Me encontré con Joaquín Borruel,
cuando iba a montarme en el coche, para ir a contemplar el paisaje que ofrece
la Sierra de Guara, alrededor de la Ermita del Viñedo. Se lo dije y le ofrecí
acompañarme, a lo que él accedió
emocionado, porque según me dijo, era Cofrade de la Virgen del Viñedo, desde
que se fundó dicha Cofradía. Se sentó a mi lado y empecé a “ver” con los oídos como: ”Santolaria está en lo alto- Castilsabás
en un tozal- y la Virgen del Viñedo, en medio del olivar”. Joaquín nació en Siétamo, nombre que
figura en el estandarte que se enckuentra dentro de la iglesia y su madre en La
Almunia del Romeral, donde vivió un periodo de su vida. Y ¿cómo no iba a hacerse
Cofrade de la Virgen del Viñedo?, cuando en su memoria llevaba el recuerdo de
las dos visitas anuales que hacían los hijos de La Almunia, una vez sólo ellos,
el ocho de Diciembre y otra el uno de Mayo, acompañados por los fieles de doce
pueblos somontaneses. La primera vez los miembros de casa Martinete de la
Almunia, después de oída la misa, obsequiaban a todos los vecinos a gustar
tortas de anís o de aceite. Con aquellos recuerdos de nuestro Somontano, llegamos
a la Ermita. Está construida con piedra de sillería y en la parte alta con
ladrillo, siendo construida en 1728. El campanario está cubierto, no con líneas
rectas, sino por una graciosa curva y debajo de la ventana donde suena la
campana se encuentra un reloj de sol, aunque parece que en este lugar no corre
el tiempo. A continuación se abre un a modo de claustro, en cuyo interior han
colgado las golondrinas unos dieciocho nidos, porque en ese claustro han
hallado la paz. Dentro de su pequeño volumen, da la impresión de ser un enorme Monasterio dedicado por el pueblo del
Somontano a la Virgen del Viñedo, como si hubiere recibido su consagración del
cercano Monasterio de Monte Aragón Dentro de la Iglesia preside desde el altar
mayor la imagen de la Virgen del Viñedo, en un magnífico retablo, reconstruido
por el notable artista, Julio Luzán. Dentro de este “Monasterio del pueblo”, se
encuentran las paredes pintadas con una sencilla gran pintura de la Virgen del
Viñedo y pinturas de Santa Lucía y de Santa Bárbara. En un cuadro se encuentra
un romance que cuenta los milagros de la Virgen y en otro, en una “fabla”
aragonesa, ya en decadencia, pone diversas circunstancias de la iglesia. Por un
corto camino, pero con un encanto especial por los ramajes y sombras por ellos producidas, se llega, como en otros tiempos
llegarían las caballerías cargadas de sacos de olivas, a molerlas en el Molino.
Entrar en este edificio, te hace sentir a los hombres trabajando, para obtener
el aceite de oliva y te emociona el
sentimiento producido por el trabajo excesivo de aquellas gentes, que dormían en el mismo local, para no perder
un minuto de tiempo. Allí están los algorines o depósitos de olivas de Pedro
Calvo de Santolaria, de mi pariente José Vallés de Castilsabás y de Juan Ordás.
Estos señores y varios otros dueños del Molino, lo dieron a la Ermita, donde se mezclan el
sentimiento religioso y el amor al trabajo. Allí está el “redol”, donde una
caballería haría dar vueltas a la piedra, muela o roello, que hacía brotar el
orujo, separado por las esteras que colocaban para después sacarlas, someterlas
a presión y obtener el aceite. Llama la atención la Prensa de Libra que tiene
unos catorce metros, que con el manejo de los molineros aceiteros, presionaba
para que saliera el aceite. En aquel enorme madero, uno de aquellos hombres, escribió
lo siguiente, pero no sé si es exacto lo
que digo : ”si es que logro con tesón, darle a la “pira”(al madero) función, como de un pobre, he de dar gracias a la Virgen”. Allí
trabajaban y oraban, pero aquella pobreza de sus condiciones de vida, ha hecho, que aquella zona tan
trabajadora se haya quedado casi despoblada. Pero hay un despertar entre los
altoaragoneses por el recuerdo del Molino y el amor a la Virgen, que hacen que
se haya convertido la Ermita del Viñedo en un lugar de visita extraordinario,
para recordar y estudiar la vida del Somontano.
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