El veintinueve de Junio de este año de 2002, he acudido a
las seis de la tarde a la Parroquia de Siétamo, donde se nos ha hecho gozar de un
concierto de piano, guitarra, flauta, clarinete, fagot y acordeón.
Nos reunimos en la iglesia iluminada, donde llamaban la
atención los santos, los "Santocristos”, los relicarios y en una vitrina lucían y
todavía lucen su sagrada antigüedad una custodia, un cáliz, una cruz parroquial
que en otros tiempos presidió las procesiones, junto con un pequeño y elegante
manto infantil, que procede del castillo de los Abarca de Bolea, Condes de
Aranda. Hay en una columna colgado un
cuadro, con el viejo retablo de antes de la guerra y cuyas esculturas o motivos
que presidían antes el culto de la
iglesia, ahora son los santos de yeso,
que acompañan al cáliz, la custodia y el manto, que el cura de entonces
Don Marcelino Playán, guardó escondidos en un rincón de la bóveda.
Van a sonar el piano de cola junto con la flauta, el clarinete y el acordeón, como en tiempos ya
pasados de la Guerra del año de 1936, sonaron en los oídos de los sietamenses, escondidos
en la bodega de la iglesia, los cañonazos, los tiros de fusil y las
ametralladoras, que nos hicieron durante unas diez horas, a unos llorar, como a
Rafael Bruis, a otros rezar y a todos esperar salir con vida de la bodega.
En aquella reunión el concierto fue terrible y tuvo lugar el
año 1936.Aquella tarde salimos y huimos a Huesca, pero días más tarde hubo otra
reunión de combatientes, que siguieron escuchando y produciendo ruidos bélicos.
En la capilla del Santo Cristo, estuvieron heridos y murieron varios hombres y
cuando fueron expulsados y salieron de la iglesia por una diminuta ventana, a
la que a tiros le quitaron la reja que impedía la salida de los hombres. Los
que venían, desenterraron en la capilla del
Santo Cristo a varios Azaras y
Almudévares, que en otros viejos tiempos hicieron la citada capilla.
No eran entonces los conciertos como los de ahora que
suenan con dulzura, con solemnidad y con
alegría y esos sonidos me recuerdan a aquellos hombres que allí murieron; ya no
suenan esas melodías guerreras y los niños que ahora las hacen sonar
dulces, ya no se acuerdan de aquello .Los cuerpos ya no gozan del arte musical, que
hacen sonar aquellos niños, pero los espíritus de aquellos héroes gozarán de su
encanto y más en tal lugar, porque la dulzura de los paseos musicales de la
flauta, recuerda los paseos voladores de los espíritus de los difuntos y
acompañados por las teclas del piano de cola, le añaden solemnidad, mientras los cuerpos unidos a la tierra ya no
sienten nada.
Una joven hace sonar su guitarra y su música me recuerda la
canción que dice :”Manbrú se fué a la guerra –Mambrú se fué a la guerra-No se
cuando vendrá –No se cuando vendrá”. ¡Que no vuelva la guerra!.
Antes la historia era interpretada providencialmente, pero
ahora somos nosotros los que debemos cuidarla, para que no vuelvan más guerras.
Hay que evitarlas con la moral y la moral social, con el arte, como el
maravilloso arte que hemos escuchado en la iglesia de Siétamo y como dice
Baltasar Gracián con la discreción de los políticos.
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