener la paz en
España y el dieciocho de Julio de 1936, estalló la Guerra Civil.
Los anarquistas de la Columna - Ascaso que
venían a la desbandada desde Barcelona, con poca oposición, dejaron muchos
desgarros en Lérida y sobre todo en Barbastro.
Me llevó a Barbastro, Antonio
Bescós, hijo del también llamado Antonio Bescós, que fue miembro de los luchadores
por la República y acabó, con todos sus compañeros en campos de concentración
franceses. De allá fue liberado y un tío suyo, General del Ejército Español,
que era del pueblo de Alerre, le libró de castigo. Cuando se jubiló, yo lo veía
en la puerta de su casa, al lado de la carretera de Jaca y un Guardia Civil, amigo mío, me contaba que con cierta
frecuencia le llevaba algún escrito. Antonio, el padre, luchó con los “rojos”, pero era un hombre muy religioso, tanto que al
volver a Siétamo, se puso de sacristán en la Parroquia de Siétamo, cuya iglesia
había sido destruida por los “rojos”. En
el edificio de los Hermanos Claretianos, nos enseñaron los restos de los 51
misioneros de Barbastro, que fueron martirizados, como también lo fueron los 18
benedictinos del Monasterio del Pueyo y en Septiembre otros doce escolapios.
Mataron en total ochenta y un religiosos. La diócesis de Barbastro resultó ser
la más sacrificada de España, pues martirizaron a su Obispo, que fue vejado y castrado antes de
llevarlo a fusilar, pero no se contentaban con algún miembro de alguna orden
religiosa, sino que mataron al noventa por ciento de los sacerdotes diocesanos.
Pero no sólo fusilaron a los ya citados, sino que lo hicieron también con docenas de
católicos, entre los que se contaba el Pelé, primer gitano mártir en la
Historia de España. Yo conviví en la Diputación Provincial de Huesca con el
Ingeniero Perrela, que todavía vive y me contó como mataron a tres miembros de
su familia, entre los que se contaba un tío sacerdote.
El Ejército lo mandaba en
Barbastro el Coronel Villalba y se comprende como al ejército no lo hacía
intervenir con fortaleza, porque carecía de ella, entre otras cosas por la mala
calidad de las armas y la escasez de las municiones. Por eso, en Siétamo, antes
de llegar a sus casas había un batallón de soldados, que se acostaban tomando
el sol, a orillas del río Guatizalema. Un día pasó por delante de ellos un
Comisario y le preguntó al capitán que por qué no se lanzaban al ataque del
pueblo. Le respondió que porqué estaban esperando nuevas órdenes.
Con estos hechos, aumentaba la
resistencia de Siétamo al ataque de los “rojos”, al mismo tiempo que impedían
la toma de Huesca, como la evitaron también con la resistencia en Estrecho
Quinto.
Algunos dicen que por qué no se
daba la preferencia a la democracia, pero los hechos, entre otros los de
Barbastro demostraban que aquellos anarquistas que avanzaban desde Barcelona a
Siétamo, no tenían nada de demócratas, porque el ejército, ante aquella
crueldad, y escasez de medios, se veía obligado a permanecer inmóvil. Su
Coronel Villalba estuvo en duda de luchar por uno o por otro.
C.G. Jung, médico y filósofo,
se vio obligado a dar contestación a numerosas preguntas morales, porque el
libro “Respuesta a Job”, publicado en 1959, expuso “la situación de mentira, injusticia
y asesinato de millones de seres que desencadenó la Segunda Guerra Mundial”. No
pudo escaparse de escribir lo siguiente: El hombre cree que “puede hacer la
cuenta sin contar con la huéspeda”, es decir, en nuestro caso de España, sin
contar con su pueblo español. ”Esto se ve de la manera más clara en las grandes
empresas políticosociales tales como el socialismo y el comunismo, en el
primero sucumbe el estado y en el segundo sucumbe el individuo”. España se
sublevó contra el comunismo, entre otros grupos, pero evitó, después de soportar los suyos, ”el
asesinato de millones de seres que desencadenó la Segunda Guerra Mundial”.
Los rusos con sus esclavos
satélites siguió con el comunismo, pero así como en España se
dieron cuenta con rapidez de los peligros totalitarios del comunismo, se dieron
también cuenta de su posible caída en la miseria y rompieron con el citado comunismo.
España entró en una dictadura, pero más tarde, entró en el socialismo, en “que
sucumbe el estado y el segundo consume el individuo”. Jung se pregunta en el
libro: ”Respuesta a Job”, sobre
“reflexiones sobre la angustia del mundo y la esperanza, de que a pesar
de todo, seguimos viviendo en él”.
Seguía el ataque de la columna Ascaso
a Siétamo, acompañada con blindados,
aviación y artillería, cuyos defensores se tuvieron que ir retirando poco a poco.
El día treinta y uno de Julio, mis
hermanos pequeños y yo, acompañados por mi madre y la hermana de mi padre, tía
Luisa, nos metimos en la bodega de la iglesia con otros vecinos, como Rafael
Bruis de mi edad, a cuyo padre también mataron, y allí estuvimos casi todo el
día oyendo, las crueles explosiones de los obuses de los cañones y de las bombas,
lanzadas por la aviación. Por la tarde,
cuando ya se paró el bombardeo, salimos de la bodega y en la carretera, al lado
de la fuente, nos subieron en camiones, que nos llevaron a Huesca.
Poco tiempo después de salir
nosotros de la bodega, subieron los defensores de Siétamo a resistir a la torre
de la Iglesia, cuando ya los invasores estaban en las calles del pueblo, en las
que abrasaban casas y pajares, obligando a huir a la gente, unos subidos en un
camión y otros en una caravana de mulos y de asnos. Los que ocupamos la bodega
de la iglesia, dejamos el escaso terreno de la Torre al Teniente de la Guardia
Civil Lahoz, que ya estaba herido, al sargento de Siétamo Javierre, padre del
Cardenal y de un gran sacerdote escritor. Allí estaba ANTONIO BORRUEL CABARBAYA,
Guadia Civil y otros más, unos venidos de Angüés y otros destinados en Siétamo.
Allí se encontraban también voluntarios como José María Calvo Ciria de Los
Molinos de Sipán y Ciria de Aguas, con alguno más, de cuyos nombres no me
acuerdo, a pesar de haberme hablado de dicha situación, hace escaso tiempo.
Estuvieron en la torre de la iglesia tres días y al quedarse sin municiones ni
alimentos, a José María Calvo Ciria, cuya esposa todavía vive con más de
noventa años, se le ocurrió la idea de salir de la trampa, por una pequeña
ventana que todavía se puede ver y que está en la parte posterior de la
iglesia. Salió el primero y después todos los compañeros y el último el
sargento Javierre, que tuvo la necesidad de quitarse la ropa por tener un
cuerpo obeso, del que todavía me acuerdo. Y al fin, entre rasguños y roces, salió por la ventana.
Pero dentro se quedó ANTONIO BORRUEL CABARBAYA, que estaba herido y no podía ni
tenerse en pie. Pidió a sus compañeros que lo mataran para evitar que lo
hicieran los atacantes republicanos. Los defensores mostraron un corazón
sensible, porque no quisieron quitarle la vida a un muchacho que defendía
Siétamo. Mientra Javierre intentaba salir por el ventanuco, los “rojos” ya
entraban en el templo. Encontraron a ANTONIO y en lugar de llevarlo a curar sus
heridas, lo martirizaron, lo castraron, como debían de tener por costumbre,
pues lo mismo le hicieron al Obispo de Barbastro, y metieron sus
testículos en su boca, que cosieron con un alambre. Fue martirizado como el Obispo
de Barbastro y pasó a ser un héroe de Siétamo en la torre de su parroquia. En
el frontal derecho del atrio de la iglesia se colocó una placa de mármol y se
gravó su nombre entre los treinta sietamenses que fueron muertos en la Guerra Civil. Ahora
ya algunos nombres no se pueden leer, y entre ellos está mi primo José María
Narbona, del que recuerdo verlo dar clases en Siétamo a mi hermana mayor. Era Teniente
voluntario, que murió en Teruel y que lo
trajo un primo suyo, para enterrarlo en el cementerio de Huesca.
“El Sargento Javierre con ropa
prestada llegó a Huesca y al día siguiente cuando ya se disponía el Mando para
el rescate del pueblo, fue el primero en
salir para ocupar su puesto, pero esta vez acompañado de un hijo de catorce
años”. Al día siguiente el hijo del Sargento Javierre, contempló la catástrofe más tremenda que pudiera presenciar en su vida. Se encontraba montando una
ametralladora, delante de la puerta de casa Narbona, cuando un mortero le lanzó
una granada, que le introdujo metralla en su vientre. Murió en brazos de su
hijo y éste con los ánimos que recibió de su padre, al acabar la Guerra Civil,
estudió en Huesca en los Salesianos y acabó, hace muy poco su vida, siendo
Cardenal en Roma. En la iglesia de Siétamo cuelga un cuadro regalado a Siétamo
por el Cardenal, que me dijo en Roma que se acordaba de un cuadro de María Auxiliadora,
que regaló mi tía Pilar, casada con José Antonio Llanas, que fue alcalde de
Huesca. A la ceremonia acudimos a Roma, muchos
vecinos de Siétamo y de otros pueblos y nos acordamos de aquella Guerra
terrible, en la que murieron tantos hombres e incluso mujeres. Entre dichos
difuntos, aparte de su padre, fueron muriendo su subordinado, el Guardia Civil
ANTONIO BORRUEL CABORBAYA. Después de estas muertes, a fin de Agosto, fueron
muriendo muchos defensores de Siétamo y sólo quedaban unos cincuenta. Murieron
también vecinos, como mariano Bastaras, tío del actual párroco de Alquézar, que
asomándose a una ventana, le dio una
bala en la cabeza; también murió el abuelo Gaspar en casa de Cavero. Quedando
sólo cincuenta defensores, se hacía imposible defender el pueblo atacado por
cinco mil hombres. Entre casa Almudévar y la Cruz que presidía la Plaza Mayor, un
obús alcanzó al capitán García Rivas, que lo arrastraron con una soga desde el
patio de casa Almudévar, para salvarle la vida. Al proponerle la retirada
contestó: ”Cuando ya no quedemos ni uno, será hora de rendición”. Cuando ya
estaban las banderas rojas extendidas por la carretera, el Alférez Claver,
hermano de un amigo mío y de una antigua familia de Sieso, pariente de mi
familia y descendientes del Rey, que conquistó Huesca, en la Edad Media, murió
como me contó su hermano. Se había quedado atrasado para proteger la retirada
de sus compañeros.
Los defensores de Siétamo, para
prolongar el tiempo que necesitaban en Huesca, para evitar que entraran en
ella, hicieron un punto de resistencia en el Estrecho Quinto. Aquí siguieron
las muertes, los sacrificios, el hambre hasta que lograron volver a Huesca,
ciudad en la que no entraron los guerrilleros de la República.
Aquí ya no estaba ANTONIO
BORRUEL CABORBAYA, porque lo sacrificaron en la torre de la iglesia de Siétamo.
Hoy Don José Borruel su sobrino, me ha hecho recordar la, ahora, ilustre figura
de este mártir, nacido en Siétamo y que tuvo novia en aquellos años de
juventud, con la que se amaban, impidiendo la Guerra Civil que se casaran. Me
comentaba don José Borruel, que sentía no poder leer los treinta nombres y
apellidos de los mártires, que están escritos en la lápida, colocada delante de
la Parroquia de Siétamo, pero recordaba con cariño otros apellidos que se pueden leer, como Escartín , Mairal, Trullenque, etc.
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